Su vida entera se resume a la búsqueda de la perfección. Cada centímetro, cada ángulo y cada sonido debía ser estrictamente perfecto para que él, una especie de semi-dios poco paciente, pudiera estar cómodo.
Salir a la calle era una travesía que lo llenaba de ira. Ver a los niños desordenados le hacía querer arrancarse los labios. Trataba de desprenderse de las imperfecciones del mundo que lo rodeaba y así poder sentirse más a gusto.
Cierta vez salió de su casa para comprar limpiavidrios y en mitad de la calle se encontró con un niño.
Llevaba un rasmillón en la rodilla y el pantalón rajado. Notó que había un sujeto mirándolo con cara de estar poseído y le sonrió.
En su boca dos dientes querían ocupar el mismo sitio, uno no estaba y un incisivo estaba roto. No aguantó más; se tiró el pelo hasta arrancarse un mechón y el niño salió corriendo ante el loco arrodillado.
El niño llamó desesperado a su madre, quien salió rápidamente.
-¡¡Lamen una ambulancia!!
Pero no hubo caso; nuestro semi-dios no era tan perfecto como para resistir el peso de un vehículo sobre su cuerpo.
-¿Cómo pasó esto? -preguntó un oficial.
-Por la posición, creo que se cayó -contestó otro.
-Bueno, hay tipos con mala suerte.