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Mientras la señora B arreglaba los pliegues de su vestido, cuidaba que los botones del mismo estuvieran en orden y su pie buscaba, en el océano gris de la inmaculada baldosa, una sandalia malgastada, de imitación cuero y pasada de moda, el doctor dibujaba con su caligrafía gótica, de sepulturero, tan parecida a él mismo, la receta que debía restituir el bienestar al cuerpo de la paciente. Aunque, -y esto sólo lo pensó el doctor- sabía que lo mejor que le podría suceder, a ella, era la muerte. Un descuido y que un carro le pusiera remedio definitivo a sus males, una bala perdida, que para eso se malgastaban bastantes, un desliz en la escalera del edificio de consultorios; catorce pisos daban garantía de una buena fractura de cuello. En fin, algún evento económico, simple y que no comprometiera su prestigio como médico, bien ganado a punta de buenas curas.

-Procure descansar bastante, nada de tareas fuertes, ni ejercicios, ni preocupaciones.

-Hay doctor, y yo con esos muchachos, no se imagina la cantidad de problemas: que este me quitó, que me duele, que me dijo, que si puedo, que yo quiero y así todo el día.

Para el doctor era claro, había que decidir quien vivía: ella, lo que no le parecía, por cierto, la más inteligente elección, o los hijos, opción que, además de necia, complicaría, aún más el panorama miserable del mundo. No cabía duda: cuatro animalitos (pensaba en los niños) sin asomos de respeto por el otro; sin disciplina, y lo peor, sin esperanzas de cambio, orgullosos de nadar en el mugre mientras tuvieran un balón de fútbol, un radio ruidoso y unos tenis caros.
Que reviente la vieja, pensó, así los críos tendrán oportunidad de salir a la calle y encontrar la muerte por hambre, violencia o tristeza, que más da. Bastantes limpia ventanas y promesas de sicarios hay en los semáforos ya.

-Señora, yo entiendo que usted debe solucionar ciertos problemas en su casa, imponer algún orden, pero por ahora es necesario que guarde absoluto descanso, piense que esos niños la necesitan (se sintió asqueroso diciendo esto); busque a alguien que le colabore, un familiar, un amigo, una vecina, en fin, lo importante es que usted se haga el tratamiento que le recomiendo, guarde reposo y no se altere. En unos días podrá volver a su trabajo y dar la lucha con esos diablitos.

Tiempo perdido; el doctor bien sabía que, ni se haría el tratamiento, ni tendría reposo y si, por el contrario, el próximo mes, si aún no se había muerto (pensó nuevamente en las opciones previstas antes, la bala, el carro, la escalera), volvería con el mal agudizado, su cara de desgracia constante y lagrimas fáciles, a pedirle otra fórmula que tampoco compraría y así hasta que el diablo cargara con ella y la invitara a convertirse en abono de cebollas, que a eso le olía la ropa.


Otro paciente y me podré dedicar a cosas más entretenidas –se dijo mientras miraba de reojo un tratado de psiquiatría, última edición, comprado la noche anterior-. Hacía mucho tiempo que el doctor había dejado de disfrutar de su trabajo; lejos habían quedado los tiempos en que creyó firmemente que la medicina serviría para ayudar a construir un mundo mejor, justo, plural, más bello; para aminorar el dolor. Hoy por el contrario tenia la certeza absoluta, aunque paradójica, de que la medicina, si se le utilizaba adecuadamente, podía contribuir a la misma causa, sólo que no se trataba ya del mismo mundo de sus días de estudiante. El mundo que pretendía ahora era más racional, responsable y consiente; tenía menos gente (si se pudiera llamar gente a esas fabricas de mierda, contaminación y crías: mc2), su propuesta estética –como acostumbraba llamarla- era más armónica, menos ruidosa. En últimas, y sin rodeos, se trataba de eliminar lo que se había estancado antes de que ellos, los desesperanzados, o “eso”, la mediocridad, eliminara la verdadera esencia del ser humano; así era: mc2= e. Eliminar esas fabricas de mierda, contaminación y crías.

No había razón para permitir que la creación de tantos años, que el esfuerzo de tantos Hombres (con mayúscula) artistas, científicos, pensadores y, porque no, soñadores se convirtiera en eso que las gentes (otra vez dudó sobre el calificativo, que le parecía excesivo) sin aspiraciones, ganas ni compromiso, llenos de pereza mental y satisfechos de su cochina mediocridad –dizque justificada históricamente (por lo cual habría que eliminarla, ya que sería un error del pasado que se saldaría)- habían venido haciendo de lo que debió ser todo un paraíso. Miro frente a sí melancólicamente, a través de la ventana se podía ver una mañana soleada, al fondo, la silueta de una montaña de un azul menos intenso y las fachadas de algunos edificios lavadas por la lluvia de la madrugada y, desafortunadamente, los avisos lobos con que los emergentes comerciantes le gritaban al mundo que habían coronado un viaje o sembrado a algún prójimo por un billete largo; publicidad en colores indios que ofendían el azul del cielo con la promesa de “mitad de precio” o “remate de bodega”.

Parece que el de las once no vino, espero que no sea porque se alivió sin consultarme. Revisó la historia clínica del ausente, una mirada rápida, no merecía más; miro su reloj de tablero blanco con punteros de oro y llamó al siguiente.


Texto agregado el 08-09-2004, y leído por 404 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
11-06-2005 Bueno, este doctor refleja el desaliento de la sociedad, la falta de humanidad y la pérdida de fe en los demás. La frase "si se pudiera llamar gente a esas fabricas de mierda, contaminación y crías: mc2" demuestra esa crítica a la mediocridad y la falta de valores. Muy bien! xwoman
24-09-2004 Pena de juramenos hipocráticos en lo que pueden acabar, en sentimientos hípócritas. Me gustó bastante y habrá que seguir leyendote. Has representado muy bien la decadencia que se produce en la sociedad, incluso donde se presupone la élite moral. El titulo es muy bueno. hemefeo
17-09-2004 Es un muy buen trabajo que con rasgo de caricatura jalona una fortísima crítica social. Me gusta el modo en que pinta los personajes. Con cierto puntillismo. Bien hecho. Placer leerle. Gracias por compartirlo. hache
09-09-2004 Cuantos médicos recuperadores de suicidas obsesivos, sanadores de seres que se anquilosan en esta existencia, pronosticadores de cientos de males y derivando, siempre derivando a aquellos cuya salvación es ajena a sus manos doctas... gui
08-09-2004 Pues el retrato de una buena cantidad de nuestra "dignisima" clase médica ( claro que hay varias excepciones que valen la pena) me pareció sensscional, muy bien tratado el tema. Un abrazo Jorge Bluuuuu
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