| Capítulo I
 La Posesión
 
 La Casa brindaba ayuda a todos los niños de la comarca.
 La misma contaba con un grupo de personas que, con sus tareas
 divididas específicamente, lograban brindar lo mejor de si
 para que los niños recibieran lo que se merecían.
 Estaba dirigida por una señora muy erudita en temas de la niñez,
 pero con muy mal caracter.
 A las personas que trabajaban en el lugar, de acuerdo a su estado
 de ánimo, los reprendia de muy mala manera, a veces los alagaba.
 Después de varios años, La Casa fue tomando fama y reconocimiento
 en la comunidad como un lugar donde los niños eran atendidos de la
 mejor forma.
 La mujer gruñona pero sapiente, que la dirigía, vió que su obra se
 asemejaba a lo que ella quería y con el paso del tiempo fue toman-
 do conciencia de que le llegaba su hora del retiro y empezó a formar
 a su reemplazante.
 Regordeta, de personalidad simpática, la designada fue haciendo suya
 las formas y mañas de su jefa. Callada, nunca un no en contra de quien
 le daba las directivas, de a poco logró pocisionarse en la estructura
 de La Casa.
 Una vez cumplido el plazo, la gruñona, debió retirarse de su puesto
 para disfrutar de su descanso con la alegría del deber cumplido y de-
 jando en su lugar alguien de confianza.
 Es así como la mujer de cara buena llega a conducir los destinos de La
 Casa, pero nadie imaginaba lo que tenía pergeniado para la misma.
 
 Capítulo II
 
 El Cambio por el Cambio
 
 El primer año, el personal de La Casa se alegró que ella hubiese quedado
 encargada de dirigirla. Pero al poco tiempo se percataron de que esa cara
 de buena que tenía no era tan así.
 Según ella había que cambiar. Todo lo que se hacía hasta el momento no
 servía de mucho. Lo que se gastaba en los niños no debía ser así. Todo lo
 que La Casa recibía de la comunidad se destinó a obras sin sentido, que
 dejaban a los niños en segundo plano, y a la vez engrandecían la figura
 de la persona sombría, con cara de buena.
 Esta mujer tenía dos hijas, a las que con chicanas y engaños logró ubi-
 carlas como supervisoras. Ambas ambiciosas, una, la delgada, trepadora y
 de personalidad engañosa y con aires de grandeza, apodada "La Arpía",
 era su mano derecha y la que se dedicaba sembrar la discordia y el mal,
 siempre bajo el ala de su madre.
 La otra, regordeta como ella, apodada "La Bicha", no muy laboriosa y
 chabacana, de ordinaria dicción, poco educada, era su izquierda. Con su
 labia tenía la posibilidad de saber vida y obra de cada persona de la
 comarca. Amante del rumor y el chusmerío logró el malestar de las perso-
 nas que trabajaban en el lugar.
 Como si fuera poco, a la "Madre" nunca le gustaron los colores y símbolos
 que representaban a La Casa. De familia católica, impuso, por más que decía
 que todos lo habían elegido, el color de la penitencia, el de los difuntos.
 Es así como poco a poco La Casa, que brillaba con sus colores característi-
 cos, se fue tiñiendo de un tenebroso color lila.
 
 Capítulo III
 
 El séquito
 
 Al pasar un par de años de su mandato, viendo que su actos no eran del todo
 éticos y al enterarse que su designación no había sido de la forma correcta,
 parte del personal de la casa de muchos años de antigüedad empezó a cuestio-
 narle varias de sus acciones a la Madre en situaciones dónde dejaba mucho que
 desear.
 Ella viéndose cuestionada comenzó a tejer una red de mentiras, armando una
 compleja telaraña de rumores y artimañas para deshacerse de una en una de las
 personas que la cuestionaban.
 A la vez, fue torciendo la realidad para que las personas con menos experien-
 cias o nuevas en la Casa no vean con buenos ojos a esas personas que la cues-
 tionaban y de a poco conformó un grupo dónde nadie estaba disconforme con lo
 que proponía (o al menos es lo que mostraban delante de ella), festejándole
 cada descisión. Alabándola por los logros que obtenía. Hasta se mimetizaron
 con los colores de la Casa. Convirtiéndose en un grupo de obsecuentes que
 valoraba más la fribolidad que el bienestar de los niños.
 
 Capítulo IV
 
 La era morada
 
 Es así, como en tan poco tiempo, La Casa que en su momento brillaba explendo-
 rosa en la comunidad, ahora mostraba una imagen hacía afuera. Pujante a la vista
 de gobernantes y la comarca, mientras que por dentro la Madre (cada vez
 más avara) exprimía y amenazaba a los familiares de los niños para que trajeran
 cada vez más y más bienes.
 Conocida de varias personas, ubicaba a los hijos de esas personas en La Casa y
 cambio pedía favores que no podían rechazar, ya que de ser así los niños pagaban
 las consecuencias.
 Maldad, rumores, amiguismo, pérdida de valores, mentiras, engaños, falta de voca-
 ción hacía los niños.
 La Casa, que brillaba con sus colores vivos, con la oscuridad de su encargada fue
 pasando de lila a morada.
 
 FIN DE LA PRIMERA PARTE
 |