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FATAL RESIGNACIÓN



Antes de abandonar el lecho,
pregúntate siete veces si el que
tú te levantes es útil a los dioses,
al mundo y a ti mismo.

(Arístipes de Cirene en el
Vagabundo Inmóvil)



Un viernes como este viernes salí de entre las piernas de una mujer, casi una niña —hermosa, dicen— a la cual nunca conocí, pues cuando yo llegaba ella partía por un camino sin retorno. Cuentan quienes estuvieron presentes en aquel fatídico viernes, que a pesar de emerger de aquella cavidad sanguinolenta escurriendo líquido amniótico era un recién nacido con un algo especial y nada feo. Una semana después —un viernes— me entregaron en un hospicio, pues no hubo familiares ni alma caritativa para hacerse cargo de mí. ¿Mi padre?, solo Dios sabe dónde andará, de quien sospechan es mi progenitor —pues mi madre jamás dijo nada al respecto— se fue un viernes en busca del sueño americano y nunca se supo de él hasta el viernes pasado cuando avisó a unos amigos de su llegada al poblado donde nací y crecí.

¿Me buscará? ¿Querrá conocerme? ¿Sabrá de mí? Tal vez su llegada me cambie la vida, no lo sé, ¡pero tengo curiosidad por saberlo! Mi vida ha sido un caos irremediablemente relacionada con los días viernes. Fue precisamente un viernes cuando a los cinco años de edad, aun en el hospicio, sufrí botulismo. En una maldita lata de sopa enlatada estaba la bacteria —por aquí la traigo anotada— ah sí, Clostridium botulinum. El alimento fue donado por la arquidiócesis católica en donde las mojas utilizaron todo un día viernes para borrar las fechas de caducidad de la remesa de alimentos enviados al hospicio. Algunas semanas después salía del peligro, pero me cuentan quienes velaron mi agonía que cada viernes se organizaban círculos de oración, se preparaban los santos oleos y la ropa especial para amortajarme, por “si las moscas”.

Fue un Viernes Santo —lo recuerdo y me lleno de ansias de matar—cuando participé como monaguillo en la procesión por las calles del pueblo, ya en la iglesia el padre Apolinar me acorraló en la sacristía y me metió su cosa, ¡Cuánto dolor!, yo gritaba como enloquecido, cuando vi llegar a Chon el sacristán, pensé terminaría en ese momento mi suplicio, pero en cuanto terminó el cura, Chon tomó su lugar. Después el cura me explicó que Dios nuestro señor lo autorizaba para hacer esas cochinadas y no debía decírselo a nadie. Al siguiente viernes, nada más pude caminar bien, ya entrada la noche, machete en mano brinqué la tapia de la parroquia y ¡Aleluya!, encontré al curita y al sacristán abrazados y bien dormidos. Cuando salí del lugar los dos perversos parecían partes de un rompecabezas.

A Carolina mi mujer la conocí un día sábado, por eso pensé que con ella la maldición había terminado, ¡nada de eso!, como fue en un año bisiesto, seguramente algo se enmarañó en el orden de los días y mi calvario siguió. En defensa propia me casé un domingo, por si las dudas. Para prevenir daños mayores no teníamos sexo con la Carolina los viernes, para evitar preñarla en uno de esos días malditos. No fuera ser que nos nacieran hijos deformes, con alguna cosa de más o de menos, mejor le dábamos duro de sábado a jueves.

La Carolina ya no está conmigo y ni me pregunten por qué o en qué día la perdí, porque ni yo mismo lo sé. Un sábado cualquiera tomando tequila, como dice la canción, en los mismos lugares y con la misma gente; Toribio, quien recién regresó de los Estados Unidos, ya borracho para caerse me dijo burlón haber visto a mi mujer en una ciudad de la frontera bailando encuerada en uno de esos tables dance. No dije nada, pero salí “como alma que lleva el diablo” en busca de mi machete. Cuando regresé, del Toribio ni sus luces, ¡desgraciado!, fue bueno para él que ese día fuera sábado… pero ya me lo encontraré un viernes cualquiera y veremos de a cómo nos toca.

Mañana amanecerá en un viernes de mucha importancia en mi vida, como suelen ser los viernes. ¡Conoceré a quien dicen es mi padre! Si no es él, al menos me dirá quién es o fue el fulano. Por ahora termino de sacarle filo a mi machete, la alborada anuncia el nuevo día, ¡ojalá no fuera viernes! Pero qué le vamos a hacer, la vida hay que vivirla de la mejor manera posible cada día… aunque sean viernes.



Jesús Octavio Contreras Severiano.
Sagitarion

Texto agregado el 14-08-2016, y leído por 411 visitantes. (12 votos)


Lectores Opinan
16-08-2016 Un excelente relato que deja una sensación de angustia. Es muy cruel. Cosas así marcan al punto de imaginar que es un día maldito.***** Un abrazo Victoria 6236013
15-08-2016 La frase final es brutal y lapidaria, me dolió leerla. Texto crudo en su esencia. Cinco aullidos lastimeros Yar
14-08-2016 Me gustó mucho el relato, necesito más, supongo que nos los irás mostrando. Gracias. KQ58
14-08-2016 Yo los viernes los dedico a tomar aguardientico.Es más saludable y no desgasta el machete.UN ABRAZO. gafer
14-08-2016 Un interesante relato. Lo que son los prejuicios, en mi país el día malvado es el martes, por aquellos de´´Día martes ni te case ni te embarque´´ Muy buen relato. Saludos. NINI
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