Deme el cansancio de su alma 
para chapotearlo en baldes de soles  
y de mañanas estivales... 
 
Con ese menester me repongo. 
 
Deme el invierno de su mirada, 
deme sus carencías y las sobras que ha desechado, 
deme lo más detestable en usted 
que con tanto trastorno de infancia me conformo. 
 
Ornamentaré con flores las ruinas de sus dones 
y no habrá en su interior dolores, 
aunque sea yo   
la culpable de sus tristezas, 
¡oh, perdone, 
imploro que mi amor no lo deforme! 
 
Oiga, 
no es menosprecio el cansancio de su alma,  
es redención  
para entregarla, nuevamente, 
a la ingratitud del mundo,  
y al maltrato ejercido 
de los seres que moran en los suburbios. 
 
Conformarse, 
deplorarse, 
derrumbarse, 
embromarse,  
enajenarse, 
penetrarse. 
 
Hostigarse en el altar 
de los pecadores insalvables, 
ruidosos blasfemadores 
que han osado a desafiar la eternidad  
y ofrendar sus miserias  
a las deidades caritativas, 
éstas, que dormitan en la lejanía perpetua  
donde desaparecen las estrellas; 
¡y usted!, ocaso lunar 
ameno paso para mi trascendencia.   |