Cuando le preguntó su mujer que por qué no se iba a la cama; que qué estaba haciendo; le contestó que estaba agregando textos.
Y era cierto: aquel hombre ya no hacía otra cosa en la vida que la de agregar textos. Unos textos que se perdían en el horizonte cibernético con más pena que gloria; que a veces eran leídos y comentados; en un proceso imparable que a él mismo se le había escapado de las manos. Era sábado. No habían salido a cenar. Ya, de hecho, no lo hacían. La señora fundó la demanda de divorcio al poco tiempo, en el motivo peregrino de que su marido le estaba siendo infiel con una página de internet que se llamaba la página de los cuentos.