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Melody sale al fondo de la casa descalza y en ropa interior. Son las tres y pico de sol de un martes y va haciendo equilibrio por una tabla tendida sobre el barro porque el pozo adonde van a parar las aguas residuales está colapsado. Al final de la pequeña parcela hay yuyos altos y maderas y chapas apiladas; ella busca entre todo eso y saca una vieja lata de galletas. Al entrar a la casa espía en la única pieza: la abuela y las tres hermanitas duermen o eso parece. Se sienta a la mesa y saca de la lata un espejito y algunos cosméticos. Tiene lista la ropa sobre una silla. Se pone perfume en el cuello y luego la remera. Se pinta los labios de rojo fuerte. También usa sombra, rubor y rímel, siempre pendiente del espejo y en silencio como cuidándose de hacer ruido bajo la luz escasa de la lamparita que cuelga del techo. Se pone una pollera florida hasta las rodillas y unas zapatillas de lona. Revuelve en la lata y saca unos billetes, que guarda en una cartera.
Aunque a unos 500 metros empieza el basural hoy el viento barre ese olor penetrante característico. Las calles son de tierra. Hay profundas huellas de neumáticos, de bicicletas, pisadas de caballos aunque ahora el barro está seco y duro; Melody juega a esquivarlas a los saltitos mientras anda. A su derecha las fachadas de las casas son de madera, de chapas y de ladrillos huecos remendados con manchones de cemento, del lado izquierdo una zanja de desagüe de la que asoman yuyos altos, algunos esqueletos de autos y pilas de basura.
La Gaba está sentada en un banco de madera y amamanta a un bebé de pocos meses, es flaca, de piel oscura y tiene pelo negro y corto, usa una camisa de jean y pantalones de la misma tela. La Gaba amamanta en sus 19 años y fuma y juega con un celular que sostiene con la mano izquierda, y sobre ese mismo brazo descansa su bebé. Tiene nariz chata y una vieja cicatriz que cruza los gruesos labios y parte del mentón; le faltan dos dientes arriba. Melody se detiene frente a ella y la saluda.
—¡Eeeh qué pintusa tiene hoy la Melo! —la Gaba arrastra las vocales y sisea la voz gruesa; sus ojos son grandes y marrones. Lleva un nombre tatuado en el dorso de la derecha que ahora usa para fumar.
—Cómo anda ese guachín —pregunta Melody.
—Bien, che… Y vos qué hacés con esa fachita.
Melody sonríe y sus rechonchas mejillas brillan al sol, se encoge de hombros.
Por la calle un hombre tira de un carro de dos ruedas; la Gaba silba fuerte y él la saluda con un brazo sin detenerse.
—¿No me das un cigarrillo? —dice Melody.
—¡Eeeh! ¿Y vos desde cuándo fumás? ¿ah?
—Un cigarro nomás…
—Vos sos nena para andar fumando por ahí —insiste la Gaba.
—Tengo dieciséis y nueve meses —dice Melody.
La Gaba se ríe y tose un poco de humo. Enseguida se pone seria.
—En qué andarás vos… ah re caripela la piba…
Melody sonríe y mira hacia otro lado, se acomoda la cartera. —Capaz que salgo con un pibe a tomar algo —dice.
—¡Con un pibe vas a salir vos, eh! Vaaam… ¡Andá!
—Qué pasa… ¿no puedo salir a tomar algo con un pibe yo?
La Gaba vuelve a reír, niega con la cabeza mientras se inclina con el bebé hacia atrás, estira las piernas y busca en el bolsillo del jean con la mano derecha. Se endereza y le tira un paquete de cigarrillos a la otra.
—¡Uno solo, eh! No vayas a zarpar a la Gaba ¿no cierto, pibita?
Melody con cuidado saca un cigarrillo y lo guarda en la cartera. Devuelve el paquete.
—¿Fuego también? —pregunta la Gaba.
—No.
—¿Y se puede saber con quién vas a salir vos? ¿Ah?
—No sé —Melody sonríe y esquiva la mirada de la otra.
—¡Cómo que no sabés! ¡daaah! —La Gaba da una pitada y arroja lejos la colilla.
