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Inicio / Cuenteros Locales / Riefenstahl / Elizabeth Von Dee (Los sueños de Shakespeare II)

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Una velada perfecta para mí equivale a una gran película, cobertores cómodos, cinco o seis rebanadas de pizza, y lo más fundamental… no ser molestada por otro ser humano.

Aquella noche me disponía a descansar del mundo moderno; había sido una temporada difícil de proyectos en la universidad, clientes estúpidos en el trabajo, ataques de pánico permanentes, y la constante (en serio, excesiva) presencia de Liz Von Dee.

(¡RING! MENSAJE)

—Paso por ti en cinco minutos.

¿Recuerdas que te dije que a Liz le encantaba el hecho de que podía controlarme?
Bueno, esto estaba extralimitándose.

Cuando observé su comunicado sentí unas inmensas ganas de llorar. No tenía idea de cómo enfrentarme a su obsesiva compañía, ni a su desenfrenado deseo por mi cuerpo… No sabía con certeza cuáles eran sus verdaderos sentimientos por mí. Lo que sí tenía claro, era que no iba a tener un final feliz.

Era insoportable.

Me vestí con rapidez, a ella no le gustaba esperar.

Mientras aguardaba en la entrada de mi casa conmemoré la ocasión en la que Liz tomó mi cuerpo por primera vez, de eso ya habían transcurrido tres meses. Por algún motivo las mariposas en mi estómago aún revoloteaban cuando pensaba en ello.

Apareció a la hora acordada, con un gesto me ordenó que subiera al auto.

Desprendía un aroma a Chanel N° 5 e iba completamente vestida de negro. Llevaba puesta una gabardina, un vestido corto, pantimedias, y botines con tacón.

— ¿A dónde vamos?
—A una fiesta, es el cumpleaños de mi madre.
— Y… ¿Por qué tengo que ir? —Demandé con timidez.

Ella me miró como si acabara de hacer una pregunta muy estúpida.

—Mi familia es muy aburrida… Te necesito conmigo. —Respondió acariciando my mano.

Deseaba saber si sus padres conocían sus peculiares gustos sexuales, tal vez pretendía presentarme como su novia, si bien nunca habíamos hablado del asunto.

Ella resolvió mis dudas sin que yo indagara.

—Regla principal: Ninguno de mis parientes sabe que soy lesbiana, y te agradecería que no lo mencionaras. —Expresó muy seria. —Tú vienes como amiga de la universidad, punto.
—Está bien.

Me habría gustado portar un traje elegante en vez de una chaqueta de cuero y vaqueros ajustados, sin embargo presentía que Liz lo había ideado así para que su familia me viera como un bicho raro.

En mis largas semanas conociendo a Elizabeth Von Dee, había observado que era una persona en extremo inteligente, experta en el arte de la manipulación, sofisticada, voluble… violenta.

La mansión de los padres de Liz es bastante moderna. Había sido erigida bajo una bella arquitectura victoriana, no obstante la familia decidió remodelarla procurando un innovador estilo de la Escuela de Ámsterdam. Una verja con adornos florales, un colorido jardín repleto de rosas, una helénica fuente luminosa y los matices encendidos, intercalados con el uso acertado de ventanales enormes invocan admiración a la vez que azoramiento.

Por dentro es mucho más impresionante.

Desearía que hubieras estado ahí para verlo.

— ¿Tú creciste aquí?

Liz echó un vistazo al lugar como si buscara a alguien en particular.

—Sí, no es tan extraordinario como parece. —Contestó con reserva.

El sitio estaba atestado de ropas refinadas, perfumes sutiles y charlas monótonas sobre cómo el dinero está ligado al hedonismo.

—Iré a jugar a ser hipócrita… —Comentó Liz detallando a una distinguida mujer. —Quédate cerca.
—Claro.

El vientre me dolía tanto que creí que iba a vomitar.

Odiaba a Liz y a todo ese montón de aristócratas elitistas que me miraban cual insecto irritante.

¿Para qué me había traído si planeaba abandonarme?

Me aproximé al buffet; si iba a sufrir, era mejor hacerlo con el estómago lleno.

—Disculpa. ¿Qué crees que haces? —Me interrogó uno de los meseros.
—Yo… nada… —Dejé el camarón en el recipiente.
—La comida es para la gente importante. —Indicó con actitud pedante, tomándome por tonta.

No llores. ¡No te atrevas a llorar!

— ¿Cómo entraste aquí?

