Busca el perdido, en la bóveda celeste,
La estrella que en su niñez lo acompañó.
La anhelaba su corazón, que ya se secó.
Examina el cielo de este a oeste.

¿Sera que cayó a tierra como meteoro?
¿Sera que se ha apagado en la negrura?
Llora el desdichado su perdido tesoro.
“Vuelve” suplica el pobre en su amargura.

“¿Qué me queda ya?”, se lamenta, “¿Qué me queda ya?”
Tristezas y angustias hacen su campamento
Alrededor de su corazón, de su desierto,
Arrastrando sus despojos hacia el más allá.

Así el poeta murió, cesó ya su obra.
Su estrella, asqueada de su pluma y letra,
Dejó su canto hecho lamento y zozobra.
Y él, abandonándose, el crimen perpetra.

En su campo, ya no hay trabajo ni labranza.
En el que era su jardín, duerme congelado.
Pero una luz cálida le ha despertado:
“Despierta, poeta. Mi nombre es esperanza”