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I Cuernos y colas
Llegó con los cuernos retorcidos: majestuoso, soberbio y arrogante, la cola se veía tan real que más de uno intentó tocarla durante la danza. No habló para nada, se limitó a ver todo. Había cientos de diablos igual que él. No comió ni bebió, sólo observó por unos instantes, luego comenzó a provocar la euforia entre los demás; a momentos la lujuria, la gula y el exceso se asomaban entre la fiesta. Entonces dijo “Aquí todo está bien, estos son de los míos no hay nada más que hacer”

Satanás tomó su trinche y de pronto, sin que nadie se diera cuenta, el hombre del perfecto disfraz había desaparecido, unos días después el cornudo se retorcía en lo más profundo del averno; que reino ni que nada, todos los feligreses que se había encontrado en el carnaval vestidos de demonios, estaban en la iglesia celebrando los inicios de la Semana Santa.

II Máscaras
La fecha había llegado, aquél hombre se puso la falda, se acomodó las esponjas en el pecho, se vistió de mujer como es costumbre en tiempos de carnaval. Salió a las calles donde estaban los otros, también vestidos de mujer, y luego de varias horas de intensa danza, regresó a casa, se quitó el disfraz pero ya no era él, ahora el problema era quitarse la piel de hombre para ser mujer...

III Herencia
Se pavoneaba en el corral, era atrevido y arrogante; con la cresta bien parada y el pico en la altitud, todas las mañanas comenzaba el día con su típico canto, ya doña Castula estaba hasta el copete por culpa del gallo Picuyo, el estrés, la angustia de que ya se acercaba los carnavales, y encima la espantada de sueño que le daba el gallo, la tenían en un estado de tensión que hasta los hijos de la señora tenían que pagar.

Pero aún así, el plumífero cantor, era soportado porque era el encargado de pisar las gallinas y mantener abastecida la pequeña granja familiar.

Alzaba la cabeza y las plumas se extendían con el viento, se pavoneaba entre la gente, todos observaban su cabeza. Era Gerardito, el dijo de doña Castula, que ya se había vestido con las plumas del gallo escandaloso que no aprendió a callar cuando se acercaba el carnaval; ya habría tiempo de sustituir al ave cuyo cadáver ahora se encontraba ahogado en mole...

IV Espera
Después de tantos años, regresó al taller, tomó el leño y comenzó a transformarlo, después de una semana la careta de madera había alcanzado la perfección. Aunque sus manos se habían vuelto torpes el conocimiento seguía ahí, en los rincones de su memoria. Abrió el ropero y entre tantas cosas encontró su vestimenta; tenía años que no se hacía el carnaval, ya lo daban por extinto.

Don Juvencio recordó los viejos tiempos, tomó de la mano a su nieto y se fueron a la plaza pública, el baile estaba a todo lo que daba, la banda de viento tocaba sin cesar. La gente bailaba y avanzaba a paso firme cuando entre la masa, un anciano cayó al suelo, el nieto de este, lloraba con la máscara del abuelo entre las manos, el viejo se fue como había querido, en tiempos de carnaval...

Texto agregado el 16-05-2015, y leído por 60 visitantes. (0 votos)


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