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Aquella noche había una extraña magia en el ambiente, los ruidos y la vida del campo es diferente al de otros lugares. Aunque en general había sido como tantas noches: mi padre pateando la puerta en completo estado de ebriedad, mi madre lanzando los platos reclamándole “cómo tienes para cerveza y no para la comida del día”, mi hermano afuera, sentado sobre la rama de un árbol de mango fumando una yerba extraña y apestosa. Siempre me preguntaba si la vida de todos los jóvenes era como la mía, pero nunca me atreví a preguntarlo realmente. Esa noche el aire era diferente, era de nostalgia; no por la luna llena y el cielo estrellado. Sino porque que justamente ese día Martitha me había cambiado por Paco, mi mejor amigo. Tal vez le conviene más porque Paco siempre tiene dinero para invitarle un refresco en el receso de la escuela o tal vez él no tiene tantos problemas como yo. Mi único refugio eran mis libros y un cuaderno donde escribía canciones, siempre había querido una guitarra pero han pasado muchos cumpleaños, navidades y nunca ha llegado más que ropa vieja o un par de zapatos de segunda, a veces imaginaba que vivía en otro lugar con más color y alegría, porque mi casa era gris a pesar de estar muy iluminada por las mañanas porque tenía muchas ventanas, en la noche por el quinqué y las veladoras del altar para los difuntos antepasados. Mi casa era de madera carcomida por el tiempo; estaba apolillada y por otros lados hueca por la humedad, el techo pintado de oxido igual que los clavos, el polvo servía a veces para ocultar ese color, el polvo me gustaba porque podía escribir mi nombre en él: Antonio Cruz aunque me decían Toñito. Mi abuelo don Pancho decía que los recuerdos desgastaban las paredes del hogar, tenía razón, era muy sabio. Me gustaba mucho el ruido de los grillos durante la noche o cuando llovía las ranas ofrecían un grato musical. Los días alegres eran cuando tenía pilas la radio, sonaba todo el día las canciones del recuerdo de ayer, hoy y siempre decía el locutor. Iban desde: José José, Vicente Fernández o Juan Gabriel. Escucharlos daba alegría a mi corazón pero luego se esfumaba cuando escuchaba los gritos de mi padre. Como esa noche. Ves por agua al pozo, apúrate que me quiero dar una enjuagada, me decía. Ya es tarde apá y está muy oscuro aparte el pozo ni se ve por tanta yerba crecida. No te pregunté si querías ir, te dije que fueras o ya sabes cómo te va cuando me desobedeces. Las marcas de la hebilla de su cinturón me duraban semanas grabadas en mi espalda o en las piernas. Así que mejor lo obedecía por las buenas.
Le llamaban “El camino Viejo” era el que me llevaba hacia el pozo, tenía que atravesar la brecha Caliente, se llamaba así porque servía como escondite a muchas parejas de los alrededores, era muy común encontrar calzones escondidos o colgados de algunas ramas. Incluso escuchaba jadeos o gritos extraños cuando iba rumbo a la escuela algunas mañanas. Pero esa noche estaba tranquila como si las mismas sombras estuvieran dormidas, la lámpara iluminaba el camino con su luz, por momentos se tornaba intermitente. De seguro mi carnal cambio las pilas viejas de la radio y se las puso a esta lámpara. Sobre el cuello me colgaba un mecate que unía las dos cubetas que llenaría de agua. En el trayecto sentía cómo algo me seguía por toda la brecha y se ocultaba entre la maleza o atrás de los árboles, yo caminaba más aprisa y en algún momento del camino me agache para agarrar unas piedras. Escuchaba las pisadas cada vez más cercanas, no quería voltear. Es solo el viento, es una rata o un conejo, es mi hermano que me quiere asustar como siempre, pensaba. De pronto volteé arrojando las piedras, un fuerte relincho me asustó hasta casi hacerme en los pantalones, un caballo salió corriendo. Se contaba muchas leyendas sobre Camino Viejo, lamentos de la llorona y también contaban que antes vivía por ahí cerca un brujo al cual lo habían colgado, culpándolo de la desaparición de varios niños, otros decían que se aparecía el diablo a los caminantes durante la media noche. Ya era más o menos esa hora funesta, fuera cierto o no, más valía no corroborar dichas leyendas. Apresuré la marcha. La piel ya se me ponía como gallina y las ramas comenzaban a moverse de forma inquieta.