Estaba segura de que mi voz se quebraría si hablaba, así que me mantuve en silencio.

—Estás despedido, sea quien seas… ¡lárgate! —Estableció Liz apareciendo detrás de mí.
—Pero... —El sirviente se ruborizó.
—No quiero tener que recurrir a mi madre. —Liz me contempló decepcionada. —Ven.

Puede que una de las razones por la cual no me he alejado de Liz sea eso precisamente. El hecho de que a su lado las demás personas te tratan de manera diferente; como si de verdad valieras.

Liz me llevó por una serie de corredores y graderías.

Me preguntaba cómo lograba atravesar el laberinto sin perderse.

Nos detuvimos en una habitación que supuse era la suya. Aquella zona de la casa estaba desierta.

—Siéntate. —Enunció al final, señalando su imponente cama. —Lamento lo que pasó allá abajo.
—No importa, pero gracias. —Añadí acomodándome.
—Lily… —Agregó, desprendiéndose de la gabardina. — ¿Tú me amas?

Tragué saliva antes de contestar.

Si mentía, ella lo descubriría. Sin embargo, si optaba por ser honesta… No quería averiguarlo.

—Creo que sí… —Me sonrojé al responder.

Liz se acercó, me examinó durante unos segundos y me abofeteó con fuerza.

—Te lo preguntaré una vez más. ¿Tú me amas?

No era la primera ocasión en la que lo hacía, aunque en ese momento sí tenía miedo.

—No. —Concluí, las lágrimas fluyeron sin que pudiera contenerlas.
— ¿Y qué sientes por mí?
—Te odio. —La observé con fuego en mi mirada.

Iba a morir, lo supe en cuanto lo dije.

Ella por su lado, sonrió, me besó apasionadamente y… se aprovechó de mi cuerpo.

Al terminar volvió a vestirse.

—Quédate aquí.
— ¿A dónde vas?
—Mis padres deben estar buscándome.
— ¿Y… no puedo estar contigo?
—Lily… —Expuso, colocándose los botines. —Te traje a este sitio, esta noche, para poder acostarme contigo cuando sienta que ya no logro soportar a esa gente asquerosa. ¡¿Eres tan estúpida que no lo captas?!

¿Nivel de autoestima?
Subatómico.

Mis conocimientos en psicología eran muy modestos, si bien entendía lo que Liz trataba de hacer conmigo… Destruiría mi autoconfianza para luego poder manipularla a su antojo, terminaría siendo un zombie maniobrado por una sociópata trastornada. En definitiva, mi vida le pertenecería y ya no sería capaz de pensar por mí misma.

Cuando cerró la puerta, me hallaba desnuda… No me refiero a la carencia de vestimenta, sino a esa sensación de ser completamente vulnerable.

Me levanté, recogí mi ropa y caminé por la alcoba revisando el pasado de mi carcelera.

Encontré algunas fotos de su niñez, en ellas se podía notar la disfuncionalidad.

¿Qué pudo ocurrirle a Liz para que terminara siendo tan… Liz?

No, no me topé con su diario, ni recortes de periódico sobre un accidente industrial. De seguro todo lo que necesitaba saber estaba en su apartamento.

De esa forma me propuse una nueva investigación…
Elizabeth Von Dee.

Volvió en tres ocasiones durante la velada para divertirse conmigo…

Si te estás preguntando cómo es el sexo entre nosotras dos, te decepcionaré.

Nada de cincuenta sombras de Grey.

No se me antoja para nada placentero, aunque tampoco diría que es algo desagradable… Liz por lo general comienza besando todo mi cuerpo… sus labios, su lengua y su cálido aliento recorren mi piel con frenesí… Cuando nota que me aburro utiliza los dientes para causarme dolor. Luego me pide que realice ciertos actos específicos… (Tú imaginarás cuales.)

Su figura es mucho más voluptuosa que la mía… por no mencionar más… y… posee el tatuaje de unas bellas alas azules sobre los omoplatos.

No suele conversar al momento de hacerlo; excluyendo el instante en que el establece sus peculiares deseos, Liz prefiere mantenerse en un incómodo silencio.

Pienso en ella a menudo. Sé que no estoy enamorada de ella, pero me atrae de una forma inexplicable… Quizás el motivo de su autoridad sobre mí esté en esa curiosa fascinación.

No tenía planeado ser sutil, mi objetivo primordial era saber acerca de la vida de Elizabeth Von Dee sin importar la procedencia de la información. Por lo tanto el sábado siguiente di por iniciada la primera fase de la investigación concluidos nuestros actos sexuales.

