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Inicio / Cuenteros Locales / jacintogiobbe / LOS CUENTOS DE LA NONNA GHETTA - EL TESTAMENTO

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Como había sido siempre desde su juventud, el abuelo Pedro solía levantarse en las horas tempranas, gustaba disfrutar de los amaneceres y la llegada de los pescadores, recordando con nostalgia, los días de pesca de sus años mozos. Jugaba en adivinar cual sería la barca que habría tenido la mejor pesca, haciendo apuestas por un vaso de vino con el amigo Alberto. En realidad no todo se trataba de adivinanzas, su experiencia le había enseñado a juzgar las expresiones de los pescadores, si estas eran de alegría y el calado de sus barcas era excesivo y además avanzaban con lentitud, sin ninguna duda habían conseguido una pesca abundante.
Ese día, Alberto lo encontró sentado sobre una de las columnas de amarre, muy pensativo con la vista fija hacia el horizonte, como si estuviese buscando algo, sin lograr divisarlo.
Estaba tan sumido en sus pensamientos que de primera no contestó el saludo, Alberto se sentó a su lado sobre un cúmulo de redes, e intentó forzar una conversación, se conocían demasiado para no darse cuenta que algo muy serio lo preocupaba, ¡decidme Pedro! ¿Supongo que aún puedo considerarme tu amigo? Este asintió casi con un gruñido, ¡entonces porqué no me cuentas que corno te sucede! Pedro se dio vuelta casi con desgano, tenía los ojos llorosos y con voz temblorosa contestó: nadie puede ayudarme ya que hasta mi propio hijo está en contra mía.
Y empezó a relatarle al amigo el mal modo que la nuera, su hijo y nietos lo estaban maltratando, tanto es así que ya casi estaba envidiando al perro. Alberto escuchó con atención sus penas, dejando que se desahogara, luego diciéndole con toda tranquilidad no te desesperes!hazme caso en todo y ya verás como lograremos cambiar sus malos hábitos.
Mañana bien temprano antes de que tu hijo vuelva de la pesca y la vaga de tu nuera se levante nos encontramos en la playa.
Pedro no entendía nada en absoluto, hasta se le ocurrió que estuviese tomándole el pelo cosa que descartó al instante, no podía ser que su único y mejor amigo hiciera semejante cosa en el peor momento de su vida.
El día siguiente Juan salió sigilosamente de la casa hasta el sitio preestablecido adonde Alberto lo estaba esperando, a su lado tenía un viejo cofre de madera, su tapa abovedada y sus rústicos herrajes de hierro forjado, hacían recordar los usados en las películas de piratas para salvaguardar sus tesoros. Juan al verlo, de primera se sorprendió, pero mucha mas fue su sorpresa al ver el extraño contenido del cofre.


Alberto se había tomado el trabajo de elegir unas trescientas piedras, de las típicas redondas y planas, parecidas en su tamaño, las típicas usadas cuando chicos en sus juegos, compitiendo al lanzarlas con fuerza, haciendo que rebotaran sobre la superficie del agua, viéndolas deslizándose con pequeños saltos hasta perder la inercia, hundiéndose en el mar.
Al verlo parado al lado de ese extraño cofre lleno de piedras, Pedro miró a su amigo con recelo, en su cara se notaba claramente una expresión de desconfianza ¡Alberto, no me embromes! No te tengo humor para aguantar estupideces, este lo tranquilizó con una palmadita en el hombro, bajó la tapa del cofre cerrándola con un gran candado que llevaba en su bolsillo luego tranquilamente lo invitó a sentarse sobre el mismo.
Conversaron durante unos minutos en los cuales Alberto le explicó brevemente de que modo debía actuar de allí en más, luego cargando el pesado cofre, tomaron el camino hacia la casa, apresurándose en depositarlo sigilosamente de bajo de la cama de pedro antes que la nuera se despertara.
Desde ese día Pedro siguió fielmente las
Instrucciones recibidas, todas las noches después de la cena, soportando con indiferencia los malos tratos acostumbrados se retiraba en su dormitorio echándole traba a la puerta, a la cual había sellado previamente cualquier posible fisura, de manera que nadie pudiese espiarlo, cuidaba todos los detalles, haciendo que al cerrar se escuchara el trancazo del pasador y el clasico clic clak de la cerradura que en aquellos tiempos eran bastantes ruidosas debido a sus mecanismos todavía primitivos. Después de haberse asegurado su intimidad, empezaba la ceremonia ya premeditada.
Le quitaba el candado al cofre, volcando las piedras sobre la cama, haciendo todo el ruido posible para no pasar desapercibido, luego una tras otra, la volvía a tirar en el baúl haciéndolas sonar, al mismo tiempo las contaba en voz alta para ser escuchado, de ser posible hasta por los vecinos.
Unos pocos días más tarde al pasar, la nuera escuchó un tintineo extraño, no pudo resistir la tentación de descifrar su procedencia, al instante se dio cuenta que los sonidos provenían desde el dormitorio del viejo, pegó el oído a la puerta y no podía creer lo que estaba escuchando. Se sentía conmocionada ¿el viejo poseía más de trescientos patacones de plata? ¿Como era posible? ¿Como no se habían percatado antes? Escuchó el clik del candado al cerrarse y corrió hacia su dormitorio, con unos violentos sacudones despertó al marido, el cual por estar medio dormido, no entendía absolutamente nada de lo que la mujer queria decirle.
Ella, sobresaltada repetía constantemente lo que creía haber escuchado y aún no terminaba de entender. El marido alegaba no saber nada y se resistía en creerlo, acusando a la mujer de fantasiosa.




