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La siguiente historia se me vino en mente una mañana mientras intentaba despertar; como bien sabemos el momento más difícil del día suele ser irónicamente el momento de levantarse.
Entre la vigilia y el sueño me hizo recordar una hermosa escena de mi niñez, cuando en épocas de invierno, mi abuelo solía venir a casa a visitarnos y tomar un poco de atole caliente, mientras nos contaba unos cuentos alrededor del fogón, que se ponía en el centro de la casa para calentarnos un poco y olvidar los días fríos de invierno.
Y de tantas historias contadas, esta es la historia que mas me encantó. Porque considero que más que contar hechos fantasiosos, permite reflexionar sobre lo que en ella se transmite.
Esta es la historia de un campesino, al cual yo llamaré Manuel.
Manuel era un hombre de una edad avanzada, que toda su vida se había dedicado al campo y a buscar siempre lo mejor para su familia, pero a pesar de sus tantos esfuerzos, de levantarse temprano y comenzar a trabajar antes de que saliera el sol y detenerse hasta que el sol se ocultara, no había podido lograr sus sueños.
Por lo que molesto por la situación que llevaba, furioso le reclamó a Dios sobre su situación. – ¿Cómo es posible de que yo todos los días trabajo y trabajo no veo el reflejo de mi esfuerzo? y sigo igual como si no trabajara, ¡tú eres el culpable!- dijo mientras terminaba una oración-. Jamás aquel buen hombre había contradicho a su Dios, todo lo que pasaba en su vida tenía un por qué, pero eso solamente el creador lo sabía. Y sabia porque hacia las cosas. Pero en ese momento aquella fría cabeza le borro esa idea.
El coraje y la frustración, lograron que se quedara profundamente dormido.
Mientras tanto en su sueño se le apareció un hombre muy viejo, con unas canas blancas, blancas como la nieve y lo único familiar que encontró en él era el rostro. –Es verdad que has trabajado mucho y que siempre has sido fiel a tu Dios a lo largo de toda tu vida-dijo aquel hombre mientras le estrechaba la mano. – Para que cambies la situación en la que vives, te pediré una última acción– – Dime ¿qué?, y yo con mucho gusto lo haré- dijo aquel campesino emocionado.
–Cuando, la lluvia arrecie – explico aquel hombre –y se escuchen los truenos y se vean centellar los rayos que llegan hasta la tierra y se unen con el cielo, inmediatamente ve y busca dos caminos que formen perfectamente una cruz y toma posición en medio de ellas. Y un rayo caerá sobre ti y te llevara hasta el Dios en quien tú has creído– dijo aquel anciano mientras se esfumaba entre los sueños de Manuel.
En la mañana siguiente, Manuel no podía creer lo que había soñado. Pero se levanto como todos los días, pero en esta vez, en vez de ir al campo decidió ir en busca de aquel camino, que aquel anciano le había encomendado.
No pasó muchas horas, cuando a unos kilómetros de su casa encontró dos senderos que al momento de atravesarse formaban una hermosa cruz.
Después de unos días inicio la lluvia, el cual Manuel esperaba ansiosamente, mucho más que en los meses anteriores.
Cada momento que pasaba era importante para Manuel, por lo que se sentó en su puerta para contemplar la lluvia y estar pendiente de la caída de los rayos. –no aún son muy pocos los rayos que caen tendré que esperar unos días más- dijo en el primer día de lluvia.
Pasaron siete días exactos cuando Manuel guiado por su fe y sus sueños fue en busca del camino.
Instantáneamente cuando se colocó dentro de aquel crucero un destello de luz cayó sobre él y por un momento no supo de si, y fue entonces como un sueño el encuentro que tuvo nuevamente con aquel hombre que había visto en la noche anterior.
–Manuel, Por cuanto has creído y me has sido fiel, te supliré las peticiones de tu corazón, he aquí en mis puños las semillas que tú por siempre has sembrado y no se te ha dado. Tómalos y nuevamente siémbralos y yo traeré abundancia sobre ti, por lo que tu familia jamás volverá a tener necesidad de pan- dijo aquel anciano, mientras habría las manos de Manuel para depositarle las dichosas semillas.
–Dentro de este pequeño saco te doy siete monedas que te servirán para levantar tu cosecha y construir un granero más grande– prosiguió aquel viejo.
–Las siete monedas, considero que son pocas– intervino apresuradamente Manuel. –es verdad, pero cada momento que tu tomes las monedas para hacer un cambio, deja siempre tres y de esa manera para cuando tu vuelvas a necesitar, se habrán multiplicado a la cantidad original– indicó aquel anciano.



Texto agregado el 16-09-2015, y leído por 66 visitantes. (0 votos)


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