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Inicio / Cuenteros Locales / Riefenstahl / La cadena de nuestros corazones.

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Últimamente me encuentro a mí misma reconsiderando la amistad que le profeso a Daniel. Entre las razones más imperativas, puedo contar el enorme cariño que le tengo, en otras palabras, la cadena que rodea mi corazón, que lo estruja y ahoga cada vez que estoy a su lado. Por último, mi presentimiento de que también es su caso... Nuestro amor compuesto de silencios y distancias nos está aniquilando a los dos.
Nuestra historia comenzó una turbulenta noche de Junio, de eso hace ya dos años. Inmersos en el pequeño mundo de las relaciones de una noche, las discotecas y las bebidas que destruyen el cuerpo, nos hallamos observándonos el uno al otro, admirando nuestra rareza, y nuestra incomodidad al estar rodeados por gente ruidosa que bailaba al ritmo del estúpido y vacío reguetón.
Sin apartar su mirada de mis ojos, Daniel se levantó, y lentamente caminó en mi dirección. Me preparé para presentar una imagen social y amigable, aquel chico me atraía de una manera que no podía comprender del todo. Cuando estuvo a mi lado, tan cerca que pude oler su perfume y escuchar el latido de su corazón… pasó de largo. Se detuvo en la puerta de la discoteca, me lanzó una tímida sonrisa, y salió.
Sentí una profunda decepción al verlo irse, parecido a ser despojada del alma por una persona desconocida con la cual compartes una vida imaginaria. En ese momento, sin previo aviso, sin prestar atención al lugar, o a la multitud circundante, empezó el llanto… Por un extraño motivo, no quería que se detuviera, y al mismo tiempo trataba de contenerlo con todas mis fuerzas.
Ese joven bajito de cabello rebelde y ojos oscuros representaba la esperanza. Una existencia diferente lejos de mi familia disfuncional, apartada de mi minúscula ciudad compuesta por animales incultos, y distante de un espíritu bohemio y apagado.
Todos se notaban incómodos al verme llorar, transitaban silentes sintiéndose incómodos por un segundo, y luego regresaban a su velada llena de baile y alcohol.
Deprimida y algo furiosa, volví a la mesa de mi grupo. Jessica se besaba con un chico que había conocido hace un par de horas. El chico introducía su mano por debajo de la falda de mi amiga, acariciando sus voluptuosas piernas con una contenida vehemencia. Carolina, y Jonathan de seguro habían peleado como era de costumbre. Cada uno se hallaba coqueteando con personas que yo nunca había visto.
Aislada de lo que ellos sentían, surgió en mí un interrogante:
¿Qué se siente hacer el amor?
No estaba segura de la respuesta, pero de lo que tenía total certeza, es que eso era lo que necesitaba para sacar la insipidez de mi cuerpo.
Entré al baño, y antes de detallar mi rostro en el espejo, me percaté de un condón usado que se encontraba flotando en el agua del inodoro…. Pensando para mis adentros, me pareció una señal de lo que el destino deparaba para mí.
Con mis manos intenté arreglar algunos mechones castaños que se adherían a mí frente por el sudor, froté un poco de agua sobre mis ojos rojos e hinchados para ocultar la tristeza, y con algo de vergüenza, oculté unas bolitas de papel higiénico bajo mi sostén.
Al salir, aguardé unos minutos a que un chico se me acercara y tratara de conquistarme. Mientras esperaba, podía percibir una insoportable colonia de mariposas revoloteando en mi estómago.
¿Qué pasaría si a nadie le parecía atractiva?
La pregunta se desvaneció en el aire, cuando un joven de unos veinticinco años se aproximó confiadamente y me ofreció una copa de whisky.
Me la tomé deprisa sin prestar mucha atención a su amargo sabor.
— ¿Cómo te llamas? — Demandó, exhalando su agrio aliento en mi rostro.
— Nicole… Niki… — Respondí pretendiendo sonar segura y convincente.
— Me llamo Alex… Estás muy buena Niki.
Confío en que las cambiantes luces de la disco disimularon el color escarlata que tomó mi rostro al oír aquella expresión.
— Gra… Gracias. — Dije sonriendo.
Cavilé unos segundos, y me di cuenta de que sólo era cuestión de tiempo antes de que se aburriera de hablar con una chica simple y monótona, y partiera a buscar más acción. Así que, con más miedo que excitación, rodeé su cuello con mis brazos, y abalancé mis labios sobre los suyos.
Pude percibir el desagradable gusto de su lengua abriéndose paso por mi boca, con la mano que tenía libre, se entretenía bajando por mi espalda, prestando especial atención a mi escuálido trasero.
Un rato después de tanto besuqueo Alex se apartó.
— ¿Quieres que nos vayamos de aquí?
Haré el amor esta noche. Reparé interiormente
— Sí.


