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EL OCASO DE MARTÍN
Randy Jordán Almaraz

El viento empujaba dos hojas secas frente a los ojos de Martín. Él las siguió con la mirada hasta que se perdieron por completo calle abajo.
El peso de sus ochenta años se reflejaba de alguna manera en aquel molesto dolor en la espalda. Esas malditas punzadas le dificultaban por momentos la respiración. Él, ya resignado, cerraba los ojos y erguía la cabeza inhalando con fuerza varias veces hasta que por fin el dolor iba desapareciendo y se perdía como aquellas hojas secas.
Todas las tardes, desde hacía varios años, se sentaba en el umbral de la puerta y apoyado sobre su viejo bastón de madera contemplaba casi inmóvil la muerte del día. Todos ellos eran iguales para él, no llevaba la cuenta de días ni meses.
En ocasiones su mente escapaba del cuerpo y divagaba en pensamientos confusos. Las horas pasaban rápidamente y sin darse cuenta, el día ya estaba otra vez en la recta final.
Al terminar el ocaso, se levantaba con dificultad y después de tomar su mate de coca, recorría lentamente el largo pasillo en dirección a su cuarto para desaparecer nuevamente en un sueño que duraría hasta el día siguiente, y al despertar, todo comenzaba de nuevo.
La angosta calle estaba casi siempre desierta, cuando no, era que pasaba alguien muy deprisa caminando. “Tenga usted muy buenas don Martín” le decían, y él apenas agachaba la cabeza pero los seguía con la mirada; caballeros, niños, mujeres u hojas secas eran desde ya hacía muchos meses la misma cosa.
El día transcurría impasible ante un tiempo mucho más que indiferente para él. Horas, minutos y segundos se fundían ahora en el único enemigo que impedía a Martín apreciar su ansiado ocaso...
Martín cierra fuertemente los ojos. Otra vez ese dolor que golpea la espalda y presiona los pulmones.
Una leve brisa acaricia su rostro y juega con sus cabellos blancos y ondulados. Esta brisa le devuelve poco a poco el aliento pero nunca más la sonrisa.
Abre los ojos y su mirada se encuentra con al de un niño a pocos metros. Ambos frente a frente, inexpresivos, inician una silenciosa batalla...
Para Martín, el muchacho mancha con gotas amargas de nostalgia el blanco mantel de su atardecer, pues ese es su espacio... “Juventud desafiante y altanera” pensaba sin retirar los ojos de aquel niño.
Habían cinco años dentro de esos pantaloncitos rotos y camisa sucia; ochenta bajo ese sombrero de paja. El principio del día y el ocaso. Dos colores opuestos en la paleta pero exquisito complemento en la pintura.
Aquella batalla duraría pocos segundos y Martín, por su puesto, tendría la victoria. El muchacho sonrió levemente y se marchó en silencio.
Martín quedó todavía varios minutos con la mirada puesta en el lugar en que había estado el muchacho. No pudo evitar recordar con tristeza su propia niñez... ¿Gotas amargas de tristeza?. Sí. Gotas envenenando su tranquilidad; gotas que se evaporaban al tocar su alma ardiendo de melancolía; gotas que sin querer, lo llevaban en un doloroso viaje a otro tiempo.
Recordó con mucha claridad aquel lluvioso amanecer hace tantísimos años en casa de Paulina, su madrina, en el que después de varios minutos contemplando el agua caer por la ventana, salió corriendo en dirección al viejo molle del patio para recoger los juguetes que dejó tirados la tarde anterior; un trompo gastado, un trencito hecho de latas de sardina y carretes de hilo, cinco o seis canicas de vidrio, y la vieja pelota de trapo, regalo del tío Marcial.
Los recogió con cuidado. No le importaba mojarse pues Paulina le había dicho que la lluvia es agua bendita que el Tata Diosito derrama desde el cielo para limpiar el alma de los hombres, alimentar el suelo, y purificar el aire que respiramos.
Martín contemplaba desde el molle las enormes gotas de agua estrellándose en el techo de la casa en el suelo, y poco a poco en su rostro.
Muchísimos años después recordaría con detalle aquella hermosa sensación: El agua golpeando su cara y escurriéndose ágilmente entre su pecho y la ropa mojada. Era la primera vez que se había preguntado si eso era realmente sentirse vivo, ahora, después de muchísimos años, tenía la respuesta.
Martín despierta. Respira profundamente y un ligero gesto de dolor se dibuja en su rostro. Unas cuantas arrugas le aparecen en la cara y trata lentamente de enderezarse asiendo fuertemente el bastón con ambas manos.
Sin desaparecer el dolor, abre los ojos suavemente y distingue el brillo del sol cerca de los cerros. La noche llegaría ya muy pronto y eso era lo único que el deseaba; la llegada de su ocaso.
Como siempre perdió la noción del tiempo otra vez y se quedó inmóvil por uno minutos...
Esta vez el ocaso llegó de golpe y Martín extrañó aquel delicado matiz rojo entre los cerros del frente. El día se había ido. La noche lo había reemplazado en miserables segundos. No había brisa... ni su sonido ni sus caricias. El dolor había desaparecido por completo y el eco sordo del bastón golpeando las piedras al caer, se oyó lejos.
La oscuridad era absoluta, y Martín no necesitó de luz para llegar a su cuarto, y perderse ahora en un último y descansado sueño eterno...

Texto agregado el 07-09-2004, y leído por 285 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
29-09-2011 muy buenas descripciones, me ha gustado mucho tu relato, tal vez morir sea para algunos una experiencia por demás dulce, quien lo ha contado? bellaboo
03-09-2005 BIEN RA ! REALMENTE eres un artista sabes expresar las cosas tan bien que se pueden ir viviendo! vas ha ser famoso jeje un besito CE princecita
24-07-2005 Es muy bueno Randy, ya te lo dije, me parece lo mejor que lei de ti, un abrazo, querido amigo chalito_roli
08-06-2005 increible randolph de dondecitos te has copiado esto yaaaaaa! mamada esta de pelos buey te has pasado esta muy bueno bien relatado es prfundo te hace navegar en la mente del niño y del viejo los juguetes son del chapulin no? los reconoci y me dio un a idea entra a leer a yosoy y te ubicaras felicidads chato has mejoarado mucho tu calidad tato yosoy
28-09-2004 Randy: Es lo mejor que te he leido hasta ahora, un relato especialmente bien escrito, una historia bien llevada de principio a fin y con un lenguaje sencillo, entendible. Felicidades, cada vez mejor. meci
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