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La última y me voy

“Cuando bebes el mundo aún está ahí afuera, pero en ese momento no te tiene cogido del cuello” Bukoswki

La variedad de sustancias que el ser humano consume para evadir la realidad o verla desde otro punto de vista, digamos, más lúdico y desprejuiciado, es un asunto interesante. Hemos buscado formas de salirnos de este mundo desde que el primer marihuano nos dijo que se podía llegar a mayores grados de felicidad con unas plantitas mágicas. La cerveza, por ejemplo, ya en los tiempos de Hamurabi (siglo XVIII a.c.), provocaba conflictos entre bebedores y cantineros. “Si una tabernera –sentenciaba el rey- da un cántaro de cerveza a cuenta, cobrará, al llegar la cosecha, 50 silas de cebada”. Si porque algunos graciosillos bebían como camellos y después no querían pagar. Todavía quedan de esos. Y qué decir de las orgiásticas borracheras de los griegos y los romanos, que gozaban del vino y entre sí. El alcohol, en general, es uno de los productos que más hemos consumido en todos los tiempos y lugares. Desde los babilonios a las fiestas electrónicas, las drogas y el alcohol han sido protagonistas de rituales y celebraciones. En todas las sociedades, desde las más primitivas, se han producido estimulantes que el hombre ha usado para sobrellevar su vida, paradójicamente, tratando de alterar la cotidianeidad ¿por qué?, ¿le tememos a la vida?, ¿tanto nos cuesta soportarla tal cual es?, ¿por qué nos metemos sustancias que afectan nuestra psiquis? Al parecer no somos capaces de vivir en estado de permanente lucidez. Buscamos la desinhibición, el valor o la intrepidez consumiendo cosas que alteran nuestra mente. Cuando ingerimos alcohol, drogas o medicamentos psicotrópicos lo que buscamos es, principalmente, escapar de nuestro entorno; pero, no seamos despreciativos, también hay quienes los usan para potenciar su imaginación o creatividad. Los artistas en general son reconocidos consumidores de drogas. Es que la relación entre arte y evasión o transformación de la realidad a través de narcóticos es estrecha y directa, pues no es fácil escurrirse con ingenio y creatividad de las vicisitudes diarias que ocupan gran parte de nuestro tiempo. Por lo mismo, también es cierto que en estado de excitación mental se han creado grandes obras. Ejemplos hay muchos. Los poetas malditos (Poe, Rimbaud, Baudelaire, Verlaine), literatos como Huxley, Hemingway, Bukoswki, psicólogos como Freud, Jung, etcétera, podríamos hacer una lista interminable de reconocidos escritores que han usado y abusado de las drogas y el alcohol para escribir, relacionarse o morir. Incluso a nosotros nos da por filosofar y vomitar ideas trascendentales después de unos cuantos tragos. Quizá esto de “liberar” la conciencia y el pensamiento a través de enjundias que trastornan la conexión “normal” que tenemos con el mundo nos alivia en cierto sentido del peso de nuestras restricciones físicas, atrapados como estamos en un cuerpo frágil y finito pero con una imaginación ilimitada y en expansión. Somos animales con pretensiones de ser semidioses. Linda broma. En la corriente existencialista se ha dicho que estas limitaciones producen un dolor tan insoportable que puede llevarnos a la locura o al suicidio. De ahí que nos permitimos como sociedad un pequeño escape a través del alcohol u otras sustancias. Son necesarias, al igual que nuestra capacidad de comunicarnos o movernos. El filósofo Walter Benjamin tiene un libro titulado “Haschísch”, en el que publica los apuntes que tomaron él y algunos de sus amigos intelectuales bajo los efectos de esta droga. “Bienestar ilimitado–escribe-. Fracaso de los complejos de angustia neurótico-obsesivos. Se abre el "carácter" amable. Todos los presentes se irisan hacia lo cómico. A la par que las auras se interpenetran”. Potente lo que dice sobre los complejos. Se van por el desagüe como los mojones y nos sentimos aliviados. Por otro lado la risa