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“Según la cultura China, (el rojo), es el color de los condenados a muerte. Eso lo hace un color específicamente humano, porque todos los seres humanos estamos condenados a morir. Pero el rojo es también, en la cultura española, el color de la pasión, de la sangre, del fuego.”
(Pedro Almodóvar)

Abrió los ojos, imitando el engranaje de un reloj Suizo; y con igual precisión la muerte finalizó su partida…
(…)Era la séptima vez que ocurría, y los ojos abiertos en rictus se encargaron de juzgarle. Tomó en sus brazos el cuerpo inerte, acarició sus cabellos, y conteniendo las lágrimas besó por única vez los labios, en descomposición urgente, robando así el último aire calido en el frío lenguaje del ciclo humano.
En su rostro se leía el fracaso, en sus alas, sin embargo, se encontraba el destino, en estado puro y descarnado.
Todos eran blancos; y las nubes corrían por el cielo al compás de las batientes alas de algodón impoluto y grácil. Él era rojo; y las nubes se ocultaban con rencor ante sus alas, dando al sol la oportunidad de acoger sus lamentos y entender su diferencia.
La sangre se encargó, nuevamente, de teñir su plumaje; acondicionándolo así para el motivo de su existencia. Quiso comprender, quiso blasfemar ante el dolor que lo alejaba de su alba estirpe.
“Has nacido diferente, y en ti radica el sentido imperfecto de mi creación más querida”. Era la voz del padre, quién con ternura consolaba, una vez más, sus fallidos intentos. La dulzura de aquellas palabras, sin embargo, sólo contribuyó a alejarlo más de toda redención con su especie.
¿Cómo podría continuar con su misión?, ¿cómo intentarlo nuevamente?, ¿cómo?; sí el movimiento de sus alas sólo significaba la muerte. Tenía alas rojas, llameantes y con vida propia; cubiertas de lágrimas y vidas robadas, alas que lo obligaban a ser subjetivo, imperfecto y apasionado. Se descubrió a sí mismo abrazado, con ternura, a aquel cuerpo… el llanto de sus ojos sentenció para siempre su destino.
El padre sonreía. La elección por fin había sido tomada. Y vino el viento, y trajo consigo al otoño, y el aire se volvió por momentos rojo. El abrazo se prolongó durante todo el proceso. Las lágrimas dejaron una vacante en el puesto de guardián. Los sentidos abandonaron la exactitud, y se volvieron más permisivos .Su esencia mutaba al compás del sabio ambiente otoñal; y el ángel vivenció en carne propia el proceso de otra especie, distinta a la humana.
La diferencia, lejos de incomodarlo, le pareció el justo regalo a una existencia marcada por los matices más duros del guardián. La perdida se volvió una cicatriz en su nuevo corazón; y como los árboles, en otoño, que regalan con emoción el fruto de su follaje, así mismo, una a una las plumas confirmaron un nuevo pacto, que tuvo como testigos al viento y a las nubes, que esta vez danzaban al ritmo de las viejas plumas rojas. Y así un nuevo guardián llegó a la tierra, en pos de un recién nacido, fruto de un otoño particularmente rojo…



Texto agregado el 09-09-2004, y leído por 139 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
09-09-2004 Que bien escribes, eres genial. escarabajo
 
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