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LA FECHA FATÍDICA


MARZO, 25 ...

Era una fecha como cualquiera otra para los habitantes de la aldea. Para todos ellos era solamente un día más o una hoja caída del calendario.
Para Pedro Gómez constituía un profético recuerdo y una punzante realidad. Pedro tenía una historia, una espantosa y terrible historia llena de misterio y terror y cuyo principal personaje era la muerte.
Pedro Gómez era un hombre que caminaba con su destino a cuesta cómo una pesada carga. Así lo había comprendido tal cómo comprendió su futuro y su destino. No le preocupaba su futuro porque había tenido la suerte, o la mala suerte, que no le estuviera vedado.
Todas las mañanas se le veía caminar por las calles polvorientas, con su paso cansado. Sus ojos inquietos revelaban que algo atormentaba su cerebro. Era esquivo, triste y desconfiado. Lo fue desde el mismo momento en que contó su historia y nadie se la creyó. Pensaron que estaba loco.
Los niños de la aldea le temían pues representaba, para ellos, la muerte vestida de hombre. Si le veían venir, huían a esconderse mientras pasaba con su andar lento y su cabeza cabizbaja. Cuando él estaba a cierta distancia, salían de su escondite para lanzarle piedras y burlarse de él.
La gente de la vecindad contemplaba cómo sus cabellos se le iban poniendo, cada vez, más grises, con mayor rapidez, día tras día. Sus ojos sombríos y de
mirada desconfiada iban de un lado a otro sin detenerse en ninguna parte.¿ Para qué?. Nada ni nadie podrían ayudarlo, sólo la angustia del futuro que ya conocía.
Todas las mañanas se le veía caminar, solitario, sin desear la compañía de ninguno. Sabía que tenía que sufrir su destino solo y en silencio, acicateado por una punzante realidad.
En su pieza solía sentarse, con su mirada vacía, a pensar en su infortunio. Ya no era la bella mansión que un día fue. Ahora era una casona grande, lúgubre y tenebrosa
Su carácter extraño y parco lo había aislado, poco a poco, de todos los que fueron sus amigos, pues mientras en ellos había risas y alegrías, en él era todo sombrío y tormentoso.
No era raro verlo caminar a la iglesia o al cementerio, únicos lugares en que sentía un poco de paz que calmaban su inquietud y su angustia.
Pero los 25 de Marzo nadie le veía.
Cuando estuve en esa aldea, supe mucho de su vida y pude reconstruir su pasado.
El, realmente fue feliz hasta los siete años de edad. Feliz cómo todos los niños de la aldea que jugaban alegres, inocentes, llenando sus vidas de ensueño. Desde entonces, la fecha de su muerte lo empezó a perseguir como una macabra obsesión. Esa noche soñó. Su sueño había sido oscuro, sin una imagen, cómo una película sin revelar y, luego, cómo en una gigantesca pantalla, ésta empezó a aclararse. Extraños números empezaron a aparecer con chispas y destellos plateados, salpicados con ruidos y detonaciones como de fuegos artificiales. Luego, hubo paz, un silencio sepulcral. Un detener la vida en la nada. Era el umbral del Más Allá. Lo curioso era que él no sabía leer ni escribir entonces, pero, desde ese día pudo comprender, perfectamente, los números y las letras. Claramente vio en ese telón oscuro y terrorífico, la fecha :25 de MARZO, l944, brillando cómo un aviso luminoso colgando de la nada.
Al despertar, a la mañana siguiente, su mente estaba feliz, sin darle importancia a ese hecho tan extraño y profético. Pronto olvidó ese incidente y se le vio rodeado de otros niños con quienes participaba de sus juegos.
A los quince años quedó huérfano. Un accidente quitó la vida a sus padres. Para la mayoría de la gente éste FUE un accidente, menos para él que, desde entonces, vio un significado de ultratumba...
Una mujer alta y vestida de negro, con sus mejillas enjutas y descarnadas y con ojos lúgubres, había contemplado el accidente sin inmutarse. Sólo miraba vacía e inexpresivamente. Ni una palabra se dijo de esto. Nadie lo mencionó tampoco y fueron al cementerio en una procesión lúgubre y sombría. La mujer de negro les siguió silenciosamente.
