El tiempo de Don Aurelio.
Ha visto pasar tantos inviernos, tantas hojas caídas, marchitas, que a mi edad ya no me asusta el tiempo.
He visto crecer a mis hijos, a mis nietos y ahora… creo que llegó “mi tiempo”.
No todos pueden llegar a cumplir ochenta años, no, es un privilegio de algunos pocos y a mí me tocó ser uno de ellos por eso no pienso desperdiciar lo que me quede de vida, tuve la suerte de tener una buena vida, una familia excelente, un buen trabajo y aunque pobre, soy dichoso. ¿Qué más podría pedir?
Hay muchas cosas que nunca pude hacer y creo que ya es tiempo de que las haga, una de ellas es viajar a mi patria, Galicia, mi sueño dorado y otras ciudades y países del mundo, conocer gente, montañas y ríos y ahora, gracias al esfuerzo de toda una vida y con la ayuda de mis hijos, lo lograré, Dios mediante voy a cumplir ese sueño, sólo lamento de Camila no este conmigo, sin ella no va a ser lo mismo.
Mañana cumplo ochenta años, mis hijos van a darme una fiesta y luego… a viajar.
Ya tengo los pasajes, el avión me pareció más seguro que el barco, si tenemos la fatalidad de caer, lo más probable es que sea una muerte rápida en cambio el barco si se hunde puede ser una muerte lenta y eso me espanta, siempre tuve miedo a la muerte.
Así pensaba Don Aurelio, un español inmigrante, buena persona, trabajador y muy creyente.
Y fue así que al día siguiente a su cumpleaños partió para Galicia a ver a los que quedaban de su familia gallega y con suerte quizá algún amigo de la infancia.
Se sentía emocionado, sabía que de su generación eran pocos los que aún vivían pero, algunos primos un poco más jóvenes que él de setenta o setenta y cinco años, aún vivían.
¡Cuántos años había pasado! ¡Cuántos recuerdos! ¡Cuánta nostalgia!
Visitaría la tumba de sus padres los cuales no había vuelto a ver desde que se marchó a los veinte años.
Sin querer, se había puesto triste y ese no era el fin que perseguía con aquél viaje, todo lo contrario, el ver a su familia algunos por primera vez lo emocionaba pero no podía entristecerlo, eso no…
El viaje era largo, varias horas de vuelo hicieron que Don Aurelio se durmiera soñando con su patria, anhelando llegar, volver a sentirse “gallego” como lo llamaban cariñosamente sus amigos.
Y Don Aurelio, al fin llegó aunque las personas que vio no eran precisamente a las que había ido a ver, su mujer, sus padres, sus abuelos y muchos amigos lo estaban esperando.
Aunque muy emocionado, aún no entendía lo que estaba pasando creía que aún soñaba pero… volver a ver a tanta gente querida era más de lo que él pretendía… y se sintió feliz, ahora sí podría cumplir sus sueños junto a sus seres queridos que hacía tanto tiempo no veía, ahora sí podría viajar y conocer el mundo junto a su querida Camila.
Y lejos en un pueblito de Uruguay, unos hijos lloraban la muerte de un padre tan querido.
La vida es un acertijo, nunca sabemos qué nos depara el destino pero… la muerte lo es aún más.
Omenia.
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