No hay urgencias. Lo que hay, son pendejos con prisa
Yo

En la sala de juntas del Hospital de Especialidades de la Capital del Estado, se encontraba el señor director, afamado cirujano, y el Secretario General del sindicato, acompañado de sus adláteres. Con gravedad y rostro severo el líder le reclamó al galeno:

—El asunto es muy grave, nuestra compañera Hermelinda, Herme, para nosotros sus amigos, jefa de sala del turno nocturno, se quejó de que usted había sido grosero con ella.
El médico se quedó pensativo y les dijo a los representantes laborales:

—Hay que aclarar bien la situación. Yo, acabé de operar a los dos de la mañana, cansado me fui a dormir. Dos horas después a las cuatro de la madrugada sonó mi teléfono, era la enfermera Herme que me avisaba que era necesario que me presentara en el hospital pues tenía una urgencia. Desde luego temí lo peor para mi paciente recién operado, así que medio adormilado me levanté y me tropecé en la escalera de mi casa. Todo lastimado agarré el coche y como pude llegué al nosocomio. Al preguntarle a la enfermera sobre la urgencia me dijo: “doctor acaban de llegar diez termómetros de esos modernos y es necesario que me diga, ¿Dónde los pongo?” La verdad, yo sólo me limité a contestarle donde.