¡Qué noche!
¡Qué noche!, creo que jamás la voy a olvidar, era alrededor de media noche cuando sonó el timbre, Ana, mi mujer y yo, estábamos acostados y nos extrañó mucho, no estábamos acostumbrados a recibir visitas a esa hora.
Me vestí rápidamente con una bata y bajé a ver quién era no sin antes guardarme en el bolsillo un cuchillo muy afilado, por las dudas, uno nunca sabe, no quería llevarme una sorpresa, en la puerta había dos personas completamente mojadas y asustadas que no cesaban de hacer sonar el bendito timbre.
Nuestro perro, Dogo, tampoco paraba de ladrar.
El hombre nos pedía por favor que los dejáramos entrar a la casa porque los perseguían unos ladrones, nos dijeron que vivían cerca y que al bajar del auto, los atacaron con cuchillos y revólveres pero que en ese momento venía gente y eran muchos, entonces lograron mezclarse con dicha gente y así se escaparon, dejando el auto abandonado y abierto.
Por eso al llegar ante nuestra casa y ver que ya no tenían más dónde esconderse decidieron tocar el timbre., al no notar nada sospechoso, llamé a Ana y los hicimos pasar, el tiempo estaba terrible y si seguían mojándose le haría enfermarse.
Mi mujer trajo algunas toallas para que se secaran y les ofrecimos una taza de café.
Nos sentamos y al rato, charlábamos como viejos amigos, era una pareja muy simpática, nos contaron que tenían el auto a dos cuadras de nuestra casa y que ellos vivían muy cerca pero que los habían hecho parar el auto con amenazas y sólo pudieron escaparse de que los mataran debido a la gente que salía de una fiesta y ellos pudieron mezclarse y escapar.
Sus nombres eran, Enrique y Sabrina y nos dieron sus números de teléfono para volver a encontrarnos en cualquier momento, entonces al marcharse y sabiendo que nuestro barrio deja mucho que desear, los acompañamos hasta el auto el cual pensaban no encontrar pero que por suerte estaba estacionado donde dijeron y sólo le faltaba la radio y algunos paquetes que llevaban con la compra del día.
Se despidieron de nosotros y de Dogo que a esta altura ya les movía la cola y no les ladraba.
Un domingo, mientras hacíamos un asado en el fondo de nuestra casa, Enrique nos llamó por teléfono para invitarnos a que fuéramos a su casa, quería agradecernos lo bien que la habían pasado aquella noche pero como teníamos el asado casi pronto preferimos que ellos viniera a nuestra casa.
Pasamos una hermosa tarde jugando al fútbol en el patio y hasta Dogo participó, al llegar la noche vimos una película y terminamos de comer el asado del medio día, como ninguno de nosotros teníamos hijos, no teníamos problema con la hora.
Así fueron pasando los meses, cada vez éramos más amigos, Ana se había hecho confidente de Sabrina y a su vez, Enrique y yo salíamos a jugar boliche o al gimnasio juntos.
Cierta noche, Sabrina nos llamó por teléfono diciéndonos que mis padres, los cuales conocían por haberlos visto en más de una oportunidad en casa, los habían llamado a ellos, al no poder comunicarse con nosotros para que fuéramos a buscarlos al balneario donde tenían una casita de playa, que mi madre se sentía mal y el auto no arrancaba.
De inmediato nos dirigimos al balneario que queda a una hora de nuestra casa, al llegar nos encontramos con que en la casa no había nadie, mis padres no estaban.
Los viejos son chapados a la antigua y no usan celulares, son de otra generación, nosotros en cambio no podemos vivir sin ellos.
De pronto, me entraron dudas y llamé a casa de mis padres, lo que debería haber hecho mucho antes de salir, que en ese momento se encontraban muy tranquilos mirando la televisión.
Si mis padres se asombraron con lo que les conté, más aún yo al enterarme de que jamás habían llamado a Sabrina.
Traté de comunicarme con ellos, con Enrique y Sabrina pero todo fue inútil, no contestaban ni en la casa ni en el celular.
Bastante inquietos y presintiendo lo peor, volvimos a casa y ¿Cuál no fue nuestra sorpresa? Al encontrarnos con que la puerta del fondo, estaba abierta y que dentro de la casa no quedaba nada, ni muebles ni ropa ni NADA, nos habían desvalijado por completo, sólo estaba nuestro perro masticando un hueso de goma que le había regalado Sabrina.
El juego fue muy bien planeado, sabían que demoraríamos dos horas en ir y venir del balneario y durante ese tiempo, tranquilamente se llevaron todo.
De inmediato di aviso a la policía contándoles lo que había pasado.
Al entrar el policía preguntó ¿cómo era posible que nuestro perro le ladrara tanto y a los ladrones no ya que nadie en el vecindario sintió ni vio nada?
Descartando viejos amigos, los únicos que quedaban eran los nuevos, Enrique y Sabrina y tras ellos fue la policía.
Cuando les conté cómo los habíamos conocido y cómo nos hicimos amigos, no lo podían creer, ahora yo tampoco lo creo, jamás me imaginé siendo tan ingenuo, ¿Cómo pude dejar entrar a una pareja a media noche a mi casa sin conocerlos?
He aprendido, con sudor y lágrimas que no todo lo que reluce es oro y esa noche la recordaré por el resto de mi vida.
Omenia.
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