Cuando besaba su boca o besaba su ombligo, solía abrir bien los ojos - las pupilas se dilataban, los músculos se contraían, el sudor resbalaba por la cama - como si María pudiera robarle su aliento o atarlo para siempre a su cintura con un nudo de marinero.
Abría los ojos para no perderla de vista, para que no se escurriese entre sus dedos...como si ella fuera a quitarle su alma de niño que navega tranquilo en alta mar.

Y cuando parecía que iba a llover de sus ojos grises, Javier miraba a través de las pestañas, como quien acecha por el ojo de la cerradura a la silueta de dos amantes que se miran en un espejo.

Sabe lo que quiere: ser testigo de la entrega, cuando los labios de carmín devoran sus secretos más recónditos y las nuevas palabras que nacen del deseo impregnado en la saliva.

Y lo que quisiera: atrapar eternamente todo el cuerpo erótico del amor fugaz.



Leila A.Schiele