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"Y desde 1760, amos y esclavos, señores y pueblos, señoritos y plebe, en octubre, son iguales por la magia celestina de un simple hábito morado."
Oswaldo Reynoso, EN OCTUBRE NO HAY MILAGROS
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En algún remoto día del mes de octubre de un año que ansiosamente nos espera (aquí nomás, a la vuelta de la esquina), un curita colorado, calvo y rollizo invitará a sus adormecidos circunstantes a abrazarse y besarse, o al menos a estrecharse cálidamente las manos, utilizando unas consabidas palabras: «La paz esté con vosotros… ¡Hermanos, pueden darse la paz!».

En ese mismo instante un tipo «muy importante» que ocupará la primera fila de esa simpática parroquia tejana, besará la frente de su mujer, cerrará los ojos y le pedirá, a ese Ente Supremo y Omnipresente en el que cree firmemente, algo que se puede resumir en esta breve oración:

"Dios, ¡tú que eres tan justo!, ayuda a mis soldados a tomar Bogotá sin contratiempos. Amén."

Sí, muy pronto llegará el día de la invasión de Colombia, y, tal vez, los yanquis del Pentágono decidan que este nuevo e inminente atropello ––que le otorgará una estrella más a la archifamosa bandera norteamericana–– se denomine «Plan Tormenta Cafetera», o quizás «Cacería en el caribe».

A pocas cuadras de esa parroquia, en la que Bush acabará de pedir la bendición divina para sus portentosas fuerzas armadas, un joven peruano besará la estampita plastificada del Señor de los Milagros que le regaló su mamá el día que dejó su país, y le rogará a Dios que (¡un día más!) lo proteja de las filudas garras de los implacables sabuesos del despiadado departamento de Inmigraciones:

«¡Por favor! No te olvides de mí, Señor de los Milagros…»

Él pertenece a esa densa masa de peruanos ilegales que están desparramados a lo largo y ancho del Monstruo… del País de las Oportunidades.

Y, a muchos kilómetros de distancia, la ciudad de Lima nos mostrará una escena patética que se repite año a año, durante todos los días del décimo mes del año: mujeres famélicas y descalzas, arrastrándose de rodillas por las incontables y maltratadas calles, plazas y jirones de la capital… Muchos hombres corpulentos (y otros no tanto) se malograrán la espalda ––y se ¡sentirán satisfacción de hacerlo!, pues, muchos afirman que, es en pago a sus numerosos pecados–– soportando con alguno de sus hombros las pesadas y «sagradas» andas del Señor de los Milagros… Esos adoloridos hombres y esas acezantes mujeres que, envueltos en prendas moradas, perseguirán, llorarán detrás de una imagen, y también le implorarán a ese Cristo de Pachacamilla, que no permita que se perpetre esa invasión en el vecino país del norte… Pero el Señor de los Milagros no los oirá, porque nunca lo hizo y jamás lo hará. ¿Será tal vez porque es un fetiche inventado por un azar del destino?

Y, así, acabará otro mes morado… dejando a hombres, mujeres y niños con los pies, las rodillas y los hombros morados, rosáceos, fatalmente inflamados.

La raza humana inventó los Derechos Humanos para llegar a saber cuántas veces se podía cagar en ellos; fueron hombres los que fundaron un Fondo Monetario Internacional (FMI) y un Banco Mundial para recordarles a otros hombres lo pobres que eran, y lo sumisos que debían seguir siendo…

…Fueron los hombres también los que inventaron un Dios, para contener a esas masas de seres pobres, desarrapados y hambrientos… para inventarles un paraíso que los reivindicará después de la muerte… para mantenerlos sumisos, dóciles e idiotizados.

Yo no creo; tal vez empecé a dejar de creer en la secundaria, cuando el profesor Mansilla nos lanzaba una encendida perorata antes de darnos los resultados de los exámenes bimestrales de Matemática, y nos advertía:

«¡Que su juez sea su propia conciencia!»