—Capaz que voy con el Yona a tomar algo… no sé… capaz que no —contesta Melody.
—¡Jodeme, amiga! ¿En serio? —la Gaba se pone seria— ¡Pero si todo el barrio sabe que es rocho el guacho! ¿Ah?… ¡Anda de caño con el gil del amigo!… Salen de choreo en esa moto, Melo, zafá de ahí con esos turros… ¡Cómo te vas a juntar con ese, amiga! ¡No seas boluda! Son giles, che, son mala junta…
—Bueno. No sé —parece dudar Melody.
—¡Qué no sabés!
—No me dijo nada el Yona… Yo le iba a decir a él…
—Aaah pero ni cabida te va a dar ese gil, Melo… anda con turras cuando tiene plata nomás… Olvidate… Pero mejor, che, ¿sabés? Mejor que ese guacho no te dé cabida porque cualquier día de estos lo bajan… Vas a ver… a él y a ese otro se la van a dar.
El bebé se pone inquieto y sacude las manitos y llora; la madre guarda el pecho, lo apoya sobre las piernas y lo menea un poco, le acomoda la manta que usa para arroparlo.
—No se rescatan esos guachos —insiste la Gaba—; les cabe cualquiera… además ya tienen más de dieciocho ¿sabés? Ya no son menores; si los capta la gorra no los largan más ¿viste?
El bebé llora más fuerte; la madre se pone de pie, le apoya la cabeza sobre el hombro y le da suaves palmadas en la espalda.
—Bueno, amiga. Gracias por el cigarro —dice Melody.
—Guarda lo que hacés, amiga… Ya te vas a acordar de mí vos ¿ah?
Melody anda dos cuadras de tierra hasta donde empieza el asfalto, dobla a la derecha y sigue hacia las vías del tren.
El muchacho está parado cerca de la esquina con la espalda apoyada en la pared, lleva un buzo deportivo negro y tiene la capucha puesta aunque es primavera y no hace frío. A un metro de él descansa la moto de baja cilindrada.
—Qué hacés, Yona —dice Melody.
—Qué pasó —contesta el muchacho y apoya el pie derecho en la pared.
—Nada, che. Nada. Pasaba por acá y te veo.
—Bueno. Bueno. Andá nomás.
Ella se da vuelta como para retirarse, pero se queda quieta. Se acomoda la cartera, mira de un lado a otro de la calle como si buscara algo. No hay nadie.
—Qué —él le habla a la espalda de la chica, al pelo negro y lacio que cuelga suelto hasta cerca de la cintura.
—Tenía ganas de tomar una cerveza —dice Melody. Aún no voltea hacia él.
—Pero qué decís, che… qué vas a andar tomando birra vos, gorda… dale. ¡Aire! ¡Aire!
Melody se descuelga la cartera, revuelve un poco dentro y saca unos billetes. Finalmente se da vuelta.
—Mirá, tengo plata. Podemos tomar una.
El muchacho muestra interés y hace los tres pasos hasta la chica. Ella estira la mano y le enseña la plata.
—Ves —dice buscándole ojos mientras se cuelga la cartera al hombro.
—Veinticinco pesos, che. Qué querés hacer con eso.
—¿No alcanza? ¿No tenés algo vos?
—Dale, gorda. Rajá de acá —dice el muchacho, y parece darse cuenta de que ella está distinta, o maquillada o elegante o algo inusual. Entonces la mira de arriba abajo y se ríe.
—Qué pasa, gato. A que nunca viste una piba arreglada vos, ¿eh?
—Qué decís, boluda… zafá de acá… ni en pedo me tomo una birra con vos, eh…
—Tomá —interrumpe ella y le alcanza el dinero—. Te la regalo.
El muchacho no dice nada, agarra los billetes y los guarda en un bolsillo. Melody está quieta y lo contempla también callada.
—Qué pasa —dice él.
—Se dice gracias ¿no? —se ríe.
—¿Y qué te dio por pintarte así y salir a tomar birra a vos? ¿Eh, pendeja?
—Ya soy grande yo. Me hago lo que quiero.
El muchacho se ríe.
—Qué… de qué te reís.
