Una áspera tristeza me cayó encima, 
desde lo alto de un domingo 
oscuro y de aguacero, 
empapando las aves que llevo dentro, 
aquellas, que cantaban esplendorosas, 
indiferentes al espacio y al tiempo 
 
Colosal y monárquico el viento, 
que sacudió mi ocio y mi tedio, 
descansando en el portal de mí casa, 
luego, arrojándose encima  
de la serenidad y de la calma, 
corrompió mi frágil paz bajo techo, 
rociando mis ojos con hechizos de lágrimas 
 
Que crueles son las horas, 
de esos mudos días impermeables, 
esas horas vacías, esos rostros ya muertos, 
son el eco de la soledad de las calles, 
las esquinas vacías, los hogares sin alma, 
esas horas, que se consumen fugaces, 
y se comen despacio, lo que resta del aire, 
momentos como este, que muy bien conocemos 
 
Ya acepte la decrepitud que se acerca, 
con la noche misteriosa,   
vacía de cantos y rosas, 
y desenvaine de ante mano 
la fiel espada del miedo, 
y asumí la resignación, de esta voluntad bajo cero, 
 
Y ahora espero y espero,  como un fiel centinela, 
como un guardia al acecho, 
sin penas ni gloria, sin pavor ni lamentos, 
mientras el humo como tinieblas 
se me escurre en la boca, 
y la muerte nocturna, 
sin llamar a la puerta,  
solo pasa de largo, pero deja una nota 
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