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“Oc ye nechca” — o como ustedes dirían: Érase una vez— cuando en nuestra tierra nada se movía más rápido de lo que nuestros mensajeros veloces podían correr, excepto cuando los dioses se movían y no había ningún ruido más fuerte que el que podían hacer nuestros voceadores a lo lejos, excepto cuando los dioses hablaban. En el día que nosotros llamamos Siete Flor, en el mes del Dios Ascendente en el año Trece Conejo, el dios de la lluvia, Tláloc, era el que hablaba más fuerte, en una tormenta resonante. Esto era poco usual, ya que la temporada de lluvias debía haber terminado. Los espíritus tlaloque que atendían al dios Tláloc estaban golpeando con sus tenedores de luz, rompiendo las grandes cáscaras de nubes, despedazándolas con gran rugido de truenos y escupiendo violentamente sus cascadas de lluvia. En la tarde de ese día, en medio del tumulto causado por la tormenta, en una pequeña casa en la isla de Xaltocan, nací de mi madre para empezar a morir.
Ahora son ya siete años desde que el Popocatepetl dejó de rugir, apagándose, quieto de espantos, herido de estornudos, siete años y sus noches sin su infernal fumarola.
Presagios para algunos, señales inequívocas del cambio en los tiempos.
Me siento sola, los colibríes ya no vibran cerca del nopal, la Venus en el cielo “Huey citlalin” ha opacado su brillo. Mi pequeña isla que es mi hogar cobija mi etérea vida de sacerdotisa y maestra en el “Cuicacalli”, sin familia, ya emancipada sirvo dia y noche a “Quetzalcóatl” y su esperado retorno. Dios de la vida, de la luz, de la sabiduría, de la fertilidad, del conocimiento, patrón del dìa y los vientos, regidor del este, movimiento y quietud.
Sobre todo ahora, mi soledad me acompaña fiel, sobre todo después de los rumores que llegan furibundos desde Tabasco. Espeluznantes naves, grandes como casas han llegado desde el oeste, de ellas han desembarcado hombres ”dzules” blancos y barbados, brillantes en sus armaduras, se dice que vuelan sobres monstruos de cuatro patas y disparan fuego que mata desde sus lanzas; por si eran dioses, los habían hecho sahumar con copal. Se dice que no se tiene aún noticia de dónde vienen, lo que se les ha preguntado por órdenes provenientes de México, pero aparentemente no son gente de razón, ya que no han comprendido nuestra lengua. Se decían tantas cosas, pero mi solitario corazón tenía la verdad; era mi dios, la serpiente hermosa y emplumada volvía desde el exilio y sus aguas celestiales, mi corazòn se expandía y volvía a recoger.
Pero si las comarcas costeras del Mayab habían quedado perplejas por la visita de estos dzules blancos, no era nada en comparación con la sacudida que había sobrecogido al corazón del imperio; ahí, en México-Tenochtitlan, el Ombligo del Mundo, Motecuhzoma Xocoyotzin estaba muerto de miedo.
Las semanas transcurrían de igual modo que los vientos y su estampida, las clases en el Cuicacalli ya no fueron las mismas, los niños repetían las palabras exaltadas de sus padres con el temor dibujado en sus caritas, sentados en el patio, decenas de ojos almendrados me miran curiosos y esperanzados, llenándose de mis palabras de sosiego y tranquilidad.
Ya tarde, el vacío volvía, en la soledad del patio aún sentada, miro las estrellas, pienso, me aflijo.
Flokitl mi fiel compañero, como todas las tardes espera bajo el tindel de la puerta, bajo el marco de la vivienda, el, respira por mi. A mi señal, entra respetuoso y me abraza; su cabeza en mi regazo dice cuanto me ama. Y yo a el.
De camino al hogar se anteponía a los peligros, gruñia desconfiado, ladraba medio ahogado. Al parecer, mi perro bayo, avizora el término.




Motecuhzoma Xocoyotzin sabe de las escrituras y el final de los tiempos, sabe bien, sobre todo lo que hay que hacer.
Rios de sangre por las escalinatas del templo mayor, los sacrificios es lo ùnico que aplacara el ímpetu indestructible de los dioses barbados, “Traedme todas las sacerdotisas” bociferò con las manos a los cielos. En ese instante, un trueno seguido de su rayo cruzò los mismos que apuntaba, iluminando a rabiar los rostros horrorizados del séquito, ¡Como una señal! ¡Un presagio de buen augurio! Una sinopsis. Nadie en el templo celebró nada.


Las gotas tenues de la primera lluvia chocaban sobre el follaje, haciendo acordes, que a su vez era música esta tarde camino a casa. La luna había devorado ya el sol, las aves y vientos hablaban esta tarde, noche, trágica.
Es, mi anochecer del dia, la lluvia se ha incrementado, son rafagas que mojan y astillan mi cara, Flokitl no cesa en su cuidar, siempre junto a mi se inquieta, olfatea y gruñe aterrado, paramos y me escondo, lo abrazo y cierro con todas mis fuerzas su hocico cayendo al suelo, ahogando a duras penas su delator ladrar. Un gigante helecho nos cubre, escondidos puedo ver las plumas de codorniz en los penachos de los soldados. ¡Vienen por mi!
Corro a ciegas, siento a mi compañero correr junto a mi, tambien miles de pies y manos que me atrapan, afirman todo mi ser, Flokitl ladra y lame mi cara, brazos fuertes me alzan a un brazo del suelo, la lluvia cae y rebota en el barro salpicando, ahogándome y flokitl que no deja de ladrar, miles de grillos componen una música extraña, casi celestial, que se repite una y otra vez, Flucke termina pateando el celular y acallando por completo la alarma del teléfono, despertando y quedando con sueño de verdad.







Texto agregado el 03-11-2016, y leído por 207 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
14-03-2018 Me agradó leerte, Monasterio. Excelente prosa y narrativa. -ZEPOL
13-12-2017 Me encantó,es muy instructivo y fuera de eso muy bien explicado. Te expresas muy bien en letras***** Victoria 6236013
04-12-2017 Un trabajo instructivo si así se lo desea, pienso que poner un párrafo de etimología ayudaría al lector. Bien narrado e interesante trayecto para el lector. Saludos desde Iquique Chile vejete_rockero-48
24-06-2017 Muy bueno e instructivo cuento hermano mexicano Juanpi. Mis ***** chilicote
 
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