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Salgo de la Casa de Moneda entreverado con otros tantos miles. Mi color rojizo no es nada nuevo, antecesores míos y, con otro valor, ya lo han lucido y en el eterno ciclo quedaron en desuso. La faja de papel nos aprieta con fuerza y me interrogo por mi destino.
Junto a muchos otros somos llevados al Banco Central, bajo estrictas medidas de seguridad en un camión blindado. Algunos van directamente a la bóveda, otros salen para los Bancos particulares y, poco a poco, van desapareciendo las caras conocidas.
Una mano nos toma y, repentinamente nos vemos en una de las muchas cajas que allí funcionan. La atiende una dama de edad indefinida, bien vestida y arreglada; realiza solícita su trabajo, pero, la noto inquieta, más tarde descubro que le preocupa su niño aquejado de gripe y sólo desea el término de su jornada para correr a atenderlo.
Mi fajo se ha desarmado, me siento indefenso; la cajera nos mueve como abanico de cartas, corta y de sus manos ágiles paso a unas temblorosas y torpes. Con cuidado y sin arrugarme – junto a otros iguales – nos coloca en el fondo de su bolso, en medio de una marea de pañuelos con perfume, rosario, papelitos y libretas.
Camina con nosotros aprisionados en su cartera bajo el brazo; su andar es lento y cansado. Calculo que tiene muchos años y muchos recuerdos, pues junto a sus documentos aparece un pequeño y enroscado mechoncito de obscuros cabellos.
Nos ha sacado de en medio de sus reliquias y nos coloca en un sobre, éste va a dar a una obscura caja de fondos. Ahí permanecemos largo tiempo, en un estado invernal.
Mes a mes, saca a uno de nosotros y, el fajo va disminuyendo hasta que, llega el momento en que quedo solo, en medio de alhajas, papeles, escrituras, cartas anudadas por un descolorido lazo de terciopelo. Espero mi turno, a sabiendas que veré otros mundos.
Ese día llega, estoy tenso y preocupado, esa caja que ha sido mi hogar por largo tiempo y, en ella quedarán eternamente mis amigos guardando recuerdos. Registran, leen escrituras y encuentran lo que buscan: el testamento.
Ella ha muerto y sus herederos quieren tomar lo que les corresponde de inmediato. Discuten, se enrostran cosas que no entiendo y, finalmente quedo inscrito en el inventario: soy el punto 12 de él. Por ello paso a manos de un hombre mayor junto a otras cosas, me pone con displicencia en su lujosa billetera que aún tiene el grito de un cocodrilo en su piel y entre billetes extranjeros, reposo.
No estoy mucho tiempo allí, me quedo aprisionado de una elegante caja registradora, en un fastuoso restorán de moda. El cajero al verme tan nuevo, me estira y golpea diciendo:
- ¡Recién hecho!...
Dentro de su caja paso la noche, hay otros valores mudos que se llaman cheques y visten colores diversos, están escritos y firmados por todas sus partes. Supongo que por el orgullo de sus números y timbres, les hace difícil hablar con los demás humildes billetes.
De todos ellos soy el de más valor; una pequeña moneda me recuerda que para mañana estaré en un banco, en cambio ella se quedará ahí y será “vuelto” de cigarrillos, terminando olvidada en algún bolsillo.
Me cuesta entender su resignación, la observo descolorida y maltrecha, es una moneda con larga vida y ha viajado mucho. Dice que en una ocasión se fue al extranjero y conoció gente y lugares extraños. Hoy se siente cansada, con los años ha perdido su otrora orgullosa prestancia, también su poder adquisitivo. Filosóficamente me dice, antes de despedirnos, que ese es nuestro final, estamos hechos para que ello ocurra...para ella el ciclo se ha cumplido.
Soy nuevo y optimista, quiero conocer el mundo y, en cierta forma, me duele separarme de mi sabia amiga, hacemos votos para un nuevo encuentro.
Efectivamente, al dia siguiente, el empleado nos lleva al banco y separa los billetes de los cheques. El cajero que nos recibe no está de buen humor, es dia de pago de jubilados y son tan torpes, sordos y como le molestan... Nos cuenta con fuerza y nos aprieta con un elástico, haciéndonos gemir de dolor, nos lanza a una caja que tiene bajo su cubículo. A él no le interesa otra cosa que un partido de futbol que habrá ese día. Debe apurar su trabajo y más fajos, duramente apretados, caen sobre nosotros.
Termina su jornada, pero no le cuadra la caja. Maldice las cuentas, los jubilados, a todo el mundo. El partido ya empezó, la radio va entregando las alternativas del juego y, la sumadora hace caer su delgado papel por el piso. El hombre pide ayuda a otro, no encuentra la diferencia y, el partido está empatado a dos, bien el entretiempo.
Cuento a mis compañeros de fajo y, somos once.... ¡cielos, somos la diferencia! Y estamos en el fondo de la caja. Vienen en su ayuda, unos suman, otros comienzan a contar, de repente nos toman rudamente ¡fuera el elástico!, que cae fulminado al piso y, el culpable queda a la vista de todos: soy yo!
Me siento horrible, me ha colocado sobre la mesa y me golpea con furia. El partido terminó y recibo la molestia de la falla de su equipo y el desagrado de no haber visto la “mocha” más grandiosa que estadio alguno ha producido. Terminan luego, se van corriendo a saber más de todo aquello que no vieron, entonces descanso en una gran bóveda, junto a los demás.
Al día siguiente, el ánimo del cajero amanece un tanto mejor, es un día de poco movimiento y, un orgulloso cheque me saca de su lado. Voy en la valija de una nómina de pago de una gran fábrica.
No alcanzo a estar mucho rato allí, me entregan a uno de la oficina que sale raudo a comprar y termino en la registradora de un supermercado. Esa noche duermo en una bóveda con olor a cebollas, perfumes y ungüentos de guagua.
