El amor de María.
A Duncan le faltaban pocos meses para cumplir sesenta años, era un gran escritor, sus novelas eran muy conocidas y gracias a ellas, llevaba una vida sin apuros económicos aunque desde hacía dos años no había vuelto a escribir.
Vivía con Isabel, una mujer veinte años menor que él, desde hacía diez años pero no se sentía feliz, el enamoramiento de los primeros años había pasado, el convivir día tras día los había llevado a la tan odiada rutina y al ver pasar los años, más rápido de lo deseado, se sentía desilusionado, sin deseos de escribir ni nada de lo que no fuera irse lejos, pero solo.
Esa tarde subió a su camioneta y recorrió las calles de Montevideo, pero el malestar continuaba y prefirió tomar otro rumbo, le hacía falta, no la ciudad sino el campo, más solitario y acogedor.
Luego de dos horas de viaje, divisó a lo lejos, un lago y junto a él. Una cabaña de troncos con un letrero que decía “Se Vende”.
Duncan siempre había querido tener una cabaña hecha de troncos, le recordaba su infancia y pensó que sería ideal, volvería a escribir y sin pensarlo dos veces bajó de la camioneta y se dirigió a la cabaña.
En el cartel se podía leer el nombre y la dirección del vendedor, una inmobiliaria muy cerca del lugar.
Duncan contempló nuevamente el lugar, un gran lago, una playita, la cabaña, el jardín al frente, lo que siempre había soñado, siguió observando y vio al otro lado del lago, otra cabaña muy parecida a la que viera y no muy lejos, pescando, una mujer con pantalones jardineros, sombrero de paja, una caña de pescar en la mano y un canasto lleno de peces.
Si fuera pintor diría que aquello era la gloria, jamás había visto tanta belleza, el conjunto era maravilloso, el lugar, ideal.
Tomó nota de la dirección y a la mañana siguiente muy temprano se encontraba visitando la cabaña con el vendedor quien le decía que si le agradaba el lugar, la cabaña era muy barata, había pertenecido a un par de ancianos que habían fallecido hacía poco tiempo, primero el hombre y a los pocos meses su esposa y al no tener hijos, la heredó el hermano del anciano dueño, de noventa años que lo único que quería era venderla para pagar el hogar de ancianos donde vivía, a esa edad le era imposible vivir solo.
Así fue que Duncan se encontró firmando los documentos que lo hacían acreedor de una hermosa cabaña de troncos, con muebles incluidos.
Ahora venía lo peor, lo más complicado, decirle a Isabel que se iría pero solo.
Esa noche, apenas llegó Isabel del trabajo, Duncan le dijo que necesitaba hablar con ella y le pidió que se sentara a su lado.
El escritor jamás pensó que las palabras le saldrían tan fácilmente de su boca y menos aún que Isabel lo comprendiera, pero así fue, llevaban diez años de vivir juntos, se conocían lo suficiente como para saber que aquella aventura que la vida les había propuesto debía llegar a su fin.
Isabel le dijo que ella pensaba lo mismo, que lo quería mucho pero ya no estaba enamorada de él y que a pesar de lamentarlo mucho, ella también se alegraba de poner fin a la relación.
Al día siguiente Duncan le entregó las llaves de la casa a Isabel, diciéndole que podía quedarse a vivir el tiempo que deseara, que él se iría a vivir a la cabaña.
Esa misma tarde, Duncan con sus pertenencias, sus libros y su computadora, se instaló en su nueva cabaña.
A la tardecita descubrió la más hermosa puesta de sol que jamás había visto, los colores de aquel sol gigantesco, dorado y rojo, se confundían con el azul intenso del lago, formando un camino de estrellas doradas sobre el mismo.
Aquello era más de lo que había podido imaginar, tanta belleza junta, le parecía estar viviendo un sueño.
Al otro día muy temprano, Duncan con su caña de pescar bajó hasta el lago y se sentó sobre una gran piedra, tan lisa que le hizo pensar que habían sido años los que habían pasado los pescadores sentados sobre ella.
Los peces no se hicieron esperar y a las dos horas ya tenía entre ocho o diez pescados hermosos, grandes y se dijo que eran demasiados para él.
Volvió a la cabaña, los preparó y pensó que tendría comida para varios días.
Una semana estuvo Duncan pescando, a veces ni siquiera eso, ponía la caña sin carnada y se ponía a pensar en su próximo libro, el placer de estar allí era tan grande que casi no lo podía creer.
Una tarde su puso a caminar sobre la arena, juntando caracoles y llegó casi sin querer al lugar donde se encontraba la mujer que viera por primera vez pescando, se encontraba con su canasta llena de peces, Duncan la saludó y ella correspondió a su saludo con un simple hola!
___Usted debe ser el escritor que compró la cabaña ¿Verdad?
___Me llamo Duncan Vettorazzi.
___Mi nombre es María Baynal, mucho gusto.
La mujer tenía una hermosa vos, muy dulce aunque debía tener la misma edad de Duncan, era una mujer muy simple, sin maquillaje, con el cabello canoso y corto, con un rebelde mechón que le caía sobre los negros y brillantes ojos.