Por fin ya estaba cerca del pozo, con un machete corto fui despejando un poco la maleza para poder arrojar una cubeta y llenarla, para mi mala fortuna la lámpara se apagó repentinamente, la cubeta se soltó de la soga que la subiría. Al pensar en el castigo de mi apá, preferí ingeniármelas para llenar las cubetas, fue cuando caí por accidente hasta el fondo de aquel oscuro agujero. No sé cuánto tiempo paso, pero cuando desperté ví un túnel largo en el fondo del pozo. Todo era oscuridad, apenas alcanzaba a ver con la luz de la luna aquel túnel, para mi sorpresa el agua me llegaba al cuello, siempre había tenido la duda de la profundidad de aquel pozo, grité y grité lo más que pude. Pero nadie me escuchaba si acaso alguna persona por casualidad hubiera pasado por aquel rumbo, lo más probable es que se habría espantado por lo gritos venidos desde lo profundo de la oscuridad. Pronto vendrán mis padres cuando no me vean llegar con el agua, pensé positivamente. Pasaron los minutos, observaba desde abajo como iba pasando encima de mi cabeza la luna, como las nubes la tapaban como cubriéndola de mi vista, queriendo cubrir su desnudez, pero ella orgullosa se destapaba, dejando ver sus atributos, su brillo. Llego un momento en que ya no la veía y por lo tanto ya no había luz, solo el silencio de la oscuridad. Truenos y luz de relámpagos, era una mala señal ya que si llovía era un hecho que el agua del pozo subiría de nivel, yo no sabía nadar. Estaba todo perdido, aunque tenía la otra opción de seguir el túnel, tal vez hallaría alguna salida. Perdí las esperanzas que alguien me buscará y comencé la marcha a través del tétrico y desolado túnel, estaba lleno de fango y moho en sus paredes. Solo oscuridad frente a mis narices. Y de pronto como si se tratará de un espejismo, vi algo al final del camino, primero era un minúsculo punto de luz, luego comenzaba a crecer mientras avanzaba, corrí hacia esa luz y me di cuenta que no era lo que pensaba, de pronto un destello, no era una salida sino una entrada, me precipité a ella sin titubear. No hizo falta atravesar de la oscuridad a la luz para saber que era otro mundo.
La tierra era amarilla, el zacate rojo, las hojas de los árboles azules, el cielo verde, solo el agua era incolora casi cristalina, lo noté gracias a un arrollo que serpenteaba con peces multicolores, a veces con manchas blancas o verdes, con cola y alas de murciélago, eso no fue lo maravilloso de aquel lugar onírico sino mi gran sorpresa fue ver ¿volando un gallo rojo con alas negras de mariposa y cola de caballo amarilla?, me pregunté, era seguido por un águila con alas moradas, con cuerpo blanco de cochino y cola rosa de pavorreal. Todo era increíble, las nubes tenían forma de objetos como si estuvieran vivas. El olor era fresco como de yerba húmeda, seguí caminando buscando alguien que pudiera decirme dónde me encontraba, a lo lejos vi una estructura colosal, se trataba de una pirámide color violeta que volaba sobre las ramas de los árboles, lejos observé una colina y un hombre caminando sobre ella. Corrí para tratar de alcanzarlo, yo no soy el único en este lugar me dije, pero un toro de cuerpo blanco con manchas negras, cuernos amarillos de cabra, piernas y cola roja de cocodrilo comenzó a corretearme. Mi única salvación era llegar hasta la colina así que corrí lo más rápido que pude, cuando ya sentía su respiración en mis oídos se atravesó un lagarto amarillo con patas rojas de caballo y cola negra de cerdo. Agitado subí hasta la cima de la colina y trepe un árbol que daba manzanas amarillas con puntos rojos, pero resbalé y me golpeé en la cabeza.
—¡Toño, toño! despierta hijo, a tardaste mucho, te desmayaste.
—¿Qué paso amá? El toro y el cocodrilo de colores, me iban a atrapar.
—Te diste un buen trancazo, ven, saquemos el agua del pozo.
Me di cuenta que cuando resbalé había caído por un lado del pozo. Ahora, para ser sincero aún pienso en ese rincón más profundo del mundo, y en mis sueños, sigo viajando a ese mundo de peces y animales multicolores.

Texto agregado el 21-03-2017, y leído por 143 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
21-03-2017 Una lástima que los textos largos - ya sea por tiempo de los lectores, sus preferencias afines o yo no sé...- en la mayoría de los casos son lastimosamente pasados por alto. Se corre el riesgo de perdernos de leer literatura tan original y entretenida como esta. Un abrazo y mis felicitaciones, sheisan
 
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