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Una historia de la vida real


Javier Serrano estaba sentado a la ventana mientras miraba caer las gotas de lluvia que bajaban por los vidrios haciendo caminitos de ensueños. Tenía seis años y pensaba en ese hermoso caballito que se iba a rifar en su colegio.
Cuando lo vio por primera vez, su corazón se le apretó y le hizo sufrir de angustia.
Era un caballito pequeño, similar a uno verdadero, pues tenía una linda montura, elegantes riendas y le caían crines en su cuello. Las riendas descansaban en la montura como deseando que alguien la montara. Montarlo era sólo un sueño porque el caballito apenas cabía en sus manos
¡No, no! Era un poco más grande, pensó y se sonrió al ver en su mente la imagen de ese hermoso animalito. Era de color bayo y su cola era larga y negra. Sus ojos eran negros, grandes y alegres y siempre que Javier lo miraba al pasar por la oficina del Director, parecía decirle que él también quería ser su amigo.
Había otros premios en la rifa que iban a efectuar en el día aniversario del colegio: un teléfono, un atari, una muñeca, libros, cubos para hacer trenes, casas y montones más de cosas.
El miraba todo lo que había para el sorteo, pero su caballito, sí, su caballito, era lo único que lo dejaba como hipnotizado. Lo veía tan tierno, tan suave porque en su imaginación lo había acariciado muchas veces.
¿Cómo le llamaría? ¿Pepe? No. No me gusta ese nombre para un caballo. ¿Valeroso? Podría ser, pero este caballito es muy especial. Ya sé. PONY. Sí, lo voy a llamar PONY.
Ya había comprado dos números para la rifa y estaba juntando monedas para así, ojala, comprar todos los números y ganar su gran premio, PONY
Los días pasaban cada vez más lentos y la fecha de la rifa se alargaba más y más con el tiempo y la angustia. En las noches, antes de dormir, rezaba pidiendo ganar su acariciado premio. Esa noche soñó que se acercaba a PONY y lo montaba mientras el caballo brincaba de alegría con su orgulloso jinete en la montura mientras jugueteaba entre las nubes de algodón.
¿Por qué no podría ganarse un atari?, se dijo. ¡NO y no! Lo que él quería era su PONY y nada más que su PONY.
El último día, antes del sorteo, se acercó furtivamente a la oficina del Director y miró fascinado a PONY quien- según el niño- le había movido su cabeza como saludándolo.
Ya había comprado varios números. El 6, el 20, el 31, el 50, el 95 y estaba completamente seguro que uno de esos números sería el que se llevara su caballito. Esa noche casi no pudo dormir. Su corazoncito se aceleraba con el paso de los minutos. ¿Y si no ganaba? Inmediatamente desechaba esa idea maligna. ¡Él iba a ganarlo!... Sin embargo la angustia le apretaba el pecho. En su imaginación se veía jugando con su PONY, acariciándole las crines y limpiando la montura. Siempre andaría con él, a donde fuera, para mirarlo cuando él quisiera.
Y llegó el día más esperado por los niños de la escuela.
En el patio estaban reunidos todos los alumnos que habían adquirido números de la rifa acompañados de sus padres. En todos ellos había alegría, satisfacción, anhelos y esperanzas. Sus caritas expresaban la ansiedad que sentían. Había murmullos y risas nerviosas. De repente, alguno gritaba ante una broma que le hacía un compañero. Otros estaban nerviosos y pensativos.
Primero presentaron a algunos alumnos y alumnas que cantaron o recitaron terminando con ceremoniosas reverencias entre los aplausos de su improvisado auditorio.
Javier estaba al borde de la desesperación.
En una mesa- en un escenario improvisado- estaban todos los premios y, por supuesto, PONY mirándolo a él, con su montura y sus riendas puestas y con los ojos de todos los otros niños que observaban el caballito.
En ese momento entró el Director del Colegio con una sonrisa de satisfacción ante el éxito que había tenido la rifa y contemplaba, interesado, las caritas expectantes de los alumnos., Junto a él entraron dos niños con una pequeña bolsa negra con los números dentro
Javier mantenía el aliento mirando ansiosamente la bolsa negra. Ahí estaba su número. Eso era seguro. Se retorcía las manos y sus ojitos miraban ansiosos a los niños en el escenario.
El Director habló y agradeció la colaboración de todos los alumnos y, por supuesto, de sus padres, pues la rifa que se iba a efectuar en unos minutos había resultado un completo éxito. Luego, habló de lo que se iba a hacer con el dinero recolectado y….
Javier se retorcía sus manos y deseaba que terminara luego con ese discurso y empezara la rifa. Era demasiado la tensión que había en él. Sus ojitos café se movían inquietos mirando la bolsa, a PONY y a los otros niños.

