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El faro de don Jeremías.

Despacito y sin apuro, como quien no está seguro, así fueron llegando las personas de aquél pueblo a algo tan novedoso como fuera de lugar, al menos para algunos, que aferrados al pasado, no veían en el faro, la salvación de muchas vidas, sino más bien la intromisión en su pueblo de otros pescadores que ahora, con el faro y sin temor a naufragar, iban a venir a llevarse lo poco que tenían para el sustento diario, la pesca.
Los niños y los jóvenes, se acercaban sin temor, ellos eran el futuro y como tal aceptaban el faro y veían en él, algo nuevo en un pueblo olvidado por Dios y por la gente.
Los mayores, cautelosos, pensaban lo ya dicho, en las personas que dicho faro atraería.
Pero, cada uno, por el motivo que fuera, fue acercándose al imponente y majestuoso monstruo de luces intermitentes que parecía decir:
___!Soy el nuevo dueño del pueblo, no lo olviden!
Muy cerca del faro, apenas a algunos metros, se encontraba la casa de quién sería el encargado de manejar y mantener en orden a dicho faro.
Don Joaquín, que así se llamaba el encargado, que se sentía muy contento con su nuevo cargo y su flamante uniforme con gorra, mostraba a quién quisiera ver, al hermoso faro y contaba a quién lo escuchara que había sido donado por el hombre más rico del pueblo, don Jeremías, quién había perdido, de eso hacía muchos años, a dos marineros de su tripulación debido a que por donde navegaban, no había un faro que les señalaran los obstáculos del mar.
Don Jeremías era un viejo marino que hizo su fortuna gracias a la pesca, pero no a la pequeña pesca, él solía navegar mar adentro con todo aquél que se atreviera a desafiar al mar, para luego vender la carga que hubieran obtenido, repartiendo las ganancias en forma equitativa con su tripulación.