El día siguiente esperaron con ansiedad la hora en que el viejo se retiraba a su dormitorio y en cuanto sintieron colocar la traba a la puerta, los dos se precipitaron sobre la misma aplastando sus oído sobre la misma.
Por unos segundos, que parecieron eternos, solo escucharon el silencio, luego sintieron el clásico clik del candado al abrirse y seguidamente el ruido de los supuestos patacones al ser volcados sobre la cama, a continuación escucharon la voz del viejo acompañando el tintineo, uno, dos, tres……… ….doscientos noventa y nueve, tres cientos, se miraban llenos de sorpresa, salieron apresuradamente, no querían ser descubiertos.
Ya no había duda alguna, le costaba creerlo, el viejo poseía una enorme fortuna, fortuna que muy pronto heredarían.
En la mañana siguiente quien se llevó una gran sorpresa, fue el mismo Pedro. Estaba por salir, como lo hacía habitualmente todas las mañanas, cuando escuchó la voz estridente de la nuera ¡buen día papi!
De primera Pedro se dio vuelta, miró atrás suyo creyendo que esas palabras estaban dirigidas hacia otra persona, volvió escuchar esa voz antipática que siempre lo había insultado, invitándolo a que tomara el desayuno que ella misma le había preparado, Pedro miró la mesa y no lo podía creer, biscochitos servilleta y mantel limpio adornaban la mesa, faltaban los globos y la velitas por parecerse a un cumpleaños,


Pedro miraba la mesa cual si fuera un espejismo, quedó unos instantes indeciso, sin entender, luego cayó en la cuenta, el pescado había mordido el anzuelo.
Desde ese día en más, su único trabajo fue contar los supuestos patacones hasta el aburrimiento.
La noticia se había filtrado entre los demás familiares los cuales para ganarse su simpatía y no ser excluidos del testamento, se ufanaban en mimarlo al punto ya de sentirse molesto. Gracias al ingenio de Alberto, Pedro pasó sus últimos años con comodidad y bienestar.
Llegó llego el día que todos esperaban con ansia, Pedro se encontraba en su lecho de muerte.
Todos los parientes fingían con gran esfuerzo una congoja por su inminente partida. Estaban alrededor de su cama, como buitres esperando despojar a su victima, ansiosos en conocer el testamento, anhelando en ser recompensados por las atenciones que les habían brindado.
Se esforzaban en simular la alegría, sentían cosquillas en sus manos el solo pensar que muy pronto podrían acariciar esos patacones largamente deseados.
Sin duda alguna, eran muy buenos atores, algunos hasta lloraban, apiñados alrededor de su lecho, con sus caras compungidas, esperaban con impaciencia ese final largamente deseado.




La mirada cansada de Pedro recorrió esas caras una por una y haciendo lentamente una seña con la mano, como diciendo ¡tranquilos! Que hay para todos, luego dijo sus últimas palabras: Hijos míos en ese cofre que se encuentra debajo de mi cama, está guardada la herencia que todos ustedes bien se merecen.
En el encontraran mi testamento en el cual a cado uno le asigné su parte según su merecido, lo único que les pido como mi última voluntad, tengan un poco de paciencia y antes de abrirlo me hagan un lindo entierro, luego vengan y repártanse mis ahorros.
No faltaron las típicas fayuterías, papá usted va a vivir muchos años, el dinero no tiene importancia, primero está la salud, etc. etc. Pedro sentía que lo estaban llamando, poco más tarde murió con una sonrisa en los labios, seguramente se estaba imaginando la repartija de su testamento.
En el pueblo se sabía los deseos del viejo, por lo tanto para no quedar como amarretes, hicieron entre todos una gran colecta a cuenta de la herencia.
Hubo algunos que fueron realmente generosos con sus contribuciones, el funeral fue el más recordado en las memorias de ese pueblo.
No terminaban de echar la última palada de tierra sobre el féretro, que ya todos estaban corriendo desesperados hacia la casa con el fin de abrir el cofre, parecían gallinas hambrientas queriendo abrir una bolsa de maíz.
No pudiendo encontrar la llave, abrieron el cofre a martillazos, solamente si quienes en su vida hayan sido estafados, podrá entender como se sintieron.
De haberlo sabido antes, seguramente lo hubiesen tirado al mar, ahorrándose el dinero del entierro. Gracias a las sabias enseñanzas de Alberto, Pedro se había hecho justicia cobrándose los malos tratos sufridos en los años anteriores.

Hay que reconocer que Pedro fue muy atento, ya que adentro del cofre sobre los supuestos patacones, dejó para todos ellos una nota, casi poética.

CUANDO LEAN ESTA NOTA, NO SERE MÁS PEDRO EL BUENO. LES DEJO ESTAS PIEDRAS, PARA GOLPEARSE LOS HUEVOS.

Vuestro querido Pedro.

Texto agregado el 28-07-2015, y leído por 105 visitantes. (0 votos)


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