actúa como lazo espiritual y un signo inequívoco de la distorsión que produce la droga. Se ríen de todo, incluso de los muebles, atacados por esa hilaridad incontenible de los adolescentes. La realidad se percibe como algo totalmente alegre, muy lejos de la pesadez que sentimos cuando estamos sobrios. Benjamin analiza el comportamiento desde la alteración de la mente y señala que “se anda por los mismos caminos del pensamiento que antes. Sólo que parecen sembrados de rosas”. En este caso no se provoca una desconexión total, sino una trasformación burlesca y agradable del entorno, entre otras cosas. Baudelaire también escribió un libro muy interesante e ilustrativo sobre el tema, en sus “Paraísos artificiales” describe con detalle los efectos de esta y otras drogas, y dice que brota una arrebato de la personalidad y “al mismo tiempo una sensación muy viva de las circunstancias y el ambiente”. Se agudizan los sentidos y se expande la percepción del entorno. El tiempo y el espacio se tuercen peligrosamente. Es conveniente, dice el poeta, que la experiencia se circunscriba a un espacio seguro y en un estado de ánimo sereno, pues la droga profundiza los estados de ánimo que tiene el sujeto al momento de ingerirla. Por cierto, también hay alucinaciones. La descripción que hace de esto es inmejorable: “Los objetos exteriores adquieren apariencias monstruosas. Se os presentan en formas desconocidas hasta entonces. Luego se deforman, se transforman y, finalmente, penetran en vuestro ser o bien vosotros penetráis en ellos. Tienen lugar los equívocos más extraños, las trasposiciones de ideas más inexplicables. Los sonidos tienen color y los colores música. Las notas musicales son números y resolvéis con una rapidez espantosa prodigiosos cálculos aritméticos a medida que la música penetra en vuestros oídos. Estáis sentados y fumáis, pero creéis que estáis sentados en vuestra pipa y que es vuestra pipa la que os fuma; sois vosotros quienes os exhaláis en la forma de nubes azuladas”. Es un estado mental y espiritual muy atractivo, sobre todo si lo contrastamos con nuestras vivencias “normales”. De ahí que una vez experimentada tan deliciosa sensación insistamos en volver a consumir. Pero, prudencia, que si no logramos sujetarnos ¡hay! nos convertimos en adictos. Stanton Peele, uno de esos psicólogos que dedican su vida a hurgar en nuestros defectos, indica que nos hacemos adictos porque queremos “aliviar el dolor, la ansiedad u otros estados emocionales negativos mediante una pérdida de la conciencia o mediante la elevación del umbral de nuestras sensaciones”. Sí señor, somos hedonistas empedernidos. Ya sabemos que todo tiene que ver con eludir la pesadez de la vida y la amargura de la muerte. Parece que, después de todo, no somos capaces de aceptarlas tal cuales son y usamos las drogas como un bálsamo para olvidar esas dolorosas verdades. Somos débiles, por eso hemos creado “deliciosos licores con los que los ciudadanos de este globo se procuran a voluntad, alegría y coraje” canta Baudelaire, que así, borracho y todo, fue uno de los más grandes poetas. ¿Qué puede decir a esto el señor psicoterapeuta? Tiene razón, la mayoría no llegaremos a ser brillantes artistas, menos bajo los efectos del alcohol, ¡salud por eso!; sin embargo, ya se intentó prohibirlo y quedó la grande. ¿Le suena la Ley seca y Al Capone? No se puede. El hombre si es vulgar necesita un escape a su aburrida y monótona vida, y si es artista, excusas para sus ideas locas. Leamos a Baudelaire, “si el vino desapareciera de la producción humana, creo que en la salud y el intelecto del planeta se produciría un vacío, una ausencia, una imperfección mucho más espantosa que todos los excesos y las desviaciones de que se hace responsable al vino”. Sabio. Hay por ahí un concepto que puede servirnos en esto del consumo de alcohol, parece contradictorio pero no deja de ser oportuno, la “adicción racional”, que va por el lado de controlarse y no caer en la