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BENDITO ADAGIO PARTE XII

¡Suspirando en la carretera! Así me encontraba. Javier tenía la radio encendida, cantaba y movía el cuerpo al ritmo de la música. Por instantes me miraba y luego volvía la vista al camino. Yo sonreía, repasando en mi mente el abrazo que le di a Augusto.

Una vez en casa, Linda se despidió con la dulzura que la caracteriza. Todo estaba en orden, con mis narices frías.

Javier me entregó el maletín recordándome que nos veríamos tempano en el trabajo. Antes de marcharse me dio un beso en la mejilla.

Al día siguiente, la rutina nos abordó sin mesura. Trabajamos al máximo para no acumular pendientes y, con suerte, poder descansar el fin de semana.

Mis almuerzos siempre se los dedicaba a Javier; en cambio las cenas eran esporádicas, solo cuando él no tenía planes con Bernardo. Esa noche, Javier me llevó hasta la puerta de mi casa.

—¿Me invitas un café? —preguntó.

—Por supuesto, entra —respondí.

Se instaló de inmediato en mi sofá favorito. Cuando me acercaba con las tazas de café, sonrió con pícara.

—Cariño, ¿sabes quién preguntó por ti?

—No —respondí, haciéndome la desentendida.

—Augusto llamó.

Sonreí. Con la carga laboral de los últimos días, había dejado a un lado cualquier pensamiento sobre él, pero al escuchar su nombre, todas mis ilusiones despertaron de golpe. Sin darme cuenta, Augusto se convirtió en el centro de la conversación y, de repente, me descubrí sonriendo, aliviada, ilusionada.

Los días continuaron con el mismo ritmo agotador, pero Javier siempre encontraba el momento preciso para mencionarlo. Cada día me contaba un poco más sobre él. Sin estar presente, Augusto se convirtió en parte de mis días.

El viernes llegó con la noticia de que trabajaríamos todo el fin de semana. Aquella noche, la hora de salida se extendió para todos. Javier ya tenía planes con Bernardo, así que, tras de una cordial despedida, me quedé sola en la acera. Alce la vista, era una noche hermosa.

Al llegar a casa, seguí admirando el firmamento desde mi habitación. Me atrajo tanto que no fue necesario susurrar su nombre. En un holograma del pasado, visualicé a Alejandro. Retrocedí a aquellos años…

Esa noche, vi caer una estrella. Alcé mi deseo y, para cuando fue escuchado ya había perdido el rastro de Tadeo.

«Un cambio en mi vida», eso pedí. Cuando entraba a la habitación, su mirada se iluminaba y, aunque su voz era débil, se hacía fuerte para llamar mi nombre.

Por aquellos días, mi alma vivía afligida al verlo en ese estado, No solo mi alma, también mis sentimientos estaban enredados. Tuve que dejar la constructora y dedicarme a su cuidado; había prometido hacerlo por el gran cariño que le guardaba a él y a Olinda, su madre.

Me acercaba hacía él con prudencia, evitando despertar su sueño, Un sueño anestesiado que apaciguaba sus dolores, Lo miraba y, en silencio, me preguntaba:

—¿Cuándo sucedió? ¿Qué pasó con el amor?

—El día en que lo conocí, me encontraba realizando mis trámites para obtener la licencia de conducir. ¡En aquel entonces no lo conseguí!

Había llegado temprano a la entidad de transportes y tomé un ticket para atención. Era el año de la reforma del transporte: muchas leyes creadas, otras modificadas, y todo en plena aplicación. El lugar estaba abarrotado de gente, todos pacientes en la espera.

Me percaté de un asiento desocupado y lo tomé.

La sala de trámites para empresas estaba llena. Apenas un pequeño bloque de mampara la separaba de la sala del público. Entonces lo vi.

Estaba empapelado hasta los codos, buscando un sitio donde sentarse. De pronto, el señor a mi lado se levantó, murmurando su descontento mientras se alejaba. Para cuando volví la vista, él ya estaba a mi lado.

