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(Abre la puerta y ahí están sus ojos como esperándome desde siempre. Se acerca a mí y me sorprende con un dulce beso en los labios. Sus brazos se enlazan en mi cadera y me toman, advierto cómo se oprimen sus senos contra mi pecho. Me dice: “ha llegado usted”, le digo: “estoy aquí”. Hay un espejo donde descubro su espalda: la bata que trae es azul transparente como mi letra, como esos ojos que he visto en mi desvelo. El cabello rizado y cobrizo cae al sur, es una flecha que señala aquel rincón erótico donde comienza la curva de mis deseos…)


-Entonces, usted es escritor.

-Todos somos escritores, dice la gente.

-Pero usted escribe y se deshace en hacerlo.

-Tal vez, pero me apasiona más leer.

-¿Qué tipo de libros?

- Actualmente estoy deshojando Rayuela.

-El juego de ida y vuelta, piso, cemento, tierra, patio.

- Sí, y por contarle algo, es un pasaje de París hacia Argentina y luego de regreso. Conozco escritores que han declarado que en toda su vida no han terminado de leerla, se les hace pesada, difusa, inentendible, tal vez hasta aburrida, sobre todo los primeros capítulos cuando Horacio nos presenta a la Maga y al Club de la serpiente. Cuando apenas estamos entendiendo que Horacio busca…

-Se nota que si le interesa.

-Perdón, exagero en mis explicaciones.

-No me haga caso, a mí me interesa escucharlo.

-Pienso que “pagar” para que me escuchen, es una tontería.

-Lo “otro” también lo es.

-Pero al menos me libero.

-Luego me deja eso que dice liberar, sígame contando por qué le gusta escribir.

-No se lo puedo dejar a usted, sería otra gran tontería.

-Claro que no me va a dejar “eso”. Lo que me va a dejar es su temperamento, sus ansias, sus deseos, su tristeza y alegría a la vez, eso que no le permite pensar por las noches, eso que por las mañanas le asusta porque no hay nadie a lado de su cama, y mucho menos está ella, la que se fue.

- Y me lo dice con unas palabras… Pero no se fue, simplemente ya no está conmigo, ella sigue allá, yo sigo acá.

-Yo hablo de su musa, a quien usted ubica en cada “parcela de su vida”.

-Yo también hablo de ella.

-Entonces hábleme de ella.

-No hay mucho que decir, solo que le he escrito muchas cartas en forma de cuentos. Nunca contestó. ¿Será cierto entonces que…? No quiero ni pensarlo.

-¿Qué ocurrió? Dígame.

-Falleció.

-¡Ay!, me está cuenteando esta vez.

-No, le juro que no. Creí ver su nombre en las noticias, en el telediario. Hubo un accidente en la carretera.

-No juegue con eso, ¿y si no era ella?

-¿Y porque no contesta mis cartas?

-¡Usted es un tontito! Tal vez equivocó la dirección, y las cartas se perdieron, y sólo eso…. ¡Imagínese que todas las cartas llegaran a otro lugar! Alguien más desde entonces las está leyendo. Tal vez con lo que escriba usted, a esa otra persona le renació el amor, el sentimiento por algún otro amor perdido, tal vez con tantas palabras le volvieron las ganas de retornar con su amado, o amada, y usted es la luz que iluminó el túnel.

-Otra vez con sus imágenes poéticas, no diga tonterías, que lo que escribo no sirve para nada.

-Pues he leído comentarios diferentes sobre usted. Además, a mí también me gustan las letras. En casa tengo una biblioteca, principalmente libros de cuentos. Hay una sección de un taller de poesía y narrativa al que asistí hace mucho tiempo, yo era una adolescente. Recuerdo que alguien llegó y nos contó un cuento que me pareció muy bueno, se llama “La línea divisoria”. Aunque es tradicional y sencillito, de la época en que los finales eran vueltas de tuerca, cumplió con las expectativas.

-Ya lo decía yo, con esa forma de hablar… además, yo escribí un cuento con ese título.

-De hecho, ¡usted me autografió el libro!

-¿Eras tú la niña? Claro, sí te recuerdo, ibas con otra compañera y a ambas les firmé el libro…

-Eso pasó hace mucho tiempo. Le voy a ser sincera: usted ha sido mi inspiración para las letras. Y ahora, está aquí. Lo reconocí desde que entró a la casa. Esos ojos los he visto en otra parte y sí... No se preocupe, si me escogió es porque le gusto. ¿Le gusto?

-No te vayas a ofender, pero me recordaste a alguien cuando vi la foto que me enviaste por correo, por eso…

-¿A quién? ¿A la de sus cartas?

-Así es.

-Me ha sucedido infinidad de veces: Me recuerdas a alguien, acuéstate conmigo.

-También he escuchado esto infinidad de veces: Quiero terminar la universidad, acuéstense conmigo.

-Touché. ¿Le parece mal lo que hago?

-No es mi problema.

-Pero bueno, dejemos la introducción, o dicho de otra manera “vamos” a la introducción que tengo frío. A lo mejor si me deslizo hacia usted y me deja estar entre sus brazos bajo la sábana, y me dice cosas bonitas al oído, podría calentarme un poco.

-¿No hay calefacción?

-¿No me quiere con usted?

-Sólo bromeaba…

(Así…abráceme y esta noche no me deje ir. Si es necesario piense que yo soy ella, que mis manos, mi cuerpo y mi piel calmaran esa tempestad acumulada que le noto en sus ojos…Lléveme a donde usted quiera. Me dejaré guiar. Seré su prisionera. Aunque duela y quiera huir, no podré porque usted me gusta tanto que es el país que quiero recorrer. Abráceme y lléveme con sus caricias, usted es el precipicio al que quiero arrojarme y llegar sin llegar, caer sin caer, hasta el fondo… ahora que todo se está poniendo tan grave y dulce a la vez, quiero llegar… ahora que ya no sé si vamos hacia abajo o arriba, solo sé que esto es un delirio, su boca muerde estos instantes en que me lleva en su caballo blanco…y sus manos amasan mis caminos. Espere, no quiero llegar todavía, si siente que mis ojos le huyen, no crea que no estoy con usted, es sólo que estoy buscando en el espejo nuestra imagen, todo lo que soñé desde que lo vi entrar…)


Del libro "Saltemos con un solo pie hasta el cielo"
Edit. Caralibro 2014

Texto agregado el 03-02-2016, y leído por 138 visitantes. (1 voto)


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