Fue así que no sólo fortuna obtuvo con el correr de los años, también supo hacerse de muchos amigos.
Al llegar a la vejez y teniendo más de lo que necesitaban, él y su esposa, doña Elvira, decidieron hacer construir un faro para el pueblo que tanto les había dado y al que ahora casi nadie visitaba.
Luego de la inauguración don Jeremías, al ver que no faltaba nadie, les explicó que lo que el faro haría por ellos era salvarles la vida en más de una oportunidad y que lejos quedarían los días en que las pequeñas embarcaciones sin tener algo que las guiara entre las rocas, chocaban, perdiendo no sólo las embarcaciones y la pesca, sino lo más importante, vidas humanas.
Luego de escucharlo, ya no quedaban dudas entre la gente del pueblo, no importaba quiénes vinieran, los peces siempre estaban ahí, esperándolos y ahora comprendían que no podían pedir nada mejor para el pueblo que vinieran otras personas, se abrirían nuevos caminos de venta, no sólo pescado hay en un pueblo de pescadores, el comercio podría ampliarse a la venta de comidas y bebidas, a hoteles, etc…
Cuando don Jeremías terminó de hablar, el aplauso fue unánime, lejos quedaría el temor, de ahí en más, comenzarían a levantar un nuevo pueblo.
Ese fue un día de fiesta para todos.
Al día siguiente comenzaba el trabajo de don Joaquín, quién asesorado por don Jeremías, muy temprano se encontraba en el faro.
La esposa de don Joaquín se encargaría de la limpieza del faro y de traerle la comida a su marido para que él pudiera estar muy atento a su trabajo.
Al mes de estar instalado el faro, el pueblo había cambiado, había crecido y como había pronosticado don Jeremías el trabajo había aumentado un quinientos por ciento.
Cerca de las embarcaciones se podía ver a las esposas y a las hijas de los pescadores ofreciendo empanadas, tortas fritas y pasteles a los visitantes que las compraban y saboreaban con placer.
Las muchachas ya no tenían que irse del pueblo para conseguir novio, ahora eran ellos los que venían al pueblo en busca de novias.
Una noche cuando el mar enfurecido, golpeaba sus olas contra las rocas, se desató una tormenta tan fuerte que ni una embarcación se atrevió a salir mar adentro, por el contrario, los barcos chicos eran llevados hacia la playa mientras que los grandes fueron atados y anclados más que nunca.
Don Joaquín se sentía muy nervioso, desde hacía mucho tiempo no se veía una tormenta igual, esa noche le pidió a su esposa que se quedara con él en el faro.
También don Jeremías se sentía preocupado y como él y su esposa vivían cerca, decidieron ellos también acompañar a Joaquin.
Muy contento se puso don Joaquín al ver que no se encontraba sólo, en compañía todo es más llevadero.
La esposa de don Jeremías había llevado una torta recién horneada por ella para que pasaran la noche alimentados y no sintieran tanto la tempestad.
Doña Sara, la esposa de don Joaquín había llevado mucho café presintiendo que sería una larga noche.
Luego de una horas, la tormenta parecía haber llegado a su punto máximo y comenzaba a ceder su fuerza, de pronto se escucharon unos ruidos extraños pero ninguna de las personas del faro tenía la menor idea de dónde provenían y cada uno por su lado comenzó a buscar, hasta que dona Elvira, muy asustada, llamó a su esposo para que contemplara lo que ella estaba viendo.
Tres hermosísimos delfines trataban de llamar la atención de los ocupantes del faro golpeando y emitiendo sonidos extraños hasta que fueron escuchados.
Pero no sólo había delfines, un muchachito estaba siendo arrastrado por ellos hacia el faro.
Tan pronto lo vieron, corrieron a socorrerlo, el jovencito estaba muy mal herido por el golpeteo de las olas en su cuerpo pero aún tenía vida.
Inmediatamente fue llevado por don Jeremías al pueblo más cercano al único hospital que había por esos lugares.
Al día siguiente los tres delfines aún rondaban el faro.
Una semana estuvo el muchacho internado hasta que terminada su recuperación fue dado de alta.
Lo primero que quiso hacer Nauel, que así se llamaba el muchacho, fue ir al faro a agradecer a don Joaquín y a doña Sara, pero también a ver a los delfines que le habían salvado la vida.
A don Jeremías y a doña Elvira ya les había agradecido debido a que ellos nunca se separaron de él durante el tiempo que estuvo internado.
Los delfines que parecían estar muy inquietos, al verlo comenzaron a saltar y a hacer piruetas para demostrarle a Nauel, lo contentos que estaban de verlo recuperado.
Desde ese momento nació una amistad que ni los años pudieron romper entre Nauel y los delfines.
Nauel contó que el día anterior a la tormenta, había salido con su bote a pescar pues de eso vivía, era huérfano y desde hacía mucho no tenía a nadie que lo cuidara y lo alimentara, pero un fuerte viento le había dado vuelta el bote y pensó que le había llegado la hora hasta que vio a los delfines y se entregó a ellos con la esperanza de que lo llevaran a la orilla.
Luego de salir del hospital pensó que volvería a su antigua vida de soledad y trabajo, pero el destino le tenía reservada una gran sorpresa, don Jeremías y doña Elvira, que no tenían hijos decidieron adoptarlo, Nauel no podía sentirse más feliz.
Nunca había conocido a sus padres y tener una familia era lo que más deseaba en la vida.
Lo mismo ocurría con la pareja de ancianos, a pesar de llevar tantos años de casados jamás tuvieron hijos, ahora Dios quería recompensarlos por una vida llena de amor y generosidad con todos, dándoles el hijo que no pudieron tener y que tanto deseaban.
Si usted pasa por un lugar donde brillan las luces de un faro, donde los delfines son la atracción de los visitantes y donde existe la alegría de vivir, no lo dude, ese es el pueblo de este cuento.

Omenia


Texto agregado el 16-01-2016, y leído por 315 visitantes. (11 votos)


Lectores Opinan
16-01-2016 Me encantó la narrativa y la magia de tu cuento. eLisatab
16-01-2016 Qué lindo cuento. Felicitaciones +++++. grilo
16-01-2016 Un bello cuento donde la ilusión y la fantasía están presente. Muy buena narrativa. Saludos. NINI
16-01-2016 Lindo y mágico tu cuento. ¡Qué suerte para Nauel! El cierre es bello y emotivo. Lo disfruté, Omenia querida. Besitos fulles. SOFIAMA
16-01-2016 en momentos semeja a mi Torrero seroma
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