Pedro Gómez no supo por qué recordó el sueño que había tenido hacía ocho años. Ahora, volvió a verse recostado en su cama con los ojos desorbitados mirando el resplandor del Más allá. Ahora, viendo a esta mujer alta y delgada, sintió un intenso escalofrío. Sus rodillas apenas podían sostener su cuerpo aún en desarrollo. Estaba aterrorizado, paralogizado por el pánico. Quiso gritar, pero su grito quedó ahogado en su garganta cómo en una horrorosa pesadilla.
Esa mañana soplaba un viento helado que calaba los huesos y mordía la médula. Una niebla interminable hacía los pasos, aún, más temblorosos. Era un funeral diferente, pero con la misma opresión de lo desconocido.
Cuando sus padres fueron sepultados, alzó la mirada a la cruz colocada sobre la tumba. Bajo la inscripción, en recuerdo de sus padres, vio su propio nombre esculpido en ella.
PEDRO GOMEZ
FALLECIDO EL 25- MARZO – 1944
Recordó su sueño, de nuevo, el que volvió a su mente cómo si recién lo hubiera tenido. Se estremeció. Un escalofrío recorrió su cuerpo y su frente empezó a cubrirse de refulgentes perlitas que se entremezclaban con las gotas de lluvia.
Desfigurado, pálido, miró a los dolientes buscando en sus rostros una respuesta o, quizás, una sonrisa que le dijera que todo estaba bien, que todo lo que había leído era sólo imaginación. Con la mirada implorante, los interrogó, de uno en uno, con sus ojos casi desorbitados. Todos estaban inmóviles, graves, cabizbajos, con la mirada clavada en el suelo, sumidos en sus propios pensamientos, con la reverencia respetuosa de la muerte.
“¿Quién escribió eso?.”Dijo con voz quebrada, señalando la cruz con su mano temblorosa. El sonido de su voz resonó en sus oídos cómo un torbellino.
“¿Quién escribió eso?”. Gritó. “¿Quién escribió mi nombre ahí”?.Dijo con voz enronquecida y temblando cómo un epiléptico.
Todos le miraron compasivamente y acariciaron su cabeza.
“¡Pobre niño!."Fue la única exclamación que rompió el mortal silencio. El se abrió camino entre la multitud y les miró implorante, con la mente llena de terror. Vio una cínica sonrisa en la cara de la mujer de negro quien se alejó rápidamente del lugar.
“¡ UD!¡Ud. lo hizo! ” Gritó mirándola. “ ¡Ella lo hizo!” Dijo mostrando un lugar donde no había nadie. “ ¡Ella lo hizo ! ” Gritó y como loco corrió tras de ella.
Se metió entre las tumbas y los cipreses. Ella había desaparecido. Nadie la había visto salir y no había huellas de ella en el barro, tampoco.
El cementerio estaba en silencio, roto, a veces, por el quejido de una rama que lloraba por un alma en pena. Un profundo misterio rodeaba el recinto formando figuras fantasmales.
Cuando regresó al sepulcro, su nombre había desaparecido y un tenso murmullo se levantó entre los dolientes mientras él se acercaba. Nadie podía entender lo que había sucedido, ni nadie comprendía por qué él había actuado así.
Esa pesadilla le persiguió por años. Donde quiera que fuera, llevaba su calvario a cuestas. Un calvario que le pesaba enormemente en su alma.
Los días huían cómo gotas de lluvia a la tormenta. Los meses y los años pasaban implacablemente y la fecha fatídica se acercaba más y más. Al comienzo lo hizo lentamente, luego, a gran y espantosa velocidad. Pedro Gómez hubiese deseado detener su llegada a cualquier precio, pero se sabía impotente. ¡Dos años más! Sí. En dos años más sería enterrado, él sería enterrado.¡ ENTERRADO! El lo sabía, desafortunadamente lo sabía, tristemente, lo sabía.
“ ¡ No quiero morir!¡No quiero morir! ¡ No quiero!” Y sus palabras reptaban por las murallas para esconderse en los rincones. Lejos, a su alrededor, y en todas partes, escuchaba risas agudas y burlonas.