—Qué vas a ser grande vos.
—Vos no sos mi viejo para decir si soy grande o no. Vos no sos nadie.
—¡Aaaah pero chupala, gorda!… ¡quién sos! —el gesto del muchacho es acaso irracional, súbitamente exagerado como de quien se siente contrariado o agredido. Se aleja dos pasos sin darle la espalda.
—Bueno, te la chupo pero me llevás una vuelta en la moto —dice Melody.
Él se detiene. Ahora se ríe.
—Tengo varias que me la chupan a mí, gorda. Dale.
—Y a mí qué me importa.
El muchacho no responde, da media vuelta y camina hasta la moto, levanta la muleta y empuja la moto por la vereda. Ella lo sigue con la vista.
—¿Venís? —dice él.
—Adónde —pregunta ella, pero ya ha dado el primer paso.
Él le señala con la cara a unos 20 metros la esquina que da a las vías del tren. Melody se apura y lo alcanza; andan los dos moto de por medio. Poco antes de la esquina termina el paredón en una entrada y después un alambrado guarda una tupida ligustrina de lo que sería un estacionamiento ahora en desuso cuya entrada está a la vuelta frente a las vías. El muchacho vuelve a bajar la muleta y la moto queda paralela a la entrada, que es un corto pasillo que da a una puerta metálica sin cerradura. En el pasillo hay botellas y papeles tirados, hojas secas y una fina capa de tierra sobre el cemento alisado. Nadie dice nada. El muchacho la toma de la mano y se adentran un par de metros. La puerta metálica está pintarrajeada con aerosol, tiene inscripciones diversas hechas con elementos cortantes y óxido; Melody se distrae con todo eso unos segundos.
—Qué vas a hacer —interroga él.
—Dicen que salís de choreo —Melody lo mira repentinamente a los ojos desde muy cerca, cosa que hasta el momento no había podido hacer.
—Y vos qué sabés lo que hago yo ¿ah? Qué ¿te andás tragando la gilada esa?
—No sé. No me gusta que robes. No me gusta que los pibes roben —insiste ella.
El muchacho se da vuelta y ella le agarra el brazo.
—Qué vas a hacer ¿eh?
Melody se agacha frente a él.
—No sé —dice y le muestra los dientes en forma de sonrisa desde ahí abajo. Está en cuclillas y se tambalea un poco, apoya un punto bajo de la espalda encorvada contra la pared. La cartera aún colgada descansa en el suelo.
Los pies del muchacho hacen ruido al arrastrarse entre cosas tiradas. Mira la moto que descansa a pocos metros y se inclina lo más que puede hasta asomarse a la vereda. Vuelve a su posición, se baja un poco los pantalones de gimnasia y el calzoncillo y espera. Ella hace algo como puede, acaso como imagina que es, como le han contado o como ha visto hacer.
—Qué pasás la lengua. ¿Sos un lagarto? —dice él y le agarra la cabeza—. Abrí la boca, dale…
Melody intenta obedecer. El muchacho mira hacia fuera como si alguien estuviera por aparecer o como si temiera por la moto.
—¡Agarrá ahí!… con la mano… daaa… —insiste y mueve la cabeza de la chica con ambas manos. Entonces empuja con la pelvis y a Melody le da una arcada y tose y se aparta a un costado para escupir acaso por el reflejo de no mojar su ropa.
—Eeeeh qué pasa, ¿no que ya eras grande vos? —dice él con cierto fastidio.
—Vos me empujaste, loco, me atoraste —se queja Melody y vuelve a toser, gargajea todavía de cara al suelo y apoyándose con las manos en las rodillas.
El muchacho vuelve a mirar la calle y ahora aparece alguien. Es una aparición conocida; le hace señas con la mano para que se retire, pero el otro se lo queda viendo y se ríe en silencio y lo señala como burlándose. Melody no lo ha visto y continúa en lo suyo. El muchacho le agarra la cabeza, tal vez para que no voltee y vea lo que él, y le hace gestos al chico con la cara. El otro se burla siempre silencioso unos segundos y se retira a un costado.
Ahora ella usa una mano y mueve la cabeza.