Duncan le preguntó si eran muchos en la familia o quizá vendía la pesca del día.
Ella comenzó a reír mostrando dos hoyuelos en la cara que la hacían verse verdaderamente hermosa.
¬¬¬___No, tengo la costumbre de pescar todos los días para la gente que vive más allá del lago, que tienen muchos hijos y la pobreza los alcanzó sin remedio, lo que pesco lo reparto entre ellos, algunos se los comen y otros los venden y así viven o sobreviven, yo no necesito el dinero, soy pintora he vendido varios cuadros.
___Este lugar es extraordinario para nuestros oficios, usted pinta y yo escribo ¿Qué mejor lugar que este?
___Es cierto, vivo en una cabaña muy parecida a la suya desde hace cinco años, cuando murió mi esposo.
___¿Cómo supo que soy escritor?.
___Acá se sabe todo, somos pocos vecinos y nos conocemos.
___Tengo muchos peces, ¿puedo sumarlos a los suyos? Por esta semana no creo poder volver a comerlos, no he hecho más que comidas a base de ellos desde que llegué.
___Me agradaría mucho que lo hiciera, cuantos más mejor.
Y así comenzó una amistad como pocas, María y Duncan se veían todos los días, él le contaba su vida y de sus libros y mientras él lo hacía ella lo pintaba.
Cuando el cuadro estuvo terminado, María se lo obsequió, era un cuadro fabuloso, Duncan se veía joven a pesar de su edad, tal cual era, con abundante cabellera canosa desprolijamente revuelta por el viento, con su caña de pescar y la sonrisa de un niño con un juguete nuevo.
Duncan tenía una hija pero desde que se separó de su madre, la muchacha no había vuelto a hablarle y durante el tiempo que vivió con Isabel, menos aún pues ella tenía casi la misma edad que la novia de su padre y esto la molestaba aún más.
Ese era el tema obligado en la conversación de Duncan, estaba al tanto de su hija, de su vida, de sus nietos pero ella no lo podía volver a aceptar, Anna, su hija jamás pudo perdonarlo.
María no tenía hijos ni familia, pero no se sentía sola, la naturaleza compensaba todo lo que le faltaba en su vida amorosa, además pensaba que Dios le había dado suficiente con su matrimonio, a esa altura de la vida ya no podía pedir más.
Y así fueron pasando los meses, María y Duncan llegaron a conocerse y a amarse como ninguna otra pareja, era un amor otoñal, fresco, sin tabúes ni falsedades.
A veces ella preparaba la cena en su cabaña, otras lo hacía él en la suya pero cada cual vivía independientemente uno del otro.
Duncan había escrito un nuevo libro titulado “El amor de María” que llegó a ser otro de los éxitos del autor.
María pintaba cuadros cada vez más bellos, así transcurrió un año hasta que un día al ver que Duncan no bajaba a pescar, María decidió ir a verlo.
Sobre la cama aún con hojas de papel y lápices, yacía Duncan, había muerto durante la noche, María no lloró, llamó al médico y a la hija de Duncan.
El médico le explicó que el escritor había muerto en la noche, que pasó de un sueño a otro debido a un paro cardíaco y que no había sufrido nada a su entender.
Anna luego de presentarse se ocupó del velorio y del entierro de su padre.
Un mes después. María recibía en su cabaña a Anna con una carta a su nombre.
Era una carta dirigida a María encontrada por Anna y que decía lo siguiente:
___Querida María creo que mañana ya no estaré contigo, tendrás que continuar la pesca tu sola, me has dado el mejor año de mi vida, sólo te pido que sigas pintando y que no estés triste, si Dios me preguntara qué haría si pudiera cambiar algo de mi vida le respondería que cambiaría diez años de ella por otro contigo fuiste la compañía ideal, no llores por mí, sólo recuerda este maravilloso año, regalo de Dios y yo moriré feliz.
Te quiere Duncan.
Anna le contó a María que su madre se había vuelto a casar pero que ella de cualquier manera no podía perdonar a su padre el haberlas abandonado, aunque ahora era una mujer mayor, ya lo había hecho pero por vergüenza jamás se acercó a su padre, cosa que ahora lamentaba.
Se contaron muchas cosas Anna quería saber más de su padre y ¿quién mejor que María para contárselo?
Anna se fue con lágrimas en los ojos, con la promesa de volver a visitarla y agradeciéndole todo el amor que le brindó a su padre, amor que ella le negó.
Luego de la partida de Anna, María tomando su caña de pescar bajó al lago como lo hiciera tantas veces, ahora si lloraba, todo le recordaba a Duncan, el lago, los peces, la arena, sacó la carta que llevaba en sus gastados pantalones y la leyó, no una ni cien veces, mil veces eran pocas aún hasta que ya no le quedaron lágrimas en los ojos, la volvió a guardar y dándole las gracias a Dios por aquel verdadero amor, volvió su labor de pescar, la vida debía continuar.
Omenia
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