Así seguía su vida, destrozado, llevando el dolor en su alma que laceraba sus pensamientos. Viviendo y sin que le dejaran vivir. Diferente a todos los que ignoraban su propio destino y que, por lo tanto, podían vivir felices y reír. El, en cambio, se paseaba en su pieza, de un lado a otro. Miraba el calendario y suspiraba desilusionado y abatido. Cada día que pasaba era uno menos en su azarosa vida.
Se retorcía los dedos y miraba, por la ventana, el cambio de colores de las estaciones: Verde..., oro..., gris..., negro. Nada podía hacer para detener el tiempo.
Iba a la iglesia para estar en paz consigo mismo pero, al salir, volvía a verse envuelto en el furioso infierno de sus pensamientos, en la vorágine de sus tormentos. No podía evitar pensar en el 25 de Marzo de l944. Esa fecha le dolía y se le aferraba, ciegamente, a su alma.
En su último cumpleaños se encerró, en su pieza de tortura, cómo siempre. Ahí, acostumbraba a pensar en su pasado. Buscaba y rebuscaba en su mente alguna maldición en su vida o en la de sus ancestros; pero nada. No encontraba nada, sólo su pesadilla y su propia maldición. Sí, su propia maldición pues él mismo se la había creado al dejarse envolver en la tortura de sus propios pensamientos.
Afuera, ese día, los truenos y los relámpagos, los rayos y la lluvia ejecutaban un concierto apocalíptico. Los perros aullaban al cielo pidiendo piedad.
Cuando el reloj dio las doce de la noche, escuchó un terrorífico golpe a la puerta. Un golpe seco. Un golpe con el eco del Más Allá. Luego, otro. Y otro. Quedó inmóvil, aterrorizado, con sus ojos casi desencajados de su órbitas y, luego, cómo zombi, se fue acercando a la puerta y la abrió. Un mensajero vestido de riguroso luto le pasó una tarjeta. Lentamente, la miró y, cómo autómata, la leyó, con su cara macilenta y sus manos temblorosa
FELIZ CUMPLEAÑOS
NOS REUNIREMOS EL
25DE MARZO A LAS 6:10 P.M.
Fue el último mensaje de ultratumba. En doce meses más moriría, sería comido por los gusanos, entraría al “ país de cuyos límites ningún viajero vuelve...”
Los días siguieron lúgubres y agónicos. Para él, ya no tenían ningún significado ni los días, ni las semanas, ni los meses.
El 25 de Marzo de l944, Pedro Gómez estaba en el paroxismo de la desesperación. No quiso abandonar su casa. Enloquecido, cerró todas las puertas y ventanas, tapiándolas con tablas que clavó en todas ellas. Así quería alejar, si era posible, su destino. Empezó a caminar por su pieza cómo un león enjaulado. El reloj jugaba con los minutos en un monótono tic tac, tic tac, tic tac. Desesperado, le lanzó lo primero que encontró a mano y el reloj cayó, pesadamente, al piso, destrozándose. Pedro Gómez lo miró lleno de pánico. La maquinaria del reloj seguía funcionando, sin embargo. La miró horrorizado y, furiosamente, la pateó. El reloj continuaba su endemoniado tic tac. Escuchó un crujido en la madera del piso y un ruido metálico en el techo. Las murallas empezaron a temblar y a danzar y figuras fantasmagóricas comenzaron una macabra ceremonia.
Se desmayó.
“Te quedan cinco minutos”. Dijo una voz profunda, tétrica, de ultratumba
Pedro Gómez abrió, lentamente, sus ojos. Estaba en un sillón y, repentinamente, volvió a la realidad al ver a la mujer alta y de negro parada a su lado. Se levantó abruptamente.
“¿Cómo entró?”. Preguntó, ilógicamente, mirándole sus dientes carcomidos.
“La puerta estaba abierta, Pedro”. El se volvió como picado por una víbora. Vio que todas las puertas estaban abiertas de par en par. Sintió un escalofrío recorrer todo su cuerpo porque estaba seguro de haberlas cerrado y asegurado. Hubiera querido salir corriendo de ese fatídico lugar, pero estaba paralogizado de terror. Se paró temblando frente a ella.