—Ahí va mejor. Me cabe así. Así… Daaah —dice el muchacho.
Pero algunos segundos después el otro vuelve a asomarse, esta vez con un teléfono en la mano como si fuera a tomar una foto.
—Pará, che. Pará. Pará —dice y se aparta de Melody, gira de cara a la puerta metálica y se acomoda la ropa.
—Qué pasa —pregunta ella.
—El Hormiga —contesta él en voz baja.
No hay nadie a la vista ahora, pero el muchacho sale e increpa al otro. Melody se pone de pie, se acomoda la cartera.
—Pero qué hacés, Hormiga, la puta que te parió —reta el muchacho al del teléfono, que ahora se ríe con ruido y sin pudor.
Melody está parada junto a la moto. Los otros dos discuten apartados de ahí.
—Jaaa tenés novia… jaaa gordita trola…
—Zafá de acá, gato. Qué vacilás —contesta el muchacho y lo empuja con ambas manos; y el otro retrocede trastabillando mientras mira a Melody y se ríe con ganas.
—El Yona me va a llevar a dar una vuelta, loco. Qué pasa —le dice Melody.
—¡Quién te va a llevar a vos, gorda! Zafá de acá vos también —dice Yona.
—Pero vos me dijiste…
—No. No. No. No. Yo no te dije nada… dejá de joder y andate.
—Dale, gato. Vámonos —dice el Hormiga.
Melody sigue parada y ya no habla. Ve cómo Yona quita la muleta y empuja la moto hasta la calzada, se sube y da una patada y la moto ronca y se apaga como ahogada, y una y otra vez hasta que por fin sale el humo gris del caño de escape. Ninguno de los muchachos le presta atención, como si ya no estuviera ahí. El Hormiga todavía se ríe y le hace jueguitos con las manos al otro y le señala la entrepierna; y el otro le responde con gestos de fastidio y de amenazas.
—Dame un cigarro, che Hormiga vacilón y la puta que te parió —dice Yona y toca el acelerador y sale más humo del caño. Melody sigue quieta en la vereda como esperando que algo, acaso algo especialmente bueno para ella, suceda.
—No tengo, boludo. No tengo nada —dice el Hormiga y se sube a la moto.
—¡Eh Yona! —Grita Melody y la moto ruge más fuerte que su grito y echa humo.
—¿Y ahora qué querés vos? —Grita el muchacho y suelta el acelerador.
Melody se descuelga la cartera y avanza mientras revuelve dentro. Se detiene frente al muchacho y saca el cigarrillo y se lo da. El Hormiga festeja ya montado y con los pies en los pedalines. Melody busca algo más en la cartera. Pero Yona saca un encendedor, prende el cigarrillo y mete la primera. Ella deja de buscar y queda atenta al recorrido hasta que los pierde de vista. A sus espaldas pasa un tren. Vuelve a colgarse la cartera. Sus labios ya no son rojo fuerte y algo del maquillaje se ha movido.
La moto para en una esquina frente a un quiosco. Unos chicos juegan a la pelota en el asfalto. Desde las casas salen dos o tres cumbias simultáneas. Yona y el Hormiga bajan y se sientan en un tronco caído en la vereda a la sombra, les gritan algo a los chicos y ellos saludan. La pelota llega a los pies del Hormiga, que hace unos jueguitos y la devuelve con violencia. Yona le da los 25 pesos. El Hormiga va al quiosco y mantiene una breve discusión con la mujer que despacha acerca de alguna supuesta deuda. Finalmente busca en todos los bolsillos y consigue comprar una cerveza y cigarrillos. Vuelve adonde está el otro sentado.
—Alta gorda petera ¿eh? —dice el Hormiga y le pasa la botella transpirada, enciende un cigarrillo y se sienta.
El otro bebe unos tragos y se distrae con el juego de los chicos. No dice nada.
—Pero mirá vos la trola esa… todas trolas…
—Dame un cigarro —lo interrumpe Yona con la botella en la mano.
El otro obedece. —Más gordas más trolas, che —sigue.
Yona le pasa la botella sin mirarlo, escupe a un costado y fuma, se inclina y apoya los codos en las rodillas. Aún lleva puesta la capucha.
