Vaya mañana

-¿Un poco mas de azúcar?

-No, gracias; así está bien.

Hubiera preferido ser yo quien endulzara el café, una ceremonia que me llevó años el alcanzar el punto justo para mi paladar áspero y monótono.

Un aroma envolvente de unos granos recién molidos en una mañana de domingo que bañaba de gozo el salón. Muy cerca, el arrogante bálsamo de las tostadas a punto de ebullición.

Un reloj olvidado y sin protagonismo se alejaba de la escena. De la crueldad en los días laborables ahora indiferente a los ojos de los recién amanecidos.

-¿Te pongo mas azúcar?

-¡No!

Curiosamente, miré el reloj y daban las nueve

El clin inconfundible del tostador anunciando el nacimiento de un par de rebanadas del pan más sabroso que salían de sus entrañas, con la tibieza del abrazo fraternal.

-Me parece que el café esta tibio, ¿te lo caliento?

De reojo advertí que eran la nueve y cinco

El primer sorbo me hizo recordar mis días como funcionario de gobierno, un café frío, quemado y aguachento que anunciaba las aburridas sesiones de gabinete.

Y no solo era en mi despacho, se repetía en todas las oficinas públicas por las que desfilaba en mi quehacer diario. Un complot de la burocracia para hacer más tediosas las reuniones.

-Esta frío y muy dulce, de volverlo a calentar pierde el sabor y se enfrían las tostadas.-Replicaba cuando las agujas del reloj marcaban las nueve y siete.

Mire la taza a medio tomar, me acordé del futuro que depara la borra del café, tal vez la última esperanza que me devuelva la mañana.

-¿Te pongo un poco mas de café?

Miré el reloj y eran las nueve y diez

OTREBLA