Lo quería mucho, pero a veces la saturaba. Él hablaba mucho (ella se lo dijo alguna vez), y lograba un efecto extraño que la hacía a veces sentir feliz y a veces invadida.
Eso de tenerlo siempre a disposición era al mismo tiempo tierno como agobiante. Hasta la hacía dudar (internamente, pues ella tenía bien puesta su coraza protectora que no permitía que nadie la llegara a leer completamente), cuánto lo quería, de qué forma lo quería y cómo acomodar todo aquello para que no afectara su bien más preciado: la autosuficiencia, la independencia total y absoluta. Algo irrenunciable y ajeno a cualquier sentimiento: libertad o muerte, parecía ser su lema.
En esos pensamientos estaba ella, cuando llegó él.
La saludó con una sonrisa, como siempre, y ella le respondió de igual modo.
Eran sus últimos días antes de ese viaje que iban a emprender juntos, ese viaje que tanto habían planeado, imaginado, y hasta disfrutado en sus mentes.
Y ella se lo recordó: "Falta poco, eh?"
Él pareció sorprendido (era verdaderamente un hombre muy distraído), entonces ella, armándose de paciencia, le recordó que en pocos días iban a viajar... y él con una extraña sonrisa, hizo el gesto de recordarlo y sentirse tonto.
A ella le gustó mucho ese gesto: lo vio tierno, casi inocente, y también sonrió... y esa fue su última sonrisa por mucho tiempo. Con una inusitada calma, él sacó un sobre de su bolsillo, se lo extendió a ella y comenzó a hablar. Pausado, sereno, sin apuros ni esa verborragia excesiva que a ella le molestaba.
Y muy claramente le dijo: "Mi amor, disculpame, soy un caos andante. Hace como 10 días que tengo esto para darte y por una cosa u otra recién ahora me acuerdo. Podrás creer que me olvidé de devolverte los 283 dólares de tu pasaje? Al final decidí viajar solo, viste? Pero no te preocupes que plata no vas a perder, ok?".