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Toda la noche estuvo incómoda, gimiendo y aullando. Buscaba un lugar para parir. Escarbaba un hoyo en el jardín, luego rascaba la puerta para que la deje entrar. Yo no había advertido que ya le tocaba parir.
A la mañana siguiente cuando salí para recoger el periódico, la vi echada junto a unos periódicos y cartones que estaban en la entrada del garaje. Escuché unos gemidos y me percaté que debajo del auto, habían tres cachorritos recién nacidos. Los tomé y los puse junto a la madre encima de los periódicos viejos. Esta se incorporó lentamente y se alejó de la escena.

Eran tres, una más fea que la otra. Tres perritas que nadie querría llevárselas. En algún momento tendríamos que regalarlas, pues no podíamos quedarnos con cuatro perras.
Al enterarse de la noticia, mis hijos salieron corriendo a ver a las tres perritas que habían nacido.
-Son horribles, dijo Carlos Andrés
-Más que horribles, replicó Luis Antonio, son igualitas a su madre.

Las perritas, que estaban solas, pues su madre, después de parirlas, las dejó abandonadas a su suerte, lloraban de hambre. No sabíamos que hacer. Al tratar de acercar las perritas a su madre, esta ladraba furiosa y nos mostraba los colmillos. No podíamos acercarnos.

Un amigo veterinario nos dijo que a veces los animales rechazan a sus crías y que si este era el caso, nos tocaría alimentar a las perritas, una a una, cada día hasta que puedan hacerlo solas. Tomé a los tres animalitos y los deposité en una caja de madera, a la que mis hijos habían convertido en una cunita con colchón mullido y cobijas, digna de cualquier recién nacido. Llevamos la caja a la cocina y la pusimos en el piso, junto a la calefacción para que se mantuvieran calientes. Mi esposa entibió un poco de leche, lo metimos en un guante quirúrgico y le hicimos huequitos en las puntas de los dedos. Funcionó. Las perritas empezaron a beber la leche. La más grande de las tres, empujaba con las patitas a sus hermanas, su instinto de supervivencia debía eliminar a las más débiles, pero para su descontento, las otras dos, también eran fuertes.

Esa madrugada, Aurora empezó a rascar la puerta de la cocina. Mis hijos emocionados de que la madre quería otra vez a sus hijitas, corrieron a abrirle, le calentaron leche, se la bebió toda. Le pusieron un cojín para que se recueste y así lo hizo. Le llevaron a las cachorritas para que las alimentara, pero apenas las vio, las olfateó y empezó a retirarlas de su lado con mordiscos y empellones. Los niños horrorizados llevaron a las perritas hasta su caja de madera y trataron de sacar a Aurora, pero ella les mostró los dientes y tuvieron que dejarla en el cojín hasta el día siguiente. Los niños decidieron llevarse a las perritas hasta su dormitorio, pues temían que Aurora las maltratara o las matara.

Cada mañana era un problema tener que sacar a Aurora de la cocina, puesto que nos ladraba y se abalanzaba sobre nosotros. Debíamos sacarla con un plato de comida, dejar el plato en el patio y entrar corriendo. Se había convertido en un problema familiar. Mi esposa ya no quería saber nada de Aurora. Ella ayudaba a cuidar a las cachorras, las alimentaba, las movía de lugar dependiendo de la temperatura, les cambiaba los trapos de su caja.

Una noche, cuando llegaba del supermercado con las manos ocupadas con las fundas, abrí la puerta y la sostuve con el zapato para ingresar otras fundas que había dejado en el piso. Aurora aprovechó ese instante e ingresó corriendo como loca a la cocina, la seguía un perro callejero, sucio y maloliente. Aurora corrió por toda la cocina, por la sala y el comedor, el perro la seguía. En su estrepitosa carrera fueron tumbando adornos y floreros, rompieron la lámpara, y no pararon hasta que el perro logró atraparla por el pescuezo y dominándola, la montó ante nuestras incrédulas miradas. Mis hijos y mi mujer, con el escándalo habían bajado y observaban impávidos desde la escalera, el desastre provocado por Aurora.

Con escobas, logramos sacar al par de perros en celo. Siguieron su fiesta afuera, en el garaje y en el jardín. Otros perros del barrio se montaron a Aurora, peleándose entre ellos y provocando un escándalo terrible, tanto que todos los vecinos salieron a ver que sucedía. Al final del día, Aurora había quedado tirada en la acera, exhausta, sucia, con el rabo entre las piernas.