“Ahora, estimados alumnos, daremos comienzo al sorteo. Empezaremos con esta hermosa muñeca. Como Uds. Ven…
Javier pedía que terminara y que el niño en el escenario sacara el número porque ese premio no le interesaba.
Uno de los niños abrió la bolsa y el otro introduciendo su mano, mirando para otro lado, sacó un número que pasó al Director.
“El número es…….” Hizo una pausa para aumentar el suspenso. El número es…. el 12.
Se sintió el grito de alegría de una niña que saltó de su asiento, cómo impulsada por un resorte, entregando el número 12 y recibiendo la hermosa muñeca que abrazaba alborozada al volver a su asiento.
Javier se sentía feliz porque no había sido uno de sus números y, así, no se burlarían de él, Pero él quería que se rifara luego su caballito y la espera se le hacía cada vez más angustiosa y tediosa
Por fin, llegó el sorteo del caballo. El corazón de Javier se detuvo una milésima de segundo y le apretó su pecho mientras miraba ansiosamente al Director que levantaba el trofeo para mostrarlo a todos los niños. Hubo un momento de silencio profundo en el que casi se sentían los latidos de los corazones de los niños.
“Este hermoso caballo, será el próximo premio”, dijo el Director.” Cómo Uds. pueden ver, tiene todos sus arreos, las bridas, la montura, tiene herraduras y está dispuesto a cabalgar con uno de ustedes. ¿Quién lo ganará? – sonrió - ¿Quién se llevará este hermoso caballito? Veamos quien será el afortunado.
Javier ya no podía más. Le temblaban sus piernas y sus manos y los latidos le golpeaban el pecho.
“Dame un número, Pedrito”. El niño metió la mano en la bolsa, sacó uno y se lo pasó al Director. Todos estaban expectantes, pendientes de los labios del Director.
“El número es….. ¡Perdón!. Tengo una duda”, dijo mirando el número. No sé si el número es el 6 o es el 9. Voy a ponerme los lentes.
Javier ya no podía resistir más. Miró su número. El 6 Lo tenía en sus manos temblorosas. Era su número. Era el 6. Sus ojitos le brillaban y mantuvo el aliento angustiado.
El Director miró el número con más detenimiento y después de unos segundos exclamó “Ya no hay ninguna duda si es 6 o es 9. Hay un punto al lado del número y esto lo aclara todo”.
Nuevamente la tensión se apoderó de Javier que estaba al borde de la desesperación.
“Nuestro caballito se va y se lo llevará el que tenga el número……” Otro silencio. ”El número es el….9”.

Javier ahogó su dolor y su tristeza en lágrimas que cayeron por sus mejillas. Se sentó, enrabiado, abatido, con toda la emoción desatada, miró como su PONY se iba a otras manos desvaneciendo sus sueños infantiles. Miró, por última vez, el caballito: Bueno. PONY no era tan bonito”, reflexionó adolorido tratando de justificar su sufrimiento y desencanto mientras se secaba las lágrimas...
Se levantó, cabizbajo, de su asiento y fue el último en salir, lentamente, del patio de la escuela.

Texto agregado el 23-10-2016, y leído por 216 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
23-10-2016 La historia lleva a un final muy verosímil. Buena narrativa. SALUDOS! TuNorte
 
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