actitud del borracho insufrible. Es difícil, porque la línea divisoria entre una natural tendencia a buscar estímulos placenteros y una adicción patológica es muy difusa, pero hay ciertas conductas que dan señales. ¿Quién decide si estamos enfermos? Los pedantes como Peele, y nuestra familia. Llegamos cansados a casa y nos relajamos con un trago, este agradable momento resulta tanto por el efecto del alcohol como por los pensamientos alegres que tenemos al haber terminado sanos y salvos una jornada de responsabilidades, y estamos casi seguros que el tiempo y el mundo están ahora a nuestro favor (los casados con hijos pequeños tal vez no puedan decir lo mismo, pero hagan el esfuerzo). De aquí que queramos repetir esta sensación con otra copa, y otra, y otra, hasta que empezamos a gritar y asustar a quienes nos rodean. Autocontrol, y no se excusen en la idiotez “es que no me di cuenta” porque cada uno sabe lo que puede. ¿Y qué pasa con el que vive solo? Ese que se llene, se acueste y sueñe que flota en vino, no molesta. Estamos hablando de las perturbaciones sociales que produce el exceso ¿Si? Quedamos con un amigo en un bar, conversamos, nos reímos y hasta nos ilusionamos con la morena de enfrente. Es natural que queramos repetir la situación, pero si volvemos al bar, nos emborrachamos, botamos los vasos y vomitamos el pasillo más de una vez es señal que necesitamos a Peele, porque hemos perdido el mando y creemos que el alcohol nos arreglará la vida porque sí. Algo parecido les sucedía a los perros de Pavlov, estaban convencidos que después del tilín tilín venía la carne y babeaban como drogos frente a una farmacia, pero no, todo era pura sugestión y burla. En fin, el placer mueve al mundo. Y el fatalismo, y la monotonía de la vida, que son los principales responsables de que busquemos paraísos momentáneos a través de las drogas. Benjamin lo sabía. “El mundo –dijo el filósofo- es siempre el mismo (que todo suceso hubiese podido desarrollarse en el mismo ámbito). Esto es en lo teorético una verdad cansada, marchita a pesar de todo… Incluso podríamos decir que las verdades más profundas, lejos de haber superado lo romo, lo animal del hombre, poseen la poderosa virtud de poder acomodarse a lo romo, a lo común, incluso de reflejarse a su manera en el soñador irresponsable”. Después de esto qué otra cosa podemos hacer sino echarnos un buen trago y meditar sobre las fatalidades humanas, porque, como dijo el poeta “¿quién de vosotros tendrá el valor despiadado de condenar al hombre que bebe con inteligencia?”, pues bien, bebamos con inteligencia, ¡Salud!

Texto agregado el 14-03-2016, y leído por 274 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
16-03-2016 Ahh, las drogas, las drogas; son como mirillas que ofrecen a los ojos la portentosa realidad; disolviendo las barreras y uniéndonos con el otro; el mundo entonces es como es, ilimitado, infinito. Una realidad que todo ser humano debería entender y luchar por alcanzar... sin drogas; y trabajando mucho. Pato-Guacalas
15-03-2016 Te leo y estoy de acuerdo con todo eso, pero mi experiencia me dice otras cosas. Yo entiendo todo por el vicio, pero también entiendo que el vicio no produce placer precisamente. Fijate que hay adictos a cualquier cosa, desde el trabajo al juego. guy
14-03-2016 Brindo por este ensayo. Excelente 5* grilo
14-03-2016 Mmmm... no entiendo mucho de evasiòn, debe ser porque de artista no tengo un pelo. Saludos. rhcastro
14-03-2016 (1) Te mueves en mi charco, y aunque quiero pensar que no eres especialista, nadas con soltura, elegancia y a buena profundidad. Me admira tu habilidad para describir y la limpieza de tus renglones. Fantástico. La ley básica, primordial de la psicología y por ende del comportamiento humano es moverse en un eje de dos polos: en todo lo que hace, el humano lucha por acercarse lo más posible al extremo del placer y alejarse del polo del dolor. -ZEPOL
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