Al día siguiente no habían rastros de Aurora. Se había esfumado, posiblemente detrás del perro callejero. Luego recordamos con los niños que ese era el mismo perro que semanas antes habíamos dado de comer en la vereda de enfrente y nos había seguido a casa. Lo habíamos dejado quedarse esa noche en el patio de nuestra casa.

- Así es mejor, les dije a los niños. Ahora que Aurora no está, podremos sacar a las perritas al patio, ya no corren peligro.

Los niños estaban felices. Era sábado e invitaron a unos amigos a jugar. Toda la mañana y gran parte de la tarde se dedicaron a las perritas. Las hacían jugar, les lanzaban pelotas para que las trajeran, las cargaban como a bebés envueltos en sabanitas, les ponían nombres, se los cambiaban. Se divirtieron mucho, hasta que la voz de mamá ordenó terminar el juego y entrar a lavarse para cenar. En la noche, en el silencio de nuestra habitación, le comenté a mi esposa, cuan felices eran nuestros hijos con las perritas. Ella estuvo de acuerdo, pero me aclaró que no se quedarían para siempre, que deberíamos empezar a buscarles un hogar. Le hice el comentario de que las perritas se estaban poniendo bonitas, muy gorditas y saludables, lanudas y muy fuertes. Ella sonrió y se abrazó a mi pecho con inmensa ternura.

Habían pasado algunos meses. Al final los niños ganaron y las perritas se quedaron a vivir con nosotros. Se habían puesto preciosas y muy inteligentes. Los fines de semana, íbamos a la playa a correr, toda la familia y las tres perras.
Cierto domingo, en que corríamos por la blanda arena húmeda, haciendo una carrera hacia el muelle, con los niños y sus mascotas, se nos unió a la corrida una perra flaca y renga. Era Aurora. Las perritas se le acercaron y querían jugar con ella. Ella las alejaba con ladridos, pero seguía corriendo junto a nosotros. Llegamos trotando hasta el muelle y dimos vuelta para llegar hacia la camioneta. Dentro, nos esperaba mamá con bocadillos y bebidas. Al vernos acercar con aquella perra asquerosa, se sobresaltó y cerró la puerta de la camioneta.
- Es Aurora, gritó uno de los niños
- Quiere volver a casa, dijo el otro

Al subirse las perritas al balde de la camioneta, Aurora hizo lo propio y decidí darle una oportunidad. Al fin y al cabo, era la madre. La dejé subir y cerré el compartimiento trasero.
Aurora se acomodó en un rincón mientras las hijas trataban de acercarse. Ella no lo permitió.
Al llegar a casa le dimos de comer a las cuatro. La madre comió junto a sus hijas y bebieron del mismo plato. Desde la ventana de la cocina observaba la escena. De cuando en cuando, Aurora les mostraba los dientes a las perritas, las empujaba con la pata y las hacía a un lado. En la noche, Aurora se acomodó en el cajón y las perritas lloraban de frío en la puerta de la cocina. Me levanté a abrirles la puerta, ellas entraron y dejaron a su madre cómodamente acostada en su lecho. Desde esa noche y no sé hasta cuando, Aurora juega a ser la buena perra.





9 de julio de 2006

Texto agregado el 25-02-2016, y leído por 188 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
14-05-2016 Uno, que a veces llega tarde a tus letras, nunca se decepciona. Tu relato es tan real como auténtico y eso se nota.+++++ crazymouse
20-03-2016 Bella narración y estilo Munda. Concuerdo con el comentario de MujerDiosa, lamentablemente hay madres así. Un abrazo, sheisan
28-02-2016 Es muy rara la actitud de Aurora ya que generalmente las perras no desean que nadie se acerque a sus cachorros y los protegen . Además despues de parir pasan meses para que vuelva el celo... Bueno tu texto es interesante porque al final están juntas y quizás nazca ese amor de madre que no ha llegado aun***** Un abrazo Victoria 6236013
25-02-2016 Ahi de todo... Buena historia bien lograda Caliyuga
25-02-2016 Es raro que suceda eso con quien ha sido madre. Aurora es un caso aislado, aunque hay madres humanas que son iguales. Muy tierna tu historia, querida.***** MujerDiosa
25-02-2016 Su instinto animal puede más, algunos animales muestran ser malos pero en el fondo son mejores que algunos seres humanos. Hermosa historia de amor, bella narración.***** Abrazo lagunita
 
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