Detrás de la puerta translúcida veo tu silueta y mi día se alegra.
Sé bien que no has pasado llave, pues no hace falta: confías en mí.
Generalmente me siento en el suelo y conversamos.
Recordamos, reímos, disfrutamos.
Y algunas veces me parece notar que la puerta se entreabre, y te pregunto si estás bien, si necesitas algo.
Y tú me contestas con cortesía que me quede tranquilo, porque estás bien donde estás.
Y yo me alegro por tí. Y suavemente cierro la puerta y me retiro.
Para que descanses y sigas siendo feliz.
Sin mí, pero de alguna forma conmigo.
Hasta la próxima vez, cuando mientras estemos charlando yo vea que la puerta está entornada y vuelva a preguntarte si estás bien así o puedo ayudarte en algo.
Y tú me invites a pasar...