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Tú y yo contra el mundo
Por piedad, ella se le acercó.
Por necesidad, él decidió tomar el control.
—Mira esto: aquí acabamos. Hablando una vez más en el mismo contexto —dijo él.
—No me sorprende viniendo de ti.
—Eso quiere decir que no hemos cambiado. Pero acabamos aquí mismo.
—Y es porque yo lo quise así. Por alguna razón, así lo quise.
—Pero claro. Tú lo quisiste así y hoy voy a necesitar un poco de ese deseo tuyo.
—¿Qué quieres? —Inquirió ella.
—Nada. Ya tengo lo que quiero.
—Permíteme dudarlo.
—Dude lo que quiera, pero yo sé que tengo lo que quiero.
—Si fuera cierto no me habrías llamado.
—Tranquila. Solamente quería decirte que nos falta algo y creo que podrías ayudarme a conseguirlo.
—¿Ves que querías algo?
—No he dicho que lo quiera, pero quizás pueda ser útil.
—¿Qué sería?
—Tranquilidad.
—¿Cómo podría conseguirla?
—Parte por casa.
—Como quieras.
—Tú y yo contra el mundo otra vez, ¿qué te parece?
—Me encantaría.
Se dieron la mano y se fueron como si nunca se hubieran visto.
Pero no podían desconocerse, es cierto. Intentaban hacerlo, pero no podían olvidarse del otro. Eran mundos llenos de intrigas que les llamaban la atención a pesar de saber todo sobre el otro de antemano.
Como si hubiera terminado todo, él llegó a casa.
‹‹Me destrozo los nervios yo mismo. No hay que luchar contra la corriente, dicen algunos, pero yo no sigo el mainstream, o al menos no del todo ni con fe religiosa. A pesar de eso, me destrozo los nervios yo mismo.›› Se decía él como si hubiera hecho algo malo.
Se alejó un tiempo de ella como si le diera un espacio para respirar.
Por error, él se acercó nuevamente.
Por desgracia, ella consintió.
—Y aquí estamos otra vez… mismo contexto, mismas ideas, solamente tú has cambiado —comenzó él.
—Lo sé… creo que esta vez ya no habrá próxima.
—La habrá, te lo firmo si quieres, pero no será inmediata.
—Claro…
—Ya no sé ni por qué hablo —dijo él más para sí mismo que para ella—. Cada palabra me raspa más.
—Haz un esfuerzo.
—¿Conseguiste la tranquilidad?
—Sí. Además, todo salió bien.
—¿Unas gracias?
—No serán suficientes.
—Es lo único que puedes darme.
—Entonces gracias —dijo ella sonriendo débilmente.
Ella intentó atravesar el umbral de los ojos de él. Esta vez no era mera curiosidad, sino que se presentaba ante ella la posibilidad de ratificar cierta sospecha. Dándose cuenta, él desvió la mirada.
—“Tú y yo contra el mundo”… Es una linda frase —dijo él con la mirada perdida.
—Lástima que tenga que morir con esto… No lo sé… Es como si necesitara un poco de esta cosa rara. Siento como si me hiciera falta un poco más de momentos así.
—Tú tienes la tranquilidad que te pedí. Por favor no la pierdas.
—Bueno —contestó apática—. ¿Podrías mirarme siquiera?
—No. Lamento decirte que esta vez no. Además, debo irme.
—Nos vemos entonces.
Él se despidió sin mirarla y, apenas estuvo fuera del alcance de ella, su voz se quebró dolorosamente y sus ojos quisieron llorar.
‹‹No seas imbécil. Esto era lo que querías. Es muy útil. No necesitas más para darte cuenta de la realidad. Este es el único cable a tierra que necesitas y tienes. No puedes quejarte, que eso no se permite a los que tienen lo que querían. Piensa en ella… No lo hiciste por ella. Fue por ti, masoquista de mierda. Pero mira: un final feliz para una historia en la que no participas. Esta no es tu historia, hombre… Esta no es tu historia.›› Se decía y repetía para serenarse.
Pero, por alguna razón, era la oportunidad que tenía para ser quien debía ser.
Ante todo, ella se mantuvo firme e ignorando cualquier cosa que pudiera pasar, pensar o sentir, se largó a buscar la tranquilidad.
Entonces se dio cuenta.
‹‹Bueno. Él quiere que esté bien, así que no debería morir en vida por esto. Debo estar despierta… aunque en el fondo creo que ya sé por qué lo hace. Eso es: él quiere estar tranquilo y quizás por eso quiere que yo esté bien. Pero pude ver que no él no estaba bien. Por desgracia, él no está bien. Entonces yo no puedo estar bien y el mundo entero quiere que uno de los dos esté mal. De ahí entonces la frase. “Tú y yo contra el mundo”. Es hermoso cuando se piensa en lo que parece decir. Romántico y atrevido, pero el sentido que él le dio; el tono que usó, la cara que puso y los gestos me dicen que lo que de verdad quiso decir es “tú y yo solos contra el mundo”. Es algo bastante desalentador. No es como las otras veces en que colaboramos para una meta, no. Ahora debemos ir solos y, como él mismo dijo, nos volveremos a encontrar, pero no inmediatamente. Es triste, pero no puedo hacer nada por él›› Pensaba ella.
