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El oficial encontró el cuerpo en pleno estado de descomposición. Los de la morgue calcularon que llevaba muerto unos seis meses aproximadamente. Entre sus ropas encontraron una cartera, unas llaves y un paquete de cigarrillos. Dentro de la cartera había una identificación, una credencial de biblioteca y una moneda de cincuenta centavos del año 1982.

El cuerpo fue llevado al Instituto de Ciencias Forenses para los exámenes de rigor: Eliseo Santos Cansino, 33 años de edad, Celosía 112, Colonia Tetocoyan.

Juan Díaz fue el encargado de dar aviso a los familiares. Sin embargo, al no encontrar ningún número telefónico, no le quedó de otra que acudir al domicilio indicado en la identificación. Sin pensarlo, también agarró las llaves y los cigarrillos. Encontró sin dificultades la dirección. Ubicada al fondo de la calle, la casa se levantaba en dos plantas. La fachada presentaba un avanzado estado de deterioro. La pintura, que en algún momento fue azul, ahora se veía de un color verdoso deslavado. En la planta alta había dos ventanas con barrotes de protección visiblemente oxidados, en la planta baja un zaguán metálico pintado de negro, en muy mal estado. La casa parecía abandonada.

Juan, con un poco de temor, tocó a la puerta con los nudillos. No hubo respuesta. Tocó más fuerte, pero nadie salió. Miró hacia las casas vecinas con la esperanza de que alguien se asomara, pero nadie apareció, también parecían deshabitadas. Entonces, Juan decidió probar con las llaves. "Total, ya estoy aquí", pensó sin estar muy convencido. Introdujo la llave, le dio dos giros y la puerta se abrió con suavidad. La luz del sol inundó rápidamente la habitación. Por toda la sala había periódicos y revistas apilados. Los únicos muebles eran dos sillas de madera cubiertas por más periódicos viejos. Juan siguió avanzando, a cada paso que daba, el polvo acumulado se levantaba formando una espesa nube que le impedía respirar con normalidad. Al fondo, había unas escaleras de concreto desgastado sin barandal. Juan decidió subir lentamente. Arriba, un pequeño pasillo conectaba tres habitaciones, en cuyas entradas, colgaban gruesas cobijas empolvadas a manera de puertas. Entró en la primera habitación, grandes libreros atascados de libros de todo tipo cubrían las paredes, múltiples cajas llenas de más libros cubrían el piso, aquello parecía bodega de alguna librería de viejo, con aroma a rancio y polvo por todos lados. Juan no pudo soportar más el olor y salió del cuarto. Entró en la segunda habitación. Había un colchón en el piso cubierto con sábanas y cobijas deshilachadas. A un costado, dos columnas de cajas se levantaban hasta tocar el techo. Juan no pudo aguantar la curiosidad y bajó una caja para abrirla. En su interior encontró libretas, muchas libretas de pasta dura acomodadas por fecha. Abrió más cajas y en todas encontró las mismas libretas, minuciosamente organizadas. Ojeó algunas y se dio cuenta de que pertenecían a un diario. Algunas otras contenían relatos o cuentos cortos, y otras contenían capítulos completos de lo que parecía ser una novela. Juan pasó toda la tarde revisando aquellas libretas. Todas estaban firmadas con el mismo nombre: Eliseo. Le gustó mucho lo que estaba leyendo. Todo tenía un tono oscuro, pesimista, hablaba de muerte y desolación. Antes de que oscureciera, Juan acomodó las cajas, tomó un par de libretas y regresó a casa. Sin embargo, no podía dejar de leer aquellos relatos que le parecían maravillosos, inquietantes.

Al día siguiente le comentó a su jefe que no había encontrado nada en la dirección, y que nadie sabía nada acerca del difunto. Antes de regresar las llaves, sacó una copia y la guardó para sí mismo. A partir de ese día, todas las tardes, después del trabajo, Juan regresaba a la casa deshabitada para continuar leyendo lo que había en las libretas.

Un día uno de sus compañeros lo encontró leyendo en el comedor. Le preguntó con interés qué es lo que estaba leyendo. Juan, leyó en voz alta uno de relatos cortos. El compañero quedó impresionado. Le gustó mucho lo que había escuchado. Preguntó a Juan si él lo había escrito. Sin saber por qué, Juan respondió que sí, que en sus ratos libres se dedicaba a escribir historias sobre muertos, que le ayudaba a sobrellevar tanto cadáver que veía a diario. Su compañero, emocionado, lo instó a mostrar sus relatos, a publicarlos en alguna página, o incluso a enviarlos a algún concurso. "Son muy buenos, seguro mucha gente los apreciará", sentenció el compañero.

Juan lo pensó un par de días y por fin se decidió enviar uno de los cuentos a un concurso organizado por una revista literaria. Juan no ganó, pero obtuvo mención honorífica. Eso lo motivó para seguir enviando cuentos a varios concursos. En el transcurso de un año, ganó ocho premios en efectivo, un viaje, una beca y la publicación de su primer libro de cuentos en una prestigiosa editorial. Extrañamente, Juan se negaba a dar entrevistas. "No me gusta hablar mucho", decía con un tono de misterio ante sus seguidores.

La fama de Juan siguió creciendo. Publicó su primera novela, que fue todo un éxito. Pero seguía sin aparecer públicamente. Rechazaba toda invitación a conferencias, entrevistas o presentaciones. Ni siquiera su editor lo veía mucho, Juan enviaba sus escritos por correo. Al pasar de los años, los relatos de Juan eran cada vez más escasos. Sin embargo, ya se había convertido en una leyenda, era querido y admirado por todos, bautizaron una calle con su nombre y construyeron una biblioteca en su honor.

Juan falleció un 31 de octubre a los 68 años, víctima de un paro respiratorio. El día 2 de noviembre, en el zócalo de la ciudad, se levantó una ofrenda monumental para honrar su memoria. Juan Díaz se había convertido en un inmortal.

Texto agregado el 18-11-2016, y leído por 69 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
18-11-2016 Interesante historia.¿Alguien usará mis escritos para hacerse célebre?.UN ABRAZO. gafer
 
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