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Vio aquel relámpago cruzar veloz los cielos, supo que había llegado el momento de iniciar su viaje final, aquel que haría ella sola. La luna llena ya inclinaba sobre el poniente y por el levante la oscura nube relampagueante avanzaba más rápido que la noche, pronto se iniciaría la tormenta y en la oscuridad nadie notaría su presencia en aquellas frías y agitadas olas. Tras un poco de esfuerzo, por nadar contra la corriente, llegó a aquella roca que sobresalía. Se encaramó como pudo, su cola no ayudaba mucho, y miró el horizonte, escudriñándolo ansiosa.

Pasaron los minutos, pero nada ocurría, salvo por aquellas aguas, que cada vez más revueltas, amenazaban con arrancarla de aquella roca y sumergirla nuevamente en lo profundo del océano. Finalmente vio, entre las turbadas aguas, el pequeño bote de Carlos, aquel joven pescador, que horas antes de la madrugada se había lanzado al mar en busca de pesca favorable. La joven sirena lo había estado espiando desde hace algún tiempo, era un buen hijo, un buen esposo y tenía un niño de pocos meses. Ella lo recordaba jugando en la playa con su mujer y aquel bebé. Pensaba la sirena en el buen cuerpo del joven pescador, fuerte, producto de años en aquel trabajo. Su padre, pescador como él, ya le había enseñado el oficio, antes de morir tragado por el mar en una noche como esta.

El pequeño bote se acercaba al arrecife, pronto pasaría entre las rocas, fue cuando ella empezó su canción, aún entre el ruido de las olas y el estruendo de la lluvia, la voz melodiosa llenó el espacio, y los otros ruidos desaparecieron. Carlos escuchó aquella voz, miró hacia el arrecife y observó a la sirena. Los ojos de ambos se cruzaron por un instante, la chica deseosa, él asustado. Eso fue suficiente, el bote golpeó contra uno de los escollos, ante el empujón de las olas y se partió en pedazos. La pesca, de aquella noche, flotó sobre las aguas oscuras y el chico fue arrastrado bajo las olas. La sirena brincó desde su atalaya de piedra y se sumergió buscando al joven. Con su naturaleza marina pudo pronto verlo tratando de subir a la superficie. Ella apresuró el paso y agarrándolo por las fuertes piernas, lo empujo hacia las profundidades. Esa noche, sus hermanas y ella, tendrían comida hasta la próxima luna y hasta la próxima tormenta.

Texto agregado el 27-10-2016, y leído por 75 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
27-10-2016 Bon apetit seroma2
27-10-2016 Pobre pescador! ***** ome
27-10-2016 las apariencias engañan satini
27-10-2016 Tenebroso, pero bien escrito. FERMAT
 
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