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El amor ha sido parte importante de mi vida. Incluso puedo decir que el amor, o más bien su búsqueda, ha sido mi vida hasta hoy. Desilusiones horribles, mentiras tristes, fuerza invertida en vano. El amor hasta este momento ha sido una búsqueda llena de sufrimiento. ¿Me habré metido en un camino de espinas o algo así? ¿Estaré fuera del sendero, metido entre un bosque lleno de cosas desagradables? No lo sé, pero deseo descubrir la respuesta, y es por eso que me encuentro parado aquí, en esta esquina, en invierno, de noche, sintiendo el frío atravesar todas las capas de ropa que decidí usar hoy. Sin embargo, no lo rechazo, al frío, no lo rechazo. Es el frío quien es, en parte, culpable de que yo me encuentre aquí, como describí, pero con un sentimiento muy importante de mencionar: estoy feliz.
¿Feliz de qué? ¿Después de todo ese sufrimiento aun así existe felicidad? Bueno, decir que felicidad es sólo una parte de este estado en el que me encuentro, pues estoy, además, lleno, llenísimo de esperanza. Nuevamente confiando en lo que mil veces me ha hecho llorar, nuevamente confiando en la esperanza del amor. Si en mi vida pasada habré sido algún tipo de cupido, no lo sé, pero el amor ha guiado cada uno de mis pasos, o mejor dicho, la ilusión de amor lo ha hecho. Mis ojos siempre miraban inundados de pensamientos idealizados. Nunca mi corazón se aceleró caprichosamente, nunca sentí aquella dulce presión con ideas que tuvieran un final, siempre miré con la idea de eternidad, pero, otra vez, nunca mi mirada fue correspondida, y es aquello lo que traía lágrimas a mis ojos y dolor al corazón. Como si hubiera tensado un arco, con una fe inmensa de dar en el blanco que tanto he buscado, pero al momento previo a soltar la flecha, el blanco se desvanece, mostrando un vacío que deja desamparado a cualquiera, y yo, con mi arco aun tensado, lloro, soltándolo lentamente, a fin de no perder esa tan preciada flecha en ese arco que ahora, con la mano temblando, nuevamente tengo tensado.
No me canso de preparar esa flecha, no me canso de las desilusiones. Podría deshidratarme de tanto llorar, pero por más decepcionado que me encuentre, nunca dejaré de generar esperanza, aunque caiga sobre un cactus, aunque ruede cerro abajo, aunque un rebaño se abalance contra mí, lloraré, pero me pondré de pie y continuaré caminando. Y así lo he hecho hasta este segundo. Mis heridas han sanado y estoy preparado para otra batalla. ¿Batalla dije? No, no es esa la palabra que quiero usar para describir esta nueva esperanza. Estoy preparado para enamorarme.
Habíamos quedado de juntarnos en esta esquina, y allí ella viene. Si estoy nervioso, no lo siento; sólo me enfoco en mirarla y recibirla. Estoy sonriendo, y me duele la cara con esta sonrisa. ¿Cuánto tiempo llevaré así? Entonces conversamos, de lo que hizo en el día, de como está, y aunque sepa la respuesta a esa última pregunta, siempre es lindo preguntar. Pero no pongo atención a lo que me dice, ¿estará mal? Veo como mira, veo como sonríe, veo como camina, la siento cerca de mí, y yo tengo mis piernas débiles, pero mi caminar, al parecer, no me delata. Mis manos ocultas en mis bolsillos no se refugian del frío, sino de ser descubiertas en su temblor. Y sigo asintiendo con mi cabeza, y suelto una que otra exclamación, pero me pierdo en el dialogo, no estoy entendiendo nada. Sólo estoy enfocado en la situación: estoy caminando con el blanco al que lanzaré mi flecha.
Esta no es la primera vez que compartimos. Esta es la cuarta vez. Las tres veces anteriores caminamos como ahora, pero mis pensamientos estaban enfocados en conocer. El frío, esas dos citas pasadas, nos unió un poco más. Sé que ese verbo, unir, puede sonar muy íntimo, ¿pero acaso cubrirla con mi chaqueta y sentir su cuerpo en mi costado izquierdo no lo fue? El frío nos unió, y eso es todo lo que sé. Un personaje tan temido como el frío, uno a quien se le atribuyen tantas desgracias, ese fue el que nos unió. Y luego, como si la tierra quisiera fortalecer aquel vínculo, la calidez del sol, la tercera vez que salimos, nos unió mucho más. Con su cabeza en mi pecho, sus ojos cerrados y yo sonriéndole y agradeciéndole a la vida por aquella bellísima oportunidad, aprecié cada segundo, cada movimiento del ramaje de los árboles, aprecié todo lo que ocurría a mi alrededor, como si estuviera bajo el efecto de alguna droga nueva e inofensiva, tras la cual todo se veía distinto.
Y yo aún deseo que aquello no hubiera terminado.