“Cuatro minutos”. Dijo ella inescrutablemente. El la miró desconcertado, como no dándose cuenta de lo que le decía. Luego, el terror se apoderó de él. Iba a morir. Sí, iba a morir. La miró anímicamente destrozado.
“¡No quiero morir! No quiero morir! No me atormente, por favor”, imploró.
“Tres minutos”. Su voz resonó seca e impasible.
“Por favor,¿ qué puedo hacer?” rogó desesperadamente. “¿Qué puedo hacer? Haré lo que Ud. me pida.” En su mirada había súplica y una mezcla de piedad, desesperación.
“Nada. Sólo esperar. Sólo eso. Esperar. La hora siempre llega a su hora”. Sonrió sarcásticamente mostrando sus dientes terrosos y carcomidos.
“No, no puede ser. Es imposible. Esto es un sueño,¿verdad?.” La miró lastimeramente.
Ella seguía inmutable parada ante él, como una inmensa figura apocalíptica que empequeñecía a Pedro hasta, casi, aniquilarlo totalmente “ ¡ No quiero morir! ¡No quiero! Gritó enronquecido, arrodillándose ante ella.
“Eres un cobarde, Pedro. Eres un cobarde. Me temes. Tu propia cobardía es tu perdición”.
Pedro se sintió iluminado. En su cerebro distorsionado brotó una chispa de audacia, “si no era un cobarde, se le perdonaría.” Se levantó lentamente.
“ ¡ No le tengo miedo! ¡ No le tengo miedo!”. Gritó temblando cómo una hoja ante su propia osadía. La miró a la cara. La de él, era una mirada llena de angustia, de dolor y desesperación, la de ella, impasible e inescrutable
“Un minuto”. Respondió ella con voz autoritaria y que no permitía réplica.
Pedro cayó de rodillas, sollozando, a sus pies.
“Por favor, se lo ruego. Déme otra oportunidad. Sollozaba histéricamente, “una única oportunidad más”, imploró. “Una oportunidad más. Por favor, una oportunidad más”. Pedía totalmente destrozado por la desesperación y la angustia
“La tuviste. Siempre la tuviste; pero te abandonaste. Se te dio una fecha para que tuvieras toda una vida para que te realizaras, para que cumplieras tus sueños y esperanzas. Todas las personas tienen su oportunidad, solamente que no saben cuando llegará su fin. Muchos la aprovechan a pesar de los infortunios que puedan tener y sufrir. Pero tú, que lo tuviste todo, en lugar de eso, te anulaste. Tú eres tu amo y tú mismo quisiste derrotarte. Tú te abandonaste a tu propia suerte. Desperdiciaste una vida por lamentarte, por buscar compasión. Tú mismo te hundiste al no querer luchar, al no intentarlo, siquiera.
“No lo sabía”, exclamó retorciéndose las manos moralmente deshecho. “No lo sabía. Le juro que no lo sabía”, sollozaba.
“Debiste haberlo sospechado. Nadie debe ser derrotado por el infortunio. ¡Nadie.! Eres un cobarde y siempre lo serás. ¡Levántate!” le ordenó fieramente.
“Pero..., pero...,pe...”
“Cinco segundos, cuatro, tres, dos, uno,...”
Cuando el doctor entró, vio el cuerpo del hombre que yacía en el suelo. En la muñeca de su brazo, con el golpe, el reloj se había detenido a las 6:10.
“Un ataque al corazón”, diagnosticó. “¿Razones?. Desesperación extremada.”

Yo no soy de los que cree en fantasmas o aparecidos, pero cuando salí de la posada de esa aldea, bajo la lluvia, con el crujido de truenos cruzando el cielo, vi un hombre enjuto, de cabellos canos y paso cansino, caminando al cementerio, acompañado de una mujer alta y de negro. No pude menos que estremecerme al ver a esa pareja y nunca olvidaré que ese día era un 25 de Marzo.
 

Texto agregado el 06-11-2016, y leído por 73 visitantes. (0 votos)


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