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Sir Endhil cabalgó toda la mañana hasta desmontar en las estribaciones de una montaña cubierta por la neblina. Todavía le dio unas palmaditas a su caballo sudoroso antes de atarlo en unas raíces excretadas de la tierra como nervios impíos sobre la hojarasca.

El rostro de Sir Endhil presentaba la consistencia coriácea de un tronco de roble forjado por el tormentoso escrutinio de los astros. Su cuello ínfimo se afianzaba entre los hombros duros, junto al pelambre imperioso de la nuca y la barba de profeta de los últimos días.

Sir Endhil se reacomodó su armadura de mallas y el sobreveste con la heráldica de dragones de su estirpe y avanzó sujetando el mango de la espada.

En la lobreguez de su vida encontraba que sus días carecían de sentido y por eso acudía al sitio que perteneciera a los elfos y las hadas, cuando todavía tenían comercio con los hombres.

Sir Endhil había desentrañado el misterio de la naturaleza del lugar mucho tiempo atrás, encerrado en catacumbas herrumbrosas ante el libro de hojas tersas del mago del Azar, Ihacopo el Antiguo.

Todavía recordaba los párrafos como panales densos de significado, casi custodiados por decenas de prehistóricos escarabajos acorazados que asomaban de las paredes y los resquicios de las baldosas resquebrajadas. También evocaba misterios insondables apresados en las letras tan tortuosas como el andar de un anciano.

Ihacopo el Antiguo afirmaba que el bosque resguardaba un vientre de agua en sus espesuras innominadas, núcleo que era un auténtico venero de sabiduría para quien se sumergiera en él.

En su avance de varias horas, Sir Endhil se percató de que el tiempo parecía adecuarse a sus estados emocionales y que las figuras de los árboles obedecían los influjos de su conciencia.


Lo primero que arrostró fue el ataque de varios animales salvajes que ya lo acechaban. De tal suerte que Sir Endhil exhibió su habilidad de peleador del rey para librarse de la hostilidad de las bestias, que escaparon a las sombras con aullidos indignos.

Lo siguiente fue el acoso de miles de recuerdos que tocaban las fibras más dolorosas de su pasado. De tal modo que Sir Endhil se vio asolado por una pesadez del alma tan grande como la losa de Enzo el Macabeo, y estuvo a punto de flaquear ante los sentimientos que lo desbordaban. Pero resultó más fuerte su voluntad y salió avante al desprenderse de las tinieblas vastas como noche de las eras.

Después lidió con una bifurcación del camino y varias incógnitas que templaron los goznes de su intelecto. Así que pasó mucho armando un rompecabezas en su cerebro, hasta escoger la mejor ruta a seguir.

Lo último que encaró Sir Endhil fue un viejo hambriento y herido sobre unos pedruscos. El objetivo del viaje había atormentado a Sir Endhil durante años, pero desistió de su empresa luego del último dilema que zarandeó su conciencia, y cargó con el anciano hasta retornar a su cabalgadura. Después se dirigió a un hostal donde atendieron al hombre.

Aquella noche Sir Endhil se durmió con los oídos embotados por magmas de grillos, y descubrió que el verdadero sueño era el asunto del viejo, pues la realidad seguía en el bosque, donde aún yacía.

Así que Sir Endhil abrió los ojos y se supo entre los árboles luego de superar sus retos. Respiró profundo y se enfiló hacia un claro en cuyo fondo se ostentaba un ojo de agua que vibraba con el aire. Se quitó sus atavíos y quedó desnudo, con el cuerpo antaño poderoso, ahora esquelético y cubierto de pellejos lamentables. Inhaló con fuerza y se zambulló.

Ya dentro lo sacudieron miles de representaciones que removieron su interior con cadencia sísmica. También supo que la suciedad física y espiritual que cargaba se desvanecía, pues respiraba por la piel como anfibio.

Salió del agua y se sorprendió al ver que no estaba mojado, pues se había sumergido en una membrana de conciencia ilimitada. Su cuerpo poseía ahora emociones inescrutables, y su mente se expandió a sus órganos y volvió a replegarse, dejando la cauda de imágenes recién estrenadas bien fijas en su memoria.

Regresó al saber que dejaba improntas de su aura en el agua a cambio de una sabiduría propia de diez vidas naturales.

Además entendió que eran meras elaboraciones mentales suyas cada uno de los abedules y abetos, junto con las piedras cubiertas de musgo donde se ocultaban unos bichos tremebundos y ciertas arañas ruinosas; que la esencia del ojo de agua presente en él se había manifestado sólo después de cabalgar por los senderos de una vida, en busca de algo que ya poseía en su interior.

Sir Endhil se hurgó la cintura ante una incomodidad extraña y apresó a un escarabajo obeso. El insecto se plantó en la palma callosa con garbo de gladiador ebrio, dio unas vueltas de reconocimiento y brincó hacia el suelo, donde adquirió la consistencia de la tierra y asumió la ligereza del polvo que el viento barrió.

Texto agregado el 24-03-2016, y leído por 296 visitantes. (11 votos)


Lectores Opinan
26-03-2016 Hago mías las palabras de nuestro zepol y agrego y aplauso para tu exquisito relato. Un abrazo dulce. gsap
24-03-2016 Me da gusto ver la referencia constante de otros personajes de tus cuentos. Éste es completo; escenas llenas de vida, recursos literarios derramados, personajes definidos y queribles y la parte filosófica que es una constante en tus letras. Un placer leerte. Un abrazo Gustavo. umbrio
24-03-2016 Brillante relato y excelente dominio del lenguaje 5* grilo
24-03-2016 Brillante relato y excelente dominio del lenguaje 5* grilo
24-03-2016 Sí el cuerpo de tu personaje posee emociones inescrutables, tú las despiertas en tus lectores porque tienes el don innato de trasmitir para involucrarnos en tus relatos. Derroche de creatividad e imaginación para unir tantos elementos asombrosos a través de un léxico que ya quisiéramos tener muchos. El personaje Sir Endhil es de colección por las características peculiares que posee. El final de la historia es de alta alquimia. Un placer para el alma. ¡Bravo! Full abrazo, MAESTRO. SOFIAMA
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