‹‹Cada uno por su lado. Ya debió haberlo comprendido a estas alturas. Es un proceso complicado, pero deberíamos entenderlo y llevarlo a cabo… Bueno, cada uno por su lejano lado. Estoy seguro de que vamos a encontrarnos nuevamente, pero ya estaremos rehechos y yo sé que ella podrá hacer de sí misma una persona tranquila. Yo, por mi parte, tendré que volver a ir a contracorriente. Por algún motivo equis tendré que volver a luchar contra todo y todos solo para… ¿Para qué? Felicidad nirvana, quizás.›› Reflexionaba él.
Al siguiente encuentro similar, ella estaba en una relación con alguien a quien de verdad creía amar.
La había invitado a tomar una taza de café.
—Llevamos tiempo sin vernos.
—Tal y como querías: tú y yo contra el mundo, ¿o no?
—Así es.
—¿Para qué me invitaste?
—Para hablar contigo. Quiero saber de ti.
—Bueno… como ya sabes, estoy en una relación y créeme que me siento muy realizada.
—Sí, lo sé… me cerraste la puerta en la cara por estar con él hace unos días.
—¿A qué te refieres?
—¿Recuerdas cuando te llamé?
—Sí.
—Iba a invitarte una taza de café. ¿Recuerdas tu respuesta?
—No.
—Fue: “Qué bueno que me llamas, pero estoy ocupada en este momento con el César.”
—¿Te dolió?
—Más de lo que crees.
—Tranquilo —dijo culposa—. No quería decir eso…
—A veces me pasa que siento como si nos hubiera separado algo… Y creo que ese algo en realidad es una parte mía.
—Tú así lo quisiste, pero no es tan grave. Podríamos encontrarnos más seguido.
—Sabes perfectamente que me refiero a que no podemos hablar más que temas superficiales.
—¿Qué lo impide?
—No lo sé… Aún estoy aturdido por el portazo.
—Entonces perdóname —dijo abrazándolo.
Permanecieron abrazados durante muy poco tiempo, pero a él le bastó para decidir volver a darle vueltas al asunto.
‹‹Ella me… Me hace sentir bien. En este momento es como si estuviéramos conectados. Respiramos al mismo tiempo y siento su calor como si me lo estuviera regalando. Estoy cerca de ella, pero de verdad que necesito encontrarla. Ya no más tonterías›› Se dijo él.
—Te quiero más de lo que puedo decir —dijo él con el alma a punto de caerse a pedazos.
—¿En serio?
—Sí.
—No… Por favor… Todo menos esto…
Ella no quería verse en esa encrucijada. En parte porque estaba demasiado confundida, en parte porque todo lo que creía ganado se desmigajaba demasiado rápido.
—El show debe continuar, ¿no? —comentó con un asomo de tristeza.
—¿Te gustaría que fuera así? —inquirió lo más serena que pudo.
—No.
La respuesta de él salió de sus labios como si no estuviera ahí. Salió como si él no estuviera en ninguna parte y lo supiera. Lo malo era que estaba ahí; consciente de que tenía enfrente a una persona que le hacía rasgarse el cuello con sus propias uñas.
—Ya veo…
—No quiero que esto continúe así. No quiero más distancia. Perdón si te lo digo así, pero sigo aturdido.
—Perdón. No era mi intención hacerte sentir mal y…
—No te disculpes por mis tonterías. Solo a mí se me ocurre llamar a una persona que está en una relación estable para hablar con ella. Tal vez es esa parte mía que quiere estar contigo la que nos separa.
—Entonces supongo que deberías dejar de quererme.
—Lo dices como si fuera fácil.
—Y tú lo dices como si fuera imposible.
—Lo dices porque no lo has vivido. No sabes lo que es dejar de querer a otra persona. Tú estás con quien quieres. Yo no y nuestros casos siempre han sido así.
—Deja de hablar así. Hay montones de…
—No. No hay nada más que un mundo que nos quiere lejos. Y tú estás dentro de ese mundo.
—No digas eso. Por lo que más quieras no lo digas.
—No vale la pena guardármelo. Por ahora sólo me queda preguntarte una cosa. ¿Qué nos separó?
—Tú, yo y todos los demás. Lo que tú hiciste no fue nada grave. Solo hiciste lo que tenías que hacer y esperaste lo que tenías que esperar. Todo lo demás va a al mismo punto: tú y yo no podíamos estar juntos.
—¿Por qué no? ¿Podrías imaginártelo?