— ¿Liz?
—Dime. —Contestó mientras acariciaba mi piel.
— ¿Cómo fue tu infancia?
— ¿Por qué quieres saber? —Su actitud se endureció un poco.
—Es que… He notado que no sé mucho de ti.

Ella suspiró con exasperación.

—Eso es porque así lo deseo… Mi vida personal no te incumbe.

Su aseveración me condujo a plantear una pregunta que en realidad nunca debí hacer.

—Pero… ¿No soy tu novia?

Liz se ruborizó, su mirada era inescrutable.

—Dejemos algo muy claro… —Se posó sobre mí, me observó fijamente, y comenzó a golpearme con ferocidad. —No soy la novia de nadie… ¿Entiendes?

Pude percibir el sabor metálico de la sangre en mi boca.

— ¡Liz…! —Trataba de detenerla. — ¡Para! —Estaba llorando.

Liz no se contenía, el castigo que me estaba propinando era demoledor.

— ¡Maldita estúpida!
—Liz… —Mi voz sonaba ahogada. —Por…favor.
— ¡Maldita estúpida! —Repetía.

Frenó su ataque cuando se halló demasiado fatigada para continuar.

El dolor en mi rostro era insoportable.

—Maldita estúpida. —Farfulló dirigiéndose al baño.

¿Cómo todo pudo terminar de esa forma?

No estaba molesta, de nuevo me sentía desnuda.

—Toma. —Liz me lanzó una toalla para que me limpiara.

¿Sabes qué opino?
Mi creador es un infeliz, bastardo. Es evidente que al final de la historia me matará, así que no deseo que imagines un musical adorable tipo Disney proviniendo de esta estupidez.

Eliminé el exceso de sangre con cuidado.

—Oye…—Agregó al examinar cómo me aseaba. —Lo lamento… pero existen ciertos detalles que no debes tratar conmigo.

Se acomodó bajo los cobertores, tomó el paño e intentó deshacer los resultados de su golpiza.
Sus nudillos presentaban pequeñas heridas que aún sangraban.

Maldita estúpida. Comenté en mis pensamientos.

Temía que ella dedujera mis ideas, no obstante se limitó a abrazarme para luego caer dormida.

Yo no logré cerrar los ojos… Bueno, “no logré cerrar el ojo” si tenemos en cuenta que mi vista izquierda estaba inflamada.

¿Qué me sucedía?
Una mujer loca acababa de darme una paliza.
Era su objeto sexual.
Me trataba como una mierda la mayor parte del tiempo.
¿Y yo lo aceptaba sin reclamo alguno?
¡Lillian Gish, por dios! ¿Eres una maldita estúpida como ella afirma?
¡Actúa! ¡Haz algo! ¡Despierta!
Sí, claro… Con llorar lo arreglas todo.

No salí del apartamento de Liz sino hasta el viernes. (Al fin y al cabo ella no lo habría consentido aunque yo quisiese.)

Ella llamó a mis padres, se comportó de forma encantadora y los persuadió para que me permitieran quedarme unas noches; de ese modo podría colaborarme con la “infinidad” de proyectos que no había entregado.

De igual manera convenció a mi jefe en el café de Verfrissing de que perdonara mi ausencia debido a una enfermedad en extremo contagiosa.

Aquellos días en los que Liz me abandonaba para asistir a la universidad consideré la situación.

¿Y si Liz en algún momento fue como yo?
¿Una persona débil?
Lo más lógico sería suponer que en cierto instante de su vida se enfrentó a un evento traumatizante que finalmente la forzó a convertirse en una chica controladora, trastornada y violenta.

Esa hipótesis no me revelaba nada acerca de Liz en absoluto. Sin embargo, me mostraba la clase de ser en el que podría transformarme si no canalizaba mi disfuncionalidad.

El jueves en la mañana Leni me llamó.
— ¿Dónde estás?
—En el apartamento de Liz.
Hubo una extraña pausa.
— ¿Estás bien?
Su interrogante tenía una curiosa connotación. Lo decía en serio.
—No. —Un nudo de lágrimas se formó en mi garganta.
—Te golpeó ¿Verdad?
— ¿Cómo lo supiste?
—No se ha quitado los guantes en ningún momento.

Leni conocía a Liz mucho mejor de lo que yo pensaba.

—Intentaste acercarte a ella ¿No?
—Sí.
—Lily, te debo una disculpa… Yo accedí a que esto sucediera y…
— ¿De qué hablas?
—Lo que está haciendo contigo… Liz también lo hizo conmigo.

