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Historia de un delincuente.
Andrés nació en cuna de oro, su madre, una destacada abogada y su padre un prominente doctor, tercer hijo, querido y deseado, nada hacía suponer el giro que daría su vida a temprana edad.
Fue educado en uno de los mejores colegios de la capital, lo mismo que sus hermanos pero, era una rama torcida y desde jovencito se inclinó hacia el lado errado.
Las drogas que también llegan a los colegios privados quizá con más frecuencia que a los otros, al principio, sólo por el afán de probar algo nuevo y prohibido, de conocer lo que los falsos amigos le decían, que era maravilloso, el poder volar, sin alas, sentirse en las nubes y luego la adicción, de uno a otro sólo es un paso pero claro está que eso sus amigos no se lo decían y él, ingenuo como todo adolescente pensó que a él no le ocurriría, “a mi eso no me va a ocurrir”, le oían decir sus hermanos que al ser mayores sí comprendían el poder de las drogas pero él no los escuchaba.
¡Qué difícil es vivir entre gente ocupada!. Nadie parecía estar nunca, sus padres cada uno en lo suyo, sus hermanos, estudiando, ¿a quién recurrir cuan do se necesita de un consejo o simplemente que nos escuche? A nadie parecía importarle, así comenzó todo, las drogas comunes ya no le bastaban, necesitaba algo más y ese más costaba demasiado, el dinero que le daban sus padres, que eran precavidos, no le servía de mucho y comenzó a empeñar las joyas de su madre, que pocas veces usaba, para seguir con sus cosas personales, la televisión de su dormitorio, su computadora etc, hasta que desapareció el estetoscopio de su padre, ahí comenzó el verdadero problema.
Por primera vez la familia se reunió, fue algo así como un consejo de familia donde se recriminó las acciones del muchacho y donde por primera vez tomaron consciencia de lo que realmente pasaba en la casa.
Andrés pasó a ser, “el enfermo”, su padre para su propio bien, lo internó en una clínica para drogadictos pero su estado era muy avanzado, casi incurable.
Así comenzó la verdadera odisea de Andrés en esa clínica, el abstenerse de las drogas, al contrario de lo que él pensaba, no era fácil, allí conoció el verdadero sufrimiento, también conoció a una enfermera, Claudia que trató en lo posible de ayudarlo pero Andrés tenía muchas mañas y poco a poco la fue convenciendo de que se moriría sin algo de droga y la muchacha, al estar locamente enamorada de su cara angelical, comenzó a proporcionársela sin que nadie supiera.
Cierto día, la pobre enfermera apareció muerta, la habían estrangulado y dejado recostada en una camilla como si fuera otra paciente.
Al intervenir la policía, nadie sospechaba de Andrés pero al ver que cada vez estaba peor, su padre comenzó a pensar que de algún lugar su hijo conseguía la droga pero al interrogarlo, el muchacho negó todo y le recriminó que pensara tan mal de él.
El padre esta vez no se dejó engañar y lo mantuvo encerado bajo llave, el trabajar en un sanatorio y ser médico le daba algunos privilegios que quizá otro padre no tendría.
El hombre estaba convencido de que su hijo ya no sólo era un drogadicto y ladrón sino que estaba seguro de que se había convertido en asesino.
Antes de morir, la enfermera Claudia, un día que no pudo proporcionarle droga, notó aquella mirada extraña en los ojos de Andrés y se lo dijo y eso marcó su sentencia de muerte.
Andrés se encontraba sólo, a merced de su padre y sabía que aquél hombre era implacable con él, jamás le perdonaría el haberse convertido en un delincuente y haber destruido a la familia con sus acciones.
Andrés lo supo y supo también que su fin estaba próximo, cierto día, cuando más enfurecido estaba, su padre le dio un inyección que terminaría con el sufrimiento de su hijo para siempre, pocos minutos bastaron Andrés yacía en la habitación con los ojos desorbitados y con los puños crispados, ni la muerte pudo borrarle esa expresión del rostro, era furia incontenida, furia hacia su padre, hacia la familia, hacia la sociedad pero principalmente furia hacia sí mismo.
La vida de un delincuente había terminado pero… comenzaba la de otro…
¡Su padre se había convertido en asesino…!
Omenia.

Texto agregado el 19-10-2016, y leído por 166 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
21-10-2016 A veces pienso que cuando los padres se dedican al trabajo,no tienen el tiempo para guiar a sus hijos.Creo lo mejor es no tener tanto y compartir sus vidas y ver lo que hacen y con quienes se juntan. Ellos son como una ramita que si se planta chueca sigue de ese modo. Es triste también que no tengan con quién compartir la adolescencia que es difícil. Duele leer un texto tan parecido a la realidad que vivimos***** Un beso amiga 6236013
20-10-2016 un tema muy discutible y poco discutido seroma2
19-10-2016 Es un caso que se repite en muchas ciudades. 5* grilo
 
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