Se notaba su impaciencia. Los documentos casi se le caían, así que empezó a organizarlos. Cuando ya tenía todo bajo control, se volvió hacía mí y dijo:

—¡Es una pérdida de tiempo!

—Asentí con un gesto.

—¡Es agobiante tanto trámite!

Le sonreí. La conversación fluyó de manera natural, entre sonrisas y miradas atentas a la pantalla que indicaba el turno para atención.

Cuando llamaron su número, se puso de pie.

—Ya regreso —dijo.

Lo observé por un momento, luego me distraje. Diez minutos después
cuando volví la vista, ya no estaba.

Llamaron mi turno. Me entregaron la orden y el cronograma para mi examen. Agradecí y mientras me retiraba, mis ojos lo buscaron, pero no lo ubicaban. Al llegar al umbral de la entrada, me resigné a no verlo más.

Pero, justo cuando estaba por cruzar la acera, allí estaba.

Sonriendo.

Era inevitable esquivarlo. Al cruzar, llegaría hasta donde él estaba parado.

—No quiero pensar que me hayas esperado —le dije, sonriéndole.
—Tuve que mover el carro. Había pasado el tiempo y no quiero multas. —respondió con naturalidad—. Y sí, te esperé.

El silencio se apoderó de mí.

—¿A dónde te diriges?

—Espera… Hola, soy Alejandro.

—Yo, Andrea. Ahora voy a la universidad.

—¿Te puedo llevar?

—¡No! aquí cerca puedo tomar movilidad. Gracias.

Bueno, entonces, ¿me permites acompañarte?

Acepté. La interacción la sentí natural, su mirada, me brindaba confianza, así que permití que me acompañara en ese corto trayecto.

Antes de despedirnos, me pidió mi número telefónico y se lo di.

Esa noche al volver al departamento, encontré varias llamadas de un mismo número en el identificador. No las devolví de inmediato, aguardé. En un lapso de veinte minutos, el teléfono sonó.

—Andrea, hola soy Alejandro...

No le hice saber que mi intuición ya me había alertado de que las llamadas eran suyas. Con el trámite de la mañana como excusa, la charla se extendió y, desde ese momento, coordinamos una salida. Luego vino un almuerzo, una cena, un desayuno, un paseo, cine, ferias, eventuales fiestas… así consolidamos una bonita amistad.

Alejandro me había contado que cuando nos conocimos, hacía casi medio año que había asumido la dirección de la empresa de su padre, Su padre había fallecido en un accidente de carretera, era hijo único, sin hermanos, lo que lo obligó a dejar su vida relajada y asumir nuevas responsabilidades. Se desligó de su vida social; la prioridad ahora era la empresa y su madre, Olinda.

—Quiero que la conozcas.

Titubeé, pero luego respondí:

—Claro me encantaría.

Tuve una actividad en la universidad y, para mis compañeros, ya no era extraño que llegara con Alejandro, así que lo invité. Era un paseo a un local campestre. Compartimos un lindo momento.

Al regresar y antes de despedirnos, me invitó a caminar bajo el espacio inmenso de la noche, con la luna de testigo. Me miró y no soltó mi mirada hasta que me rindió en un beso.

«Declaración de amor.» Así lo califiqué.

—Andrea, me gustas demasiado. El sentarme a tu lado aquel día estaba escrito.
—¿Quieres ser mi enamorada?

Fue amor. Eso no está en discusión.

Pero el tiempo… siempre el tiempo es quién se encarga de alisar o resquebrajar ese sentimiento tan bonito que cosquillea el estómago.

Continúa…
Krisna

Texto agregado el 23-09-2015, y leído por 289 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
26-09-2015 Estamos atentos a cómo continúa... MujerDiosa
26-09-2015 Leidos todos. Muy buenos. emiliosol
26-09-2015 muy buena narrativa. elisatab
24-09-2015 Me llevaste a recordar las mariposas que se sienten en la panza... quedo atenta a la continuación, sigue adelante querida. Un abrazo. gsap
23-09-2015 Por lo menos, el deseo pedido casi se cumple. Estaré pendiente al desenlace. !Bonita historia! Bien narrada. Saludos. NINI
 
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