El muy recordado “profe” Mansilla decía también, que él no creía en nadie, que él jamás se cuadraba ante nadie y mucho menos se arrodillaba ante nadie; es célebre esa vieja muletilla que rezaba:

«Yo no me quiebro ante nadie,
yo no me arrodillo ante nadie,
yo sólo me arrodillo ante ¡San Pedro Mansilla!»

Fue en alguna de sus clases de Matemática cuando empecé a rumiar la idea de que sólo podía existir un Juez Supremo, un Dios que se llamaba Conciencia; y que la Conciencia es el único Dios que existe: ¡Un Dios Legítimo! El escritor uruguayo Mario Orlando Benedetti afirma que “la vida es un paréntesis entre dos nadas”, y agrega algo que yo suscribo:

«Yo soy ateo, no creo en Dios ni nada por el estilo. Hay gente que tiene sus creencias religiosas y tiende a sentir que después de la muerte está el Paraíso, o el Infierno, porque muchos han hecho mérito para ir al Infierno. Yo creo en un dios personal, que es la conciencia: a ella es a la que le debemos rendir cuentas cada día»

CONVERSACIÓN EN LA TABERNA DE LA ESQUINA

(Anticipando la historia…)

––¡Los gringos están bombardeando Colombia! ––le dirá Paco a Lando después de pasarle el vaso de cerveza.

––Sí, ya hay más de mil muertos ––responderá Lando, mientras llena su vaso hasta la mitad––. ¿Crees que mueran García Márquez, Juanes, Shakira o el Pibe Valderrama?

––Ni cagando, porque tienen billete ––afirmará Paco––. Toda la gente con billete ya está fuera de Colombia. Los que siempre pagan el pato son los pobres… A ellos sólo les queda rezar.

––Tienes razón ––sentenciará Lando antes de empinar el codo––. Todo es cuestión de esperar, quisiera saber ¿cuándo nos tocará a nosotros?

––No sé ––exclamará Paco estirando la mano para recibir el vaso que Lando acaba de dejar vacío––. Yo sólo le pido al Señor de los Milagros ¡que nos proteja!, siempre me encomiendo a Él.

––Ja, ja, ja ––se reirá Lando––. Esas son huevadas.

––¿Qué, acaso no crees en Dios? ––le preguntará Paco y agregará convencido––: ¡Dios existe!

––Claro que Dios existe, eso es innegable ––responderá Lando––. Yo lo he visto varias veces en CNN y sé que todos los días duerme en la Casa Blanca…

Hoy más que nunca ¡tenemos que fundar una nueva religión, una religión sin rostros de yeso y sin imágenes absurdas! En Hiroshima hay una imagen que vale mil veces más que la inútil imagen del Señor de los Milagros, porque es una imagen humana, real, fáctica; es la imagen ante la que nos debemos arrodillar todos los seres humanos para pedir disculpas; es la imagen de un hombre que nos manda un mensaje válido, un mensaje que tiene más peso que la prédica un cura que, quizás, se acuesta con monjas (o con otros curas).

Fundemos de una vez por todas la religión que necesita el mundo, esa de la que habla el portugués José Saramago: “Una religión nueva: la de la protesta contra la fría locura, la de la revuelta contra la crueldad enloquecida”

LA IGLESIA DE NUESTROS DÍAS

––Ave María Purísima ––dice el reverendo Padre Vergara.

––Sin pecado concebida ––responde un señor cincuentón que se acaba de arrodillar en el confesionario.

––A ver hijo, dime cuáles son tus pecados

––Padre, le pego todos los días a mi mujer y a mis hijos.

––Bueno, reza tres padres nuestros y dos aves marías. ¿Nada más?

––Una cosa más padre ––dice el señor, bajando la voz––. Ayer me la tiré a la hija de mi vecina.

––Bueno ––dice el cura, relamiéndose los labios––. Tienes que contarme todo, detalle a detalle, cómo fue. Habla, hijo. Te escucho.

El tipo empieza a narrar cómo aconteció la violación, mientras el cura se baja la bragueta y se la empieza a correr…
© Orlando Mazeyra Guillén, 2003.

Texto agregado el 04-09-2004, y leído por 1271 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
03-11-2004 Me encantó. 5* larsencito
 
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