En el trayecto hacia su casa, mientras él concentraba todas sus habilidades en manejar con decencia, yo conjuraba todas las innumerables y obvias objeciones que emergían en contra de tener sexo con ese tipo estúpido.
Al llegar, con torpeza introdujo la llave en la cerradura, me tomó de la mano y me condujo hacia la que él supuso era su habitación.
Salvaje y brusco, me lanzó sobre la cama. Chillé de dolor al chocar en contra de un pesado bulto que se hallaba cubierto por las sabanas.
— ¿Alex?
— ¿Daniel?... Este no es mi cuarto ¿verdad?
— No, no lo es…
— Lo siento hermano.
De inmediato Alex me sujetó de la muñeca, y pretendió arrastrarme a su recamara. Esta vez, al estar sentada al lado del chico misterioso y atractivo de la discoteca, el negarme resultaba mucho más sencillo.
— ¡Vamos!
— Ya no quiero hacerlo… Lo siento.
— Sí quieres, ven. Te prometo que te gustará.
—No, de verdad.
No soy muy buena para decir que no, es bastante simple convencerme.
Alex se acercó a mi oído, y susurró:
¬— Quiero complacerte como te mereces… Vamos Niki.
— (…) Está bien.
Era la segunda vez aquella noche en la que tenía que aguantar mis ganas de llorar. Daniel y yo debíamos separarnos de nuevo.


Estaba completamente equivocada al creer que hacer el amor destruiría mi vacío emocional. Sentir a Alex penetrándome despertó un insoportable asco en mí misma. Cuando nuestras miradas se cruzaban, él sonreía, yo por mi parte, ansiaba que él no notara mi desprecio.
Porque sé que no estábamos haciendo el amor.

A la mañana siguiente me escabullí fuera de su habitación, me mantuve unos instantes recostada sobre la puerta observando la entrada del cuarto de Daniel. Este último salió de su recamara mientras estaba perdida en mis cavilaciones.
— Hola. — Saludé con una afectada sonrisa.
El muchacho de ojos penetrantes me fulminó con la mirada, estoy segura de que me juzgaba por lo que había sucedido la noche anterior.
Sin considerarlo un poco, lo dejé salir… Por culpa de ese chico miserable y silencioso había perdido mi virginidad con un idiota.
— ¿Me juzgas por lo que pasó? Un simple “hola” hubiera bastado.
Si no te importo ni un poco, no tienes derecho a contradecir lo que hago con mi vida…
¡Estoy harta de tus malditas miradas!



Las lágrimas resbalaron por mis mejillas sin previo aviso.
Daniel se acercó con cuidado, y me contempló durante un rato, pero fue diferente en esta ocasión.
— Todo estará bien. — Murmuró.
Ambos lo sabíamos, la cadena que iba a atar a nuestros corazones para siempre acababa de ser forjada.


Pasaron los meses, y yo me convertí en una de las incontables e irrelevantes chicas con las cuales Alex se acostaba. Por otro lado, y a mi favor, pasé a ser una de las personas más importantes e irremplazables en la vida de Daniel.
Uno de esos contrastes mágicos del universo que no puedes predecir.
Nuestra amistad se caracterizó desde su principio por el distanciamiento de ambos. Cada uno buscaba al otro únicamente cuando su mundo interno le parecía insuficiente. Respetábamos nuestro dolor, nuestros secretos, y nuestro peculiar romance.



Ahora, volviendo al presente…
Hay algo que sucedió hace un par de días que ha sido el evento principal por el cual me encuentro reconsiderando mi amistad con aquel pequeño de ojos oscuros. Posiblemente si escribo sobre ello logre descubrir la respuesta al interrogante que aprisiona mi corazón.

El sábado en la noche Daniel y yo disfrutábamos observando el firmamento nocturno, acostados en una pequeña colcha sobre la azotea de mi casa. Mi amigo señaló la constelación de Casiopea, y con su típica voz serena y apagada me contó el mito sobre aquel grupo de estrellas.
— Casiopea era una reina vanidosa que siempre se jactaba de su belleza, ella era la madre de la princesa Andrómeda. Tal era su vanidad, que presumió ser más bella que todas las ninfas del mar. De ahí su irónico castigo, el ser colocada en el reino de los cielos, para que cualquier persona pudiera observarla.
— Supongo que es un castigo justo. — Comenté.
— Yo no lo veo así, creo que sería algo sublime ser condenado de esa manera.
— ¿Por qué serías condenado?
— No lo sé.
En ese momento Jessica me llamó para invitarme a una fiesta que se celebraba en El bar irlandés, una taberna bastante popular en la zona comercial de la ciudad.
Lleva a tu amiguito si quieres. Concluyó.

Sabía que Daniel no era el tipo de persona a la cual le gustaba estar rodeado por ruido y luces, por lo que dudé bastante antes de comentarle el plan de mi amiga.
—Era Jessica, nos invita a una fiesta.
— ¿Quieres ir? — Preguntó, aun mirando hacia las constelaciones.
— ¿Tú quieres ir?
—No me importaría ir, si voy contigo.
—No tenemos que quedarnos toda la noche. Si te aburres, solo tendrás que decirme, y volveremos aquí.
—Está bien,


Fue una mala idea desde el principio.