—Hay que ir a hacer una moneda —dice el Hormiga.
El otro gira la cabeza y lo mira como esperando algún detalle o algún plan, pero el Hormiga ahora se distrae con un viejo Ford rojo que se acerca y toca la bocina y por esto los pibes se hacen a un lado en la calle.
El hombre tiene unos 50 años, es obeso y alto, lleva el poco cabello largo, enrulado y gris atado en una coleta. Se baja del auto a pasos de los muchachos.
—Qué hacés, Larry —el Hormiga se pone de pie y lo saluda con un apretón de manos y un beso en la mejilla.
—En qué andan los pibes —pregunta Larry y tiende la mano a Yona, quien no se ha movido de su posición y ahora le toma la mano y enseguida la suelta.
—¿Van a hacer algo esta noche? —pregunta Larry parado frente a ambos.
—¡Y sí, loco, hagamos plata, Yona! —contesta el Hormiga con cierta euforia.
—No sé… este se zarpa —dice Yona y toma un trago.
Melody se detiene en la senda de tierra, en algo que podría ser una esquina entre pasillos, y se agacha junto a una canilla. Saca un trapo de la cartera y lo moja en el chorro de agua. Se limpia de maquillaje la cara como puede haciendo equilibrio en cuclillas sobre el charco entre sus pies.
—Quieren los fierros o no —pregunta Larry ahora sentado en el mismo tronco que los muchachos.
El Hormiga le pasa la botella.
—No sé, loco. Me zarpás con el billete vos —dice Yona.
—¿Que te zarpo decís? Dale —lo apura el gordo.
—Eeeh gato, qué pasa —se mete el Hormiga—; yo necesito hacer una moneda, viste.
—Como quieran —dice Larry.
—Lo que pasa que ahora tiene novia —dice el Hormiga y se ríe.
—Dejá de vacilar, gato.
—Jaaa la gordita petera… Se coge a una nena… No sabés —sigue el Hormiga.
—Cómo que una nena —indaga Larry.
—No le hagás caso al vacilón este —dice Yona y deja la botella vacía en el suelo.
—Lo vi recién cuando le hacía un pete la guacha… alta trola la nena.
—Zafá.
—¿Cuantos años tiene tu novia? —dice Larry.
—No es mi novia la gorda golosa esa… No jodas.
—Alto pete le hizo —dice el Hormiga.
—Cómo que te hizo un pete la pendeja —Larry muestra acaso involuntariamente interés, pero Yona parece no querer dar detalles.
—Gorda trola… Trola desde la cuna la guacha —insiste el Hormiga.
Larry se incorpora con dificultad, busca en un bolsillo y saca un billete grande. —Tomá, Hormiguita. Traete una birra y algo para picar —dice.
El Hormiga se para como contento, agarra la plata y cruza la calle hasta el quiosco.
El gordo enciende un cigarrillo y le ofrece a Yona. Yona acepta.
—Así que tenés novia —dice.
—No jodas, Larry. No es mi novia la putita esa.
—Pero te tira la goma.
—Le cabe, che. Ya fue.
Yona traga saliva, tuerce el cuello, hace un esfuerzo y escupe de costado. Pita el cigarrillo y vuelve a apoyar los codos en las rodillas. Larry se le arrima al lado. Los chicos de la pelota se están yendo; algunos saludan al muchacho con gestos y gritos.
—¿Van a salir a hacer un billete hoy o no? —dice Larry.
—Cuánto querés por los fierros —pregunta Yona.
—Hay que ver… podemos hacer algún arreglito —dice Larry.
—Qué decís.
—La piba —el tono de Larry es distinto, más serio— ¿qué edad tiene?
—Qué sé yo… quince… dieciséis… qué sé yo…
Melody entra a la casa y encuentra a la abuela y a dos hermanitas sentadas a la mesa. Toman mate cocido y comen algo de pan. La abuela le pregunta de dónde viene y ella dice que salió y que ya volvió y que tiene que hacer tarea. Busca las cosas del colegio y saca un cuaderno y se sienta a la mesa.