Mas descubrí sus lunares, miré sus detalles, lo prolijo de aquella obra que sostenía en mis brazos. Yo era el único ser en todo el universo que tenía aquella obra en sus brazos, yo era el ser más afortunado, el más feliz, el que mayor plenitud sentía en todo lo conocido. Y ella mantenía sus ojos cerrados, refugiándose del mundo, mientras yo la abrazaba y ella se convertía en mi mundo.
Seguimos caminando, y yo sigo perdido. Sin embargo se me ocurre ofrecer una idea. Temo el modo en que mis palabras salgan de mi boca, y entonces las ensayo mentalmente un par de veces. Ella ya no habla, yo tampoco, sólo caminamos y disfrutamos el momento en que compartimos. Esta es la última vez que seremos desconocidos, y ambos lo sabemos.
Entonces me atrevo, y siento como las palabras recorren mi garganta para conocer el aire por el que llegan a sus oídos.
—¿Sentémonos ahí en la arena?—me oigo decir.
Una vez que las palabras por fin salen, inunda el cuerpo un alivio silencioso que cubre parcialmente los temores de malinterpretación. No quiero que piense nada malo, simplemente deseo sentirla más cerca, como cuando el sol nos abrazaba. Sólo que esta vez será la brisa marina, fría esta noche, quien nos abrace y nos una incluso más.
Ella acepta, y yo me siento, apoyo mi espalda incómodamente en un tronco de un árbol talado. Ella se recuesta y apoya su cabeza en mi pecho. ¿Existe manera más hermosa de compartir la cercanía que con el corazón bombeando junto a sus pensamientos? No me importa la incomodidad, yo sólo deseo que ella permanezca ahí, y que no se mueva un centímetro. El momento que aquella vez deseaba que nunca terminara, acaba de volver a comenzar, pero esta vez hay algo distinto: mi corazón late con el doble de fuerza.
¿Será ella consciente de aquel cambio en mi pecho? ¿Sabrá interpretar mis pensamientos sólo por el latido de mi corazón? ¿Soy yo capaz de entenderla? No sé ninguna de estas respuestas, pero existe una manera de conocerlas. Tal como aquella vez en que el sol nos abrazó, ahora miro cada uno de sus detalles. Miro la posición de su cara, miro sus ojos, miro su nariz, su cabello que parece querer abrazarme, y miro sus labios. Me detengo ahí, pienso y mi corazón bombea fuertemente una, dos, tres veces, y luego se detiene. Crece mi sonrisa, respiro lentamente y miro el mar. Levanto mi cabeza y miro la luna. Vuelvo a mirar sus labios, labios que descansan mientras ella mantiene sus ojos cerrados. Mi corazón bombea otra vez con mayor fuerza. No me reacomodo. Mi espalda comienza a doler, pero reacomodarme significaría perder la posición que me permite mirar sus labios, que significa tener el campo abierto para la decisión que quiero tomar, pero que no me atrevo aún por causas del nerviosismo. Respiro, y pienso si ella estará pensando lo mismo. ¿Notará mi respiración? ¿Notará como mi corazón golpea cual si quisiera salirse de mi pecho? Ella no se mueve, pareciera estar dormida, y yo vuelvo a mirar sus labios, y mi corazón vuelve a golpearme con fuerza, pero esta vez tomo ese impulso, y me acerco. Cierro mis ojos, y siento su respiración en mis labios, y ella probablemente siente la mía. Y en un segundo siento en mi boca aquello que tres veces amenazó con sacarme el alma del cuerpo. Me sumerjo, me sumerjo, me sumerjo y me pierdo profundamente. Estoy totalmente sedado, con el corazón bombeando y amenazando con arrancar de mi cuerpo. Sin embargo, ella demuestra haber estado siendo atacada por los mismos pensamientos que yo tenía. Eso me pone feliz, y me reacomodo para besarla con mayor verdad. Nos besamos, nos besamos y desearía ahora que este beso nunca terminara. El primer beso une con una fuerza indescriptible las almas que previamente se abrazaban. El primer beso es único e irrepetible, el primer beso marca el resto de la relación, el primer beso podría considerarse como las células madres que curan cualquier enfermedad. Su recuerdo trae felicidad, trae lágrimas, trae ideas positivas y llenas de amor. Y yo ahora me encuentro sumergido en tal milagro. Nos separamos por un segundo, nos miramos, y volvemos a besarnos. Definitivamente estamos unidos. Pero ¿y mi flecha? ¿Olvidé lanzar mi flecha? ¿Dónde está mi flecha? ¡No la veo en su corazón, no la veo en su corazón! ¿Fallé miserablemente otra vez? Oh, no… no fallé… La flecha está en mi corazón.

Texto agregado el 25-06-2015, y leído por 64 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
29-06-2015 El primer beso suele ser el inicio de un camino empedrado. Muy buena tu historia. -ZEPOL
25-06-2015 !Ay ese primer beso inolvidable!. Me gustó pacurro
 
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