Imaginé a la indomable Leni Schrödinger siendo sometida por la sanguinaria Liz Von Dee. Sentí un poco de pena por Leni, además de una gama distinta de sentimientos que variaban entre los celos, la traición, la rabia y el asombro.

— ¿Sigues ahí?
—Sí, perdona… No sé qué decir.
—No digas nada… Me tengo que ir, pero… Te llamaré mañana.

Tal mañana nunca llegó. Helene “Leni” Schrödinger fue asesinada tan pronto terminó nuestra conversación.
No, no es cierto. Te lo creíste ¿verdad?

Ese mismo día investigué la residencia de Liz en busca de pistas.
Por desgracia no encontré nada interesante.
Si alguien al azar hubiese entrado al domicilio, de seguro esa persona no habría podido identificar a su propietario. Aparte de unos cuantos libros sobre psicología, el apartamento era bastante impersonal.
Por supuesto no me olvidé del ordenador asegurado con contraseña.

Sea cual sea el evento que aconteció en la vida de Liz, no iba a descubrirlo por parte de ella.

A la mañana siguiente mis lesiones eran insignificantes manchas rojizas que podían ocultarse con un poco de maquillaje.

—Perfecto. —Juzgó Liz quien difuminaba la sombra sobre mis ojos.
—Gracias. —Agregué sin mucho entusiasmo.
Liz me examinó con desconfianza.
— ¿Estamos bien?
—Sí. —Sonreí

Salí de aquel sitio sintiéndome más vulnerable que nunca.

— ¿Leni? —Saludé al iniciar la llamada.
— Hola Lily. ¿Cómo estás hoy?
—Mejor, gracias…Oye… ¿Crees que podríamos vernos en Verfrissing dentro de una hora?
—Claro. —Comentó lacónica.
—Bien.

La curiosidad era insoportable.

Esperaba con ansias el instante en el que Leni me compartiera los sucios secretos de Liz.

Y de inmediato me atravesó como un rayo.

¿Conocer el pasado de Liz me liberaría de ella? ¿Me daría la fortaleza para enfrentarla?
Tal vez sí, tal vez no.

Cuando llegué a mi lugar de trabajo, Marcel (mi jefe) se cubrió el rostro con las manos.

—Lily ¿Es seguro que estés aquí?
—Sí Marcel, estoy bien. Gracias.

Idiota.

—Puedo comenzar esta tarde, si estás de acuerdo.
—Está bien.

Leni apareció a los quince minutos.

—Primero lo primero. ¿Liz te habló de los proyectos de esta semana?

Imaginé que el silencio de Liz en cuanto al asunto académico equivalía a “no proyectos”

—No.

La chica rubia extrajo una gruesa carpeta de su bolso y la colocó sobre la mesa.

—Son para después de las vacaciones de navidad.
—Gracias. —Agregué revisando las hojas.

Leni me analizaba con un triste gesto.

—Lo siento.
—No es tu culpa.
—Creí que había cambiado. —Suspiró.
— ¿Cómo? Me refiero a… ustedes dos.

Su historia era más o menos similar a la mía. Ella solía ser una joven retraída, no tenía acostumbrado el relacionarse con otras personas hasta que conoció a una muchacha misteriosa. Elizabeth la introdujo a un mundo vasto e interesante… En fin, sexo, subyugación y control… Hasta que…

—No puedo decírtelo.
— ¿Qué? ¿Por qué?
—Porque se lo prometí.
— ¿Esa es la razón por la cual continúan siendo amigas?
—Sí… Algo así.

Maldita Leni.

Traté de no darle importancia e intenté encaminar la conversación por otro rumbo.

— Y… ¿Alguna vez te ha hablado de…?
—No… pero sí puedo informarte que el reporte policial ya no existe.
— ¿Qué?
—Sea lo que sea, solo podrás averiguarlo por parte de de la familia Von Dee…

Maldita Leni.

—Y… ¿qué debo hacer?
—No lo sé…

¡No te atrevas a llorar!

—Leni… por favor.
—Tengo que ver a Knox en unos minutos, pero… sé que lo resolverás… —Revolvió mi cabello con ternura antes de partir.

Maldita Leni.

Sin importar el sitio en el que estaba, me dejé llevar por un profundo llanto.

Esto de ser débil no es sencillo.

Texto agregado el 29-03-2016, y leído por 39 visitantes. (0 votos)


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