El Hormiga vuelve con una cerveza y un paquete de papas fritas. Yona agarra la botella y toma un trago largo.
—Yo te llevo hasta lo de la piba con el auto. Vos la sacás, le decís que estás con un amigo, que vamos a dar una vuelta. La llevamos a tomar un helado; yo pago todo… después te doy los fierros… ¿me seguís? —le dice Larry.
—¿Y para qué querés ir hasta allá vos?… No sé… vemos —dice Yona.
—Nada de vemos. Ahora. Vos después le decís que yo la llevo a la casa, que vaya conmigo y te vas. Yo la llevo a la casa después y listo. Te doy los fierros gratis por dos días. Lo único que tenés que hacer es ir conmigo en el auto a buscar a la piba porque a mí no me conoce… ¿te cabe? —Larry le habla a Yona, pero ahora los mira a ambos, ya que ha captado también la atención del otro.
—Hay que meterse en la villa por la calle de tierra… tanto lío para llevar a la gorda esa a tomar un helado —dice Yona sin mirarlo.
—¿Pero zafa o no zafa la piba? —dice Larry ahora mirando al Hormiga mientras el otro entre ambos lo esquiva con la vista.
—¿La gordita? Jaaa re trola… ponele, qué sé yo —dice el Hormiga y le da un codazo al amigo—. Decile, eh… ¿no le contaste cómo te la chupó en la calle?
Yona no contesta. Otra vez se esmera en juntar saliva y escupe de costado. Se toma un trago de cerveza y fuma como si estuviera totalmente solo.
—¿Qué decís, Yona? Es una gilada y se llevan los fierros…
—Pará. Pará. ¿Qué onda con los fierros? —se interesa el Hormiga.
—Nada. Nada. Que le estoy diciendo a este que si vamos a buscar a la piba y nos tomamos un helado, yo les doy los fierros para hoy y mañana y no les cobro un sope. Así nomás.
—¿Por ir a buscar a la trolita y llevarla a pasear? —dice el Hormiga siempre alegre.
—Eso.
El Hormiga le da un codazo a Yona y le saca la botella de las manos. —Daaa ni hablar, loco. ¿Viste lo que dice? ¡Los fierros por dos días!
—Por dos días —insiste Larry. Para los dos. Y no importa la guita que hagan. No les pido un mango. Facilonga.
—Qué tenés —pregunta Yona.
—32 largo, el plateado ese de la otra vez. Si no lo usás no me das nada. Si lo usás tampoco. Vamos a la casa de la piba y la subís al auto y te olvidás. Nada más —dice Larry.
Yona otra vez se esfuerza por tener algo en la boca para escupir, este esfuerzo le transforma la cara y le tensa el cuello. Escupe de costado lo más lejos que puede, levanta la cabeza con la cara al frente donde no hay nadie y da la última pitada al cigarrillo.
—De una, loco. Ni hablar —dice el Hormiga.
Larry le saca la capucha a Yona. —No seas vacilón —le dice y le frota la cabeza con los gruesos dedos de la derecha.
El muchacho se estremece, reacciona con un manotazo para apartar el antebrazo del otro pero encuentra resistencia y forcejea unos segundos hasta que no tiene más remedio que apartarse.
—Vamos. No te amotinés… Que este se lleve la moto… Como si pudieras elegir algo vos, pibe… Me entendiste —le dice Larry ahora con el brazo firme y señalándolo con los cinco dedos a pocos centímetros de la cara.
La luz no es buena. Melody tiene el cuaderno abierto con números y signos. La abuela cambia a la más chica sobre la mesa, usa un balde con agua y un trapo para limpiarla. Se oye una radio y las voces de las otras dos jugando en el piso. La abuela usa un pañal de tela. Melody escribe al margen su inicial y la del muchacho y las encierra en el simple trazo de un corazón.
El coche rojo se hamaca lento sobre las huellas profundas. A la derecha la zanja con yuyos altos y pilas de basura y esqueletos de autos; todo esto ve Yona por su ventanilla abierta mientras suenan Los redonditos de ricota.
Larry sube un poco el volumen. —Dónde es —pregunta.
—Falta poco —responde el muchacho.