Al día siguiente estoy, nuevamente en la fila de un banco y un cajero de mediana edad me ingresa, cayendo junto a muchos otros, en su caja fuerte. El tipo ese es cordial y dicharachero, cada vez que ríe hace temblar su alta silla y no para de hablar de lo bien que le sentará ese fin de semana. El día pasa pronto y en medio de las bromas de sus compañeros soy llevado a una caja mayor y allí descanso dos largos días.
El lunes temprano vuelvo a ser cambiado por un cheque de vistoso timbre y soy introducido en un bolso de mujer. Paseo por la gran ciudad, ella hace compras mientras conduce un coche último modelo. Me apeo de él en una bencinera y en grasiento bolsillo del bombero, paso el resto de la tarde.
Al caer la noche soy cambiado por un vale de bencina de un gigantesco camión, que con más de 12 toneladas se dirige rumbo a la costa. El camionero lleva su carga al puerto y en una posada del camino se detiene a comer. Ahí me quedo, en un cajón desvencijado, entremezclado de vales y facturas. Humo, bulla y bocinazos, acunan mi noche.
Al día siguiente voy en el bolsillo superior de otro hombre del camino, siempre rumbo a la costa, pero nuestro viaje es interrumpido por una falla del motor, el hombre maldice a los fabricantes, a los importadores, al dueño y a todo a su alrededor. Comienza a desarmar cosas que no conozco, a nuestro lado van quedando partes y piezas bañadas en aceite. Cada tanto rato otro camión se detiene y manos amigas cooperan en la emergencia.
Hablan, fuman y comen allí mismo. Cae la noche y fogatas iluminan la vera del camino, mientras sus lenguas de fuego bailan enloquecidas por el paso raudo de los vehículos. Una patrulla policial solicita los papeles del camión, el hombre busca sus documentos y sus fuertes dedos – impregnados de grasa y aceite quemado – me cambian de bolsillo, marcando para siempre mi cara.
Estoy ajado y sucio; cansado y maloliente; superada la emergencia reemprendimos el viaje y al pasar por un peaje...ahí me quedo, viendo pasar miles de vehículos.
Al día siguiente voy en una valija para depósito de un banco, junto a tantos otros, tan maltrechos como yo. El cajero reclama por mi suciedad, me rechaza. Me pregunto: ¿ y ahora qué? El hombre va de regreso conmigo y en una bencinera me quedo. El empleado reclama y le dice:
- Lo trajo para lavado o engrase jefe?...
En su bolsillo paso gran parte del dia, en cierta forma soy despreciado por el bombero y cada vez que me mira me hace muecas de asco. El bombero finalmente se las arregla para darme a un feriante que va al mercado en busca de compradores para sus verduras y frutas. Con un trapito intenta mejorar mi aspecto. Es un buen día para él, ha vendido todo y feliz a la hora del regreso hace grandes compras. Paso de sus manos a las de un vendedor de pescados, mientras restos de escamas se adhieren con fuerza a mi piel. Todo es agua allí: lavan y lavan. Los mesones de frío mármol o piedra, hacen que la humedad penetre por todo mi cuerpo.
Mil dobleces cubren mi rostro, una cinta trasparente afirma mi espalda. Dos extremos de mi cuerpo se han perdido y numerosas leyendas ensucian mi cara.
Mi vida pende un hilo; en ese estado calamitoso vuelvo a entrar a un banco y el cajero con asco en su mirada, casi sin tocarme, me tira junto a otros en iguales condiciones. Luego de ello limpia sus manos en un albo algodón impregnado de alcohol.
Nos meten en una bolsa y mi conciencia se escapa. La recupero en un lugar casi familiar, son las bóvedas de la Casa de la Moneda. No muy lejos de ahí está la prensa que me dio vida, la supongo entregando largas tiras de papel moneda que pronto serán fajos de bellos y crujientes billetes.
Observo desde lejos los carros que van introduciendo en las bóvedas los nuevos y coloridos billetes. Ellos pronto estarán en algún banco, listos para hacer un largo recorrido; algunos quizás como el que yo he hecho, otros – como el que hizo la pequeña moneda, que conocí alguna vez.
Siento que el calor me rodea, me adormezco pensando en mi corto ciclo de vida que está terminando, lenguas de fuego me rodean...he sido incinerado.




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Texto agregado el 03-01-2017, y leído por 198 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
03-01-2017 Ayy.. me encantó.. me llevo por la alegría y la pena esta suerte de diario de vida de un billete.. Un abrazo y feliz 2017 muy entretenido, gracias! sheisan
03-01-2017 Un trabajo donde encontramos un excelente uso del lenguaje y la idea es original y las imágenes se desprenden con facilidad de tu historia, muy bien. Saludos desde Iquique Chile. vejete_rockero-48
03-01-2017 Fascinante y muy original la forma como le has dado vida a algo tan común. Admirable las metáforas que usaste para tus descripciones que cobran vida a través de la narrativa, como esa “del grito del cocodrilo”. Un trabajo conducido con esmero y conocimiento de lo que se hace. Me fascinó leerte y descubrirte en este hermoso Planeta Azul. Un abrazo fuerte. SOFIAMA
03-01-2017 Original retrato de una comunidad visto a través de un billete de papel moneda. Mis felicitaciones. seroma2
03-01-2017 He leído hoy dos textos suyos. Confirman con creces el oficio literario que se anuncia en su biografía, cosa que no es usual por estos lares. Este relato por ejemplo, entretenida prosopopeya de un billete, narrada con una prosa bien cuidada, en donde la sintaxis no da traspié y la cadencia hace un deleite la lectura. Grato, grato leerlo. sagitarion
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