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No cabía duda, doña Juana era bruja. La comadre Lupita lo había descubierto, de la manera más horripilante y asquerosa que pudo imaginarse.

No podía creerlo pero la verdad estaba ahí, moviéndose entre las carnes, arrastrándose y tragando todo a su paso. De un día para otro, el hechizo se había realizado y ahora estaba ahí, frente a la prueba irrefutable de que la comadre Juana era una bruja.

Siempre le había tenido envidia, eso ya se veía venir, pero no creía que fuera capaz de tan cobarde y osado intento de acabar con su vida, de encomendarla con la calaca y de pasó quizá, llevarse también a uno de sus hijos ya que Juana sabía que a Lupita le gustaba compartir, le gustaba convidar, y por eso lo había hecho.

Al principio fue la decepción, luego el coraje, porque en verdad era una chingadera la que había hecho doña Juana, y ahí estaba la prueba, en la misma jícara en la que dos días antes había dejado un taco de carne para su comadre.

Ahora sólo faltaba la forma de atraparla, porque segurito que doña Juana era bruja, Lupita estaba segura.

Los gusanos emanaban de la carne, blancos y horribles, cuando bajó la jícara del gabinete, sus dedos sintieron el arrastre de los gusanos, de la carne ya no había mucho, “¡la comida se había convertido en gusanos!”.

Y había sido la comadre Juana la que había hecho la brujería para hacerles el mal.

Entonces, el rumor se extendió por el pueblo, rápidamente todo se supo, y comenzó la cacería, cada vez que había oportunidad y que la veían sentada, los vecinos le ponían cruces de agujas a las enaguas de doña Juana, que porqué así, las brujas jamás se podrían levantar del asiento.

Algunos la espiaban, para ver si en la noche se convertía en guajolota y dejaba las piernas juntos al fogón, pero nunca sucedió eso. Entonces dijeron que era tan poderosa que a los hombres que habían ido a espiarla les había echado el sueño, pero nunca pasó nada más que la paranoia en la que se envolvió a los pobladores.

Entonces ponían tijeras abiertas en forma de cruz junto a las camas de los niños chiquitos, debajo de la cama las cruces de cal y las cruces de agujas, en cualquier momento, Doña Juana buscaría chuparse a un niño, pero nunca ocurrió.

Así murió Doña Juana, rodeada de gente ingenua y curiosa, que acudió a su funeral, nada más para ver si no se convertía en algo más a la hora de la hora, incluso después de su muerte se cuidó mucho su tumba, pues creían que regresaría para hacer el mal.

Y las moscas continuaron su reproducción, ahí junto a los chiqueros de los puercos, y se posaban de vez en vez en las comidas, sin que la gente supiera, que las larvas ya estaban ahí, y que si dejaban la comida afuera, seguramente en dos días, y sin la intervención de doña Juana tendrían gusanos en los platos.

Texto agregado el 04-03-2016, y leído por 77 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
05-03-2016 Me parece muy buena la narración, en ella dejas ver muy claro, como la superstición llega a distorsionar la verdad y se convierte en una calumnia que solo injuria perversamente a la víctima de tales bajezas. Saludos Lgerprezmar
 
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