—Esto está hecho mierda —se queja Larry en voz alta.
Adelante un hombre tira de un carro repleto de bultos. El auto apenas avanza y Larry toca la bocina. El hombre aparta su carro con dificultad. Del lado izquierdo algunos prestan atención al auto desde las viviendas, acaso con recelo porque no es común que un coche ande por ese camino.
—Vos quisiste venir —dice Yona.
Larry mete primera y sale.
—Qué vas a hacer con la piba —interroga Yona aparentemente sin interés.
—Ya te dije. La llevo a dar una vuelta y después a la casa. Igual no es tu novia, ¿no?
—¿Y los fierros?
—Debajo del asiento. Después te los doy.
—No me vas a descansar ¿eh, Larry?
Ahora Yona está inquieto, intenta acomodarse en su lugar, mueve las manos, observa los espejos. El auto va muy lento y en el retrovisor ve algunas siluetas que quedaron paradas en medio del camino como siguiéndolos con la vista.
—Yo que vos agarraría un fierro por las dudas, che. Los pibes no te conocen. Viste.
Larry mira por el espejo las caras que va dejando atrás. Hay una especie de juego de ojos silenciosos. Hay gente adelante en medio del paso, si es que esta senda es realmente el paso de un automóvil, gente que se aparta despacio y observa.
—En la guantera hay una 22 —dice Larry.
Yona saca la pistola y juega con ella.
—Que no se vea, boludo. Y guarda que está cargada —dice Larry.
El camino termina en una depresión del suelo que se extiende a ambos lados, y tras ella un alambrado y el terreno de la quema que se eleva en montañas de tierra marrón y de basura. Una pala mecánica duerme a unos 50 metros.
—Qué temazo —dice el muchacho y sube el volumen.
—¿Y acá qué hacemos? Se terminó el mundo —protesta Larry.
—Es acá —corrige Yona.
—Cómo que es acá.
—Por aquel pasillo. Ves.
El coche vibra con el motor en punto muerto. La música aturde dentro y sale por las ventanillas abiertas. Del lado derecho la zanja escurre bajo el alambrado y sobre este descansan algunos pájaros; a unos diez metros a la izquierda el asentamiento termina en unas pocas casillas como cajas apiladas y angostos pasillos que se abren entre emplazadas de ladrillos y chapas y maderas. Hay poca gente a la vista, alguien sentado en un banco junto a su entrada, alguien anda por los pasillos, alguien tal vez en alguna ventana con cortina de trapo de una pieza mientras el sol desciende al frente sobre la basura.
—Esperame acá. Ahí vengo —dice el muchacho, se pone la capucha y baja del coche. Va con las manos en los bolsillos del buzo.
Larry lo ve pasar por el retrovisor, lo ve hacer unos pasos lentos hacia los pasillos y apoya el brazo en la puerta con el codo afuera. Ahora ve que el muchacho vuelve y entonces le hace cara de fastidio mientras se asoma como para decirle algo, ve que el muchacho le apunta a la cara; enseguida el muchacho abre fuego.

Texto agregado el 10-10-2016, y leído por 492 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
17-10-2016 Me cansó un poco el coa y el exceso de diálogos cortos. Aún así el cuento es bueno. Saludos kroston
15-10-2016 Los diálogos y las descripciones están excelentes. Al inico, quizás porque aún no calibrabas la pluma, individuo una dificultad de estilo, al menos para mí, naturalmente, y que yo no sabría solucionar. Entodo caso te señalo dónde se me empantana la lectura: “Se sienta a la mesa “Tiene lista la ropa “Se pone perfume “Se pinta los labios “Se pone una pollera...” 5*, por el resto. lucrezio
12-10-2016 No me enteré qué pasó con la mina a na q como lectora le había achacado ser la prota. iolanthe
10-10-2016 Excelente! El estilo narrativo con diálogos que definen la personalidad de los personajes con acotaciones descriptivas objetivas y funcionales que evidencian la marginalidad del escenario además de la psiquis de personajes peligrosamente 'ignorantes'. El texto es de alta calidad y crítica social. Saludos! TuNorte
10-10-2016 ¿Y...? Leandro77
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