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Cada mañana despertaba fascinado por el sueño que había tenido durante la noche anterior. Siempre ese mismo sueño, en el que se ve asimismo de pie frente a un público impartiendo una conferencia sobre un tema que nunca recordaba muy bien, y que en realidad no le importaba. Lo importante y lo maravilloso para el doctor Duval, era la idea de verse como un gran orador. En sus sueños, había logrado hacer lo que siempre ha admirado en algunas personas: esa facilidad, esa habilidad de poder expresarse de una manera tan fluida y elocuente ante un público numeroso.
Una mañana –como tantas otras– se había quedado en cama ya despierto. Le daba vueltas y vueltas a aquel sueño, deleitándose con cada momento vivido.
“Qué hermosos son los sueños –pensaba con los ojos aun entreabiertos–, en ellos puedes ser lo que quieras, cualquier cosa. Sentir tan real la situación de hablar sin ninguna dificultad, y de ser escuchado por centenares de gentes”.
Se imaginaba lo maravilloso que pudiera ser si así fuera en la vida real y no solamente en sueños.
Entre tantas cavilaciones, al Doctor Duval, se le ocurrió la idea de buscar la manera de traer a la realidad ese sueño. Tras meditarlo por un rato, recordó que algunas personas que padecen de sonambulismo realizan acciones extraordinarias mientras duermen que ni ellos mismos sospechaban eran capaces.
Se dio entonces a la tarea de convertir esa idea en un hecho. Buscó en libros de psicología, mitología, esoterismo y en todo texto que hiciera referencia a los sueños, y en especial, al sonambulismo.
Tuvo muchos días de búsqueda. En tanto, durante las noches, el sueño recurrente se hacía cada vez mas vívido, situación que le alentaba a continuar con su investigación.
Sus estudios se centraban ahora específicamente en el sonambulismo.
Una noche, ya exhausto de desvelo, pensó en algo que él mismo llamó, una idea descabellada:
“Si tan sólo pudiera estar soñando hablar ante un público, y de pronto mi cuerpo actuara como un sonámbulo, así podría lograrlo. ¡Eso es! Cuánta gente habla mientras duerme, sólo que en mi caso, sería necesario perfeccionar ese desorden de los sueños. Podría incluso convertirlo en una ciencia, y porque no; en un arte”.

Ahora sus pensamientos giraban entorno a aquella loca idea como él la había llamado en otra ocasión, pero que de poder lograrlo, sería simplemente genial.
Después de un tiempo y cansado de tanta búsqueda, el doctor Duval sintió estar harto; se dijo asimismo que ya había sido suficiente, que ya sabía demasiado sobre el tema y que ya era tiempo de probar suerte intentándolo.

Otra mañana, mientras se dirigía a su trabajo, planeaba los actos que coronarían todos sus esfuerzos y desvelos de tantas noches de búsqueda. Lo haría durante la hora de la comida, en el comedor, o mejor aun, en la placita al aire libre del centro del hospital en el que labora.
Para lograr su propósito, enumeró: “En primer lugar, debía evita beber café durante la mañana; en el comedor escogería una mesa no muy a la vista de la gente; tendría que comer algo ligero y esperar a que hubiera el mayor número de gente y ponerme unos lentes oscuros en el momento preciso para que pasen por inadvertidos los ojos cerrados”.
Había llegado la hora. Se dirigió al lugar seleccionado, escogió la mesa y pidió solamente un vaso con leche caliente y una pieza de pan. Mientras comía, hacía tiempo para que llegara más gente.
Comenzó a ponerse nervioso, sus manos sudaban. Trató de calmarse, tenía que calmarse o, de lo contrario, sería imposible quedarse dormido como lo había planeado.
Por fin, el momento oportuno llegó. Se tranquilizó, comenzó a respirar lentamente al tiempo que pensaba en su propósito. Empezó a quedarse dormido y las primeras imágenes de él mismo dispuesto a hacer frente a un público empezaron a aparecer. En su sueño, había una persona anunciando al ponente y haciendo un preámbulo de lo que sería el tema a tratar. El doctor Duval se ajustó el nudo de la corbata por última vez, se coloco sus gafas de lectura y se dirigió hacia el podium. Al mismo tiempo, en la placita del hospital, se podía observar al Doctor levantándose de la mesa, colocarse unos lentes oscuros y caminar cabizbajo hacia un pequeño quiosco situado a la entrada de la cafetería. Se detuvo erguido a la orilla del barandal apretándolo fuertemente, se aclaró la voz y comenzó a hablar. Se escuchaba una voz pero no había logrado llamar la atención de la gente como para que se fijaran en él.
En tanto, en el auditorio, el Doctor Duval terminaba de decir el titulo de la ponencia y era ovacionado por la multitud con una lluvia de aplausos. En el quiosco, el Doctor Duval, aun cabizbajo, se sintió muy emocionado. En la gente había crecido la curiosidad, y lo observaban. Al final de los interminables aplausos, soltó el barandal del quiosco que aferraba con ambas manos y las levantó para agradecer, levantó la cabeza, sus lentes oscuros cayeron y dejó ver a la gente plenamente su rostro.
Todos en la placita quedaron horrorizados. Con los párpados entreabiertos, el Doctor Duval, dejaba ver sus ojos que se movían rápidamente de un lado a otro, a una velocidad tal, que parecían estar a punto de salirse de sus orbitas.

Texto agregado el 22-05-2003, y leído por 328 visitantes. (1 voto)


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