—No. No había ninguna forma. Somos muy diferentes.
—El que no te lo puedas imaginar no significa que no se pueda hacer.
—Pero todo se hubiera vuelto nada.
—Hubiera sido mejor a esta variante. Hubiera preferido que el amor se extinguiera. Como sea, ahora debo lidiar con un flujo demasiado grande como para frenarlo. Me destruye por dentro y no tiene piedad.
—Entonces creo que mejor me alejo antes de que esto sea irremediable —sentenció sin saberlo.
La mirada de ella se perdió por completo en la mesa y desapareció de la conversación. Ya no estaba ahí y se fue en silencio hasta su casa prematuramente. No volvió a hablarle hasta tres meses después.
Él, muriéndose lentamente, le dejó en la puerta de la casa la carta que sería la despedida final. Ella no leyó ni una sola palabra hasta tres semanas después.
Durante el último encuentro que tuvieron fue ella misma quien lo encontró y le leyó la carta tantas veces releída y memorizada con cada detalle.
“Estimada imposibilidad: Mañana a las ocho complaceré a todo el mundo. No me importa si hay o no un sol radiante o un arcoíris después de la tormenta. No puedo verlos y me molestará infinitamente buscarlos. Al fin y al cabo, no tiene caso seguir. Debo complacer al cruento destino y ser de su propiedad. Estás libre de sus garras y, si tengo suerte, podré verte desde lejos en tus momentos de felicidad. No tengo ningún rumbo. Tampoco noción alguna de lo que pasará; solo sé que te extrañaré. Lo único que tengo es la esperanza de que todo lo que haré será para bien. Sonríeme aunque no pueda verte. Es lo que querría si estuviera a tu lado. La balanza estará satisfecha. Hice por mi parte todo lo que estuvo a mi alcance, no lo desperdicies. Creo que ya te lo dije todo. Sinceramente, espero que no lo entiendas. Tuyo, C.L.”
—Me lo dijiste y yo desaparecí. Mi trance me impidió oírte. Mi propia felicidad se llevó la tuya. No debió ser así. De ninguna manera. Esto no debía pasar. No debías irte. Los tiempos mejorarían y podríamos haber sido felices por separado, pero te fuiste. En el fondo fue porque yo me fui antes, pero tú fuiste más cobarde aún y te fuiste sin decírmelo claramente. Aún no te he encontrado y sé que no me responderás. Esta persona que veo al frente sé que no eres tú. Tú estás en otro lado y no puedo ir a sacarte. No puedo quebrar tu silencio y tú jamás volverás a escucharme. Fallé en todo lo que quería y tú me lo hiciste saber. Sin querer lo hiciste. Me lo dijiste sabiendo que no te escucharía. Me lo dijiste sabiendo que te irías. Te despediste después de irte. Y yo te escuché después de haberte despedido. Tú no estás aquí. Tu rostro sigue igual. No puede cambiar, solo deshacerse y no puedo saber dónde estás. Sigues conmigo y me lo repites una y otra vez. No me canso de oírlo. No me canso de llorarlo. No me canso de sentir esas últimas palabras. El cuerpo de esa carta que solo tu voz puede interpretar bien me tiene recordando el silencio. La sensación de que esa única voz que puede leerme la carta desaparece cada día más me carcome. No estaré tranquila hasta saber qué fue de ti y probablemente no lo sepa jamás en esta vida. No sirve de nada pedirte perdón. Tú no me estás escuchando. Tú jamás me perdonarás.
Ella tardó mucho en comprobar que la Vida le dio otra oportunidad y que él la cambió por una estadía de cuatro semanas en la cárcel más cercana. Él no sabía que estaría allí cuatro semanas cuando se presentó ante el juez, se declaró culpable de los cargos y pidió una estadía indefinida en la cárcel hasta que se pagara su fianza. Esperaba estar ahí durante décadas, pero ella llegó al juzgado y pagó su fianza.
El carcelero que habría de ser su verdugo en caso de pena de muerte le abrió la celda para el reencuentro.
—¿Para qué viniste?
—Para que nos vayamos. Tu fianza está pagada.
‹‹No era mi historia›› pensó él.
Ella sonrió cuando él la miró y fueron guiados a la salida por el carcelero.
Por alguna extraña razón una nueva puerta se abría ante su emoción.
Por último, se detuvieron en la puerta con miedo e indecisión.
—Tienen una vida nueva por vivir —dijo el carcelero—. Espero termine mejor.
Los empujó hacia el umbral donde una luz cegadora los transportó a años cercanos en un mundo desconocido. Salieron del útero en diferentes momentos y diferentes hospitales. Era una nueva oportunidad para este experimento del destino.

Texto agregado el 31-07-2015, y leído por 94 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
01-08-2015 No sé porque no me sorprende, Pero lo leo gratamente. siemprearena
 
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