Cada vez que un chico desconocido me pedía que bailáramos y yo era demasiado débil para resistirme, debía observar como Daniel bajaba la mirada, se entretenía manoseando su copa de aguardiente, y se perdía entre la multitud de personas invisibles que no deseaban estar allí.
Mientras giraba en las manos de algún chico sin importancia, pensaba en mi amiguito, sintiéndose defraudado y traicionado. Cada minuto lejos de él, era una puñalada a su confianza, y a lo que implícitamente le prometí que no sucedería.
Cuando fui a buscarlo para irnos, mi desesperación se transformó en sorpresa y rabia al verlo divertirse con una amiga de Jessica llamada Michelle.
— De nada. — Interrumpió Jessica, mientras los veía sonreír.
— ¿Cómo? ¿Por qué?
— Estaba solo, sentí lástima por él. ¿Te molesta?
— No, para nada.
Pero si me incomodaba bastante. Un pensamiento absurdo emergió en las aguas de mi mente….
Él es mío.

Los papeles se invirtieron el resto de la fiesta. Yo estaba demasiado furiosa para aceptar bailar con cualquiera, y Daniel se alegraba de estar con una chica de cuerpo sumamente atractivo, que de seguro era más interesante que yo.
Y ¿por qué reprocharle algo? No éramos novios, ni nada por el estilo,
A las tres de la mañana decidí irme sin voltear la mirada, e imaginé que si volvía a dirigirle la palabra al pequeño mentiroso, este no se escaparía de mi ira.
Está bien que se vengara de mí por dejarlo aislado un par de veces, pero ¿y qué?
No estaba siendo justo conmigo.
Caminé un rato por la calle, esperando un taxi que aceptara llevarme. Sin ningún avistamiento de autos por la carretera, pasé un buen rato de silenciosa marcha, hasta que escuché una voz detrás de mí.
— ¡Uy! Mamita ¿por qué tan solitaria?
Mi corazón empezó a latir con rapidez, no obstante continué pareciendo tranquila, sin prestarle mucha atención.
El sujeto corrió hacia donde yo estaba, y me aprisionó en contra de la pared. Recuerdo que destilaba un asqueroso hedor a cigarrillos, y alcohol.
— Calmada que no le voy a hacer nada.
— ¡Déjeme ir!
— Primero lo primero, pase el celular…— Interrumpió sacando una navaja.

Todo sucedió demasiado deprisa, el miedo y la ansiedad afectaban mi visión. Oí el sonido de una botella rompiéndose, un forcejeo, y unos golpes sobre el pavimento.
En medio del borroso paisaje vi el rostro de Daniel quien sangraba del labio, y al vagabundo inconsciente con una hemorragia aterradora en un lado de su cabeza.
— ¡Niki!…

Desperté en mi cuarto a la mañana siguiente, Daniel se hallaba sentado sobre mi cama, mirándome con preocupación, frotándose un paño húmedo sobre la boca.
El naciente sol se abría paso a través de mi ventana, ambos lo admiramos en silencio, percatándonos de que la noche había acabado. Los dos nos encontrábamos bien.
Mi amigo comenzó a tocarse el pecho en la zona del corazón, parecía que le dolía. En ese momento me di cuenta de que yo también sentía ese mismo malestar. Me asfixiaba y penetraba.
— Ya sé porque estoy condenado. — Fue lo único que dijo.

Lo sabíamos desde aquel día de Junio cuando él pasó por mi lado. Conocía muy bien el pesar que iba a aquejarlo si se acercaba a mí, si intentaba distanciarse al estar con otras chicas o si terminaba amándome.
De igual manera, yo estaba consciente de la insoportable tortura que iniciaría si me resistía a sus frías miradas, si trataba de espantarlo con otros tipos sin interés, o si me enamoraba de él.
Sin embargo optamos por el sufrimiento.





No puedo decir que lo superaré completamente, aunque sé que la cadena no nos afectará tanto si tomamos caminos diferentes.
Daniel no dijo mucho aquella tarde, solo asintió con falso entusiasmo y se mantuvo apreciando el atardecer.
Esa vez ya no me importó liberar el llanto. Porque si aprendí algo:
Las miradas, las constelaciones, las tímidas sonrisas, el crepúsculo, el amanecer, y las emociones absurdas hicieron parte de mí mundo. Tuve todo lo que alguien puede desear en esta vida maravillosa… Y sin importar que la persona que me dio todo esto tenga que marcharse, me alegra poder despedirme de él reconociendo todo lo bello que me enseñó.

Texto agregado el 13-10-2015, y leído por 53 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
16-12-2015 Que personaje más peculiar...se siente una desazón en sus pensamientos....y una ira que esconde una vida pasada...saludos blasebo
 
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