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Los gatos y la Laguna “Huallacocha”
Nuestros abuelos son un archivo viviente de historias y leyendas, mas aun, si ellos crecieron y vivieron en provincia; es que su bagaje cultural proviene de nuestros ancestros andinos, por no decir de los antiguos Incas, ojala ese fuera mi caso.
Mi abuela era un mujer de mucho andar, cuenta mi padre que ella, mi abuela se escapo de las tremendas tundas que le propinaba mi bisabuelo, eran tiempos duros y difíciles, donde las familias se formaban casi como en un cuartel y donde el padre de familia tenía siempre la última palabra.
Así fue que mi abuela huye y llega a Casapalaca, donde empieza una nueva vida pero en su largo camino desde Yauli hasta Casapalca, en la Región Junín, en el centro del Perú hay que viajar unos 30 km en auto hoy en día pero a mi abuela le tomó llegar varias semanas caminando, y en su andar fue conociendo a muchas personas con quienes entablaba conversación, en especial con las ancianitas que son las portadoras de la memoria de nuestros antepasados, el legado de nuestra cultura, el vinculo de los pobladores andinos con su herencia y linaje, esos mitos y leyendas que ahora quiero contarles.
En las orillas del al laguna Huallacocha vivían felices y tranquilos una pequeña niña y sus amorosos padres, su pequeña casita de piedra y barro tenía una hermosa vista a la laguna que se encuentra enquistada entre los Apus, así es como le dicen a las montañas en quechua, el idioma de los antiguos peruanos; esta zona que es también conocida como la “puna”, entre los 4,000 y 4,300 metros sobre el nivel del mar, en otras palabras un lugar muy pero muy alto, donde el oxigeno escasea pero los misterios abundan.
Nuestra familia de las alturas tenían su única mascota, muy aparte de su pequeño rebaño de unas cuantas ovejas, era más bien la mascotita de la niña, era un gatito andrajoso, de color gris parduzco que se había adaptado muy bien al clima gélido y a las exigencias de la brutal altura; era el amigo fiel e inseparable de nuestra pequeña, tenía una especial conexión con ella, como si el minino cuidara y celara a su amada dueña, los dos eran entrañables compañeros, ahí donde estaba la niña debía estar su gato gris y feo.
Quien no estaba muy a gusto con esa relación era la mamá de nuestra niñita, ella también como mujer de los andes tenía muy presente los recelos por los gatos, en el mundo andino el gato está mal visto, los felinos son personajes vinculados al diablo, así como consideran a los perros o también llamados “aljo” en quechua, son ellos los que guían a las almas en el camino al cielo, pero al gato se le atribuye la mala fama de ser un servidor de Satanás.
La mamá le había pedido varias veces al padre de la niña que se llevara ese gato al pueblo y lo regale por allá, no quería que su hija le tenga tanto apego y afecto a ese gato roñoso, sentía como si su hija se estuviera relacionando con el mismísimo diablo. El padre que adoraba a su hija nunca presto oídos a las suplicas de la madre y solo le escuchaba las quejas pero nunca le dio ningún crédito a esos cuentos de abuelitas, más bien al ver feliz a su hijita con ese gato mugriento y solo le pedía a su hija que cuando pueda lo lleve a la laguna para que bañe a su amigo gatuno.
Los días en ese lado de la orilla de la laguna son templados en el verano andino, con radiante sol y un celeste cielo pleno de vida, todo reverdece y se siente como todo agradece al Creador por las dadivas a su creación.
Niña y gato estaban en el lago, más bien ella lo metió a su peludo amigo que opuso tenaz resistencia a los intentos para bañarlo, no pudo más y se resigno a pasar por las frías aguas de la laguna Huallacocha, porque por muy verano que sea en la puna, las aguas siempre son heladas, muy heladas.
Nuestra amiguita cae enferma, producto de estar chapoteando en esas gélidas aguas bañando a su mascota inseparable; una elevada fiebre la sobrecoge y lleva varios días en cama, llega al punto de los desvaríos y su madre con sabia preocupación le pide a su esposo que baje hasta el pueblo por el médico, aunque son dos días de camino a pie, no hay alternativa, su pequeña niña está en grave estado. Parte pues el padre en dirección cuesta abajo, muy presuroso a buscar ayuda y encomendándose al Señor que no sea demasiado tarde ya para salvarla.
Han pasado 3 días y un día mas para que el papá regrese con el médico y nuestra querida niña no pudo mas con sus fiebres, en esa noche previa, da su último suspiro ante la mirada impotente y desconsolada de su pobre madre, solo el pequeño minino no mostraba ninguna preocupación, estaba impasible como si esperara solo el desenlace final.
Al cerrar sus ojos, el llanto desgarrador de su madre traspasa las paredes de la humilde choza y rebota como eco en las montanas alrededor de la laguna, es un sonido que partiría el corazón de cualquier mortal que lo escuche, pero los únicos que responden a su clamor fueron los gatos. El gato roñoso y andrajoso había traído a una hueste gatuna, iban llegando uno tras otro, entraban a la casa por todas partes, por la puerta, a través de las ventanas y hasta por las rendijas en el maltrecho tejado; eran decenas de mininos, todos maullaban hasta que alguien toca a la puerta. ¿Sera el padre de la niña? No, era un grupo de extrañas personas, parecían extranjeros por sus atuendos de colores relucientes, como vestidos para una fiesta, venían tocando trompetas y tambores, violines y arpas, charangos y guitarras, tocaban al ritmo de los maullidos de la multitud de gatos, era una melodía ensordecedora, que animaba y llamaba al baile y así fue, al solo instante que entran a la casucha nuestra amiguita muerta se levanta, da un salto fuera de su cama y empiezan todos a bailar, gatos y visitantes comienzan a danzar unos con otros, al son de ritmos que la madre atónita, desencajada y petrificada de miedo solo atina a verlos como revuelven todo con sus movimientos de baile, no podía creer lo que estaban viendo sus ojos.
Pasadas unas horas antes de que amanezca, la música se detiene, todos paran y los gatos pasan a rodear a nuestra niñita, se arremolinan en torno a ella y la levantan en vilo, como si la llevaran en procesión, comienza ahora una melodía fúnebre, llena de melancolía, era como un triste yaraví.
La procesión de gatos, visitantes y músicos salen todos de la casucha, con la pequeña a cuestas, los mininos maúllan al son del yaraví, pero muy bajito, casi como un murmullo que va calando los oídos de la aterrada madre, ella va muy atrás de la multitud y solo puede observar a esa gente que camina directo hacia las aguas gélidas de la laguna; los gatos entran maullando muy quedito, despacito con la niña en hombros y la banda de músicos que los acompaña, van todos entrando al agua, así sin ninguna distracción o sensación de frio, se adentran uno a uno llevándose a la niña al fondo de la laguna Huallacocha, para no salir más.

Pablo Villanes
Basado en un cuento andino.
Woodbridge, Enero 26 de 2016

Texto agregado el 27-01-2016, y leído por 158 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
03-08-2016 No entendí el final, el final de la leyenda o lo que sucedió con la abu. Buen tema. PAULASOL
 
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