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¡Atrapado!





Aquella muchachita flaca, desgarbada, de andar patizambo y chichis que parecían hacerle un guiño a lo cóncavo, continuaba en su búsqueda desesperada, estaba obsesionada en atraparlo, así tuviera que buscarlo en el mismo infierno.

Iba preparada para la ocasión, llevaba el adminículo necesario para tal efecto en la mano sudorosa y trémula por la ansiedad de poseerlo, de hacerlo suyo para presumirlo entre sus amistades como un trofeo de cacería.

Tenía horas empecinada en aquella tarea, ya ni apartaba la mirada del objeto dispuesto para la búsqueda, trompicaba, resbalaba, llegó a caer de bruces, pero se levantaba siempre dispuesta a seguir buscándolo. Ocasionalmente sonreía, lo que puso al descubierto que también era chimuela.

Su periplo delirante por atraparlo la llevó a la cantina, a la placita de las tertulias, al parque de las ilusiones, al basurero del pueblo, a la escuelita, al burdel, a un callejón sin salida, de donde salió por donde había entrado, contradiciendo, sin quererlo, aquello de “sin salida”.

Las primeras sombras de la noche la sorprendieron en las cercanías de la iglesia, a esa hora los feligreses se había retirado y los mendigos que limosneaban en el atrio del templo también empezaban a hacerlo. De pronto el artefacto que la guiaba hacia su posible presa empezó a emitir sonidos de alarma, ¡estaba cerca!, su cuerpo se tensó dispuesto para la acción de captura.

Oyó unos pasos que se acercaban, por no apartar la vista del artefacto ni cuenta se dio de quien se aproximaba era Ramón, el ciego y medio sordo que pedía limosna a las puertas de la iglesia. Cuando los cuerpos de ella y él casi chocaban, la muchachita al grito de: ¡Te atrapé Pokemon! ¡Ahora eres mío y te llevaré a casa!, aprisionó al ciego fuertemente entre sus brazos.

Él, por el encontronazo y la sorpresa solo atinó a decir: — ¡Si, soy Ramón! Y si me vas a dar de comer llévame a donde quieras.

Meses después, el ciego y medio sordo y la muchacha escuálida con un niño en brazos, se presentaron en el registro civil para inscribirlo con la “cibernética” intención de darle a la criatura el nombre de Pokemón-Pikachú.

Solo la atinada y responsable actitud del encargado del registro civil evitó se cometiera tal aberración.



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Este relato nace, me apena decirlo, de una noticia leída el día de hoy en un diario de mi país, donde se da cuenta de una mujer que pretendió darle el nombre de Pokemón-Pikachú a su hijo. El nombre, fue el cuerpo de la noticia, el resto del relato es solo imaginación mía. Ay mi gente. ¡Por eso estamos como estamos!

Texto agregado el 06-08-2016, y leído por 434 visitantes. (10 votos)


Lectores Opinan
21-08-2016 Leído. jdp
12-08-2016 En mi país hay un lugar de la costa que es conocido por nombres pintorescos como esos... hubo que aplicar la ley para frenarlos. A propósito del terremoto hubo nombres como "Sísmica" y "Richter" PiaYacuna
09-08-2016 En realidad como di e Grilo,hay ge te para todo. Me gustó e todo caso tu escrito,la forma como lo narras, Van mis cinco***** Victoria 6236013
07-08-2016 Estupenda forma de contarlo. Es que hay gente para todo ***** grilo
07-08-2016 La fiebre de la aplicación Pokemon Go, se extiende como epidemia por todas partes. Ingeniiso texto. Saludos. maparo55
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