Curiosa era, de confines esperpénticos,
de soles penumbrosos,
mi corazón de macho, se alborota y
viene la reina de la noche a apaciguarme
con su redonda lechez almibarada,
claroscuro fútil de membretes estelares,
soy yo, con tambores proclamados
en el brillo astral de los misterios.
En la bruma se presagia el conocimiento
que los grillos atesoran en sus armonios,
ladrerío, luego silencio trasnochado,
una paletada resuena a lo lejos
enterrando falsos amores.
Se me hace mi lecho de pétreo mármol,
me arde en el alma tanta ráfaga de muerte,
acibarando el aroma de los jazmines,
del verde que se apesadumbra exhalando
quejidos de cadáveres sin nombre.
¿Y tú, que te diseminas
en ecos quejumbrosos
clamando amores de fuego fatuo,
mientra la era se electriza y crucifica
en un monte llamado adiós?
¿Quién eres tú que no sea yo?
¿Carne doliente en un cuadro de Van Gogh?
¿crispados retazos de un frívolo pasquín?
¿O sólo contemplamos tú y yo,
la redonda simpleza de la luna, aguardando
siempre aguardando,
la triste consumación de los enamorados?
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