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Luisón y sus gallinas
Luisón que vivía, y creo aun vive, en Villablanca del Prado, un pequeño pueblo de la provincia de Guadalajara, podría definirse como un hombre sencillo, sin grandes ambiciones, sin apenas cambios de carácter, afable, tranquilo e incluso feliz, bien por su simpleza o por vaya usted a saber porque.
Prácticamente no salía del pueblo, si acaso alguna vez hasta la próxima capital a comprar alguna cosilla que necesitaba. Su vida se reducía a cultivar sus pequeñas tierras y a alimentar a sus treinta o cuarenta gallinas. Y como hombre metódico que era, o bien porque no sabía que otra cosa hacer, su vida se organizaba alrededor de tres o cuatro repetidas actividades.
Al amanecer, darse un aguaita (no mucha), tomarse un tazón de café con leche y un poco de pan, ir a ver a sus gallinas para recoger los huevos y darles el pienso, y encaminarse a sus tierrillas a labrar para recoger las malas hierbas, sembrar y todo lo que siempre necesitaban, y ya al atardecer y antes de volver a casa, una vuelta por la taberna del pueblo a estar un rato charlando con sus vecinos, bueno, él más bien a escuchar, porque era hombre de pocas palabras.
Y así todos los días; que solo se diferenciaban en que unas veces brillaba el sol, otras llovía y otras quizás había viento. Pero él se sentía bien ante la monotonía de su vida, sin sobresaltos y sin cambios.
Hasta que un día…. al ir, casi amaneciendo, al gallinero se encontró con una situación fuera de lo normal.
Cinco o seis de las gallinas estaban tumbadas en el suelo, bueno más que tumbadas se podría decir espatarradas, con las plumas revueltas, con pinta de cansadas y con una extraña mueca que a Luisón le pareció una sonrisa como de felicidad (cosa extraña en unas gallinas, como pensó), pero, había mas cambios, las otras gallinas estaban muy sobreexcitadas, dando vueltas de un lado para otro, nerviosas y agitadas y ni miraban, ni se acercaban al imponente gallo (que esa era otra) se encontraba al fondo del gallinero, también muy despeluchado, ,renqueante y andando mal, como si cojeara. Incluso a Luisón le pareció que lloriqueaba (cosa también rarísima en un gallo).
Y como no se le ocurría que podía haber pasado, al final, pensó, que bueno, que ya volverían a comportarse normalmente, les hecho el maíz diario y se fue a sus labores.
Al día siguiente ya se le había olvidado del suceso hasta que volvió a abrir la puerta del gallinero; y casi la misma escena del anterior, cuatro o cinco gallinas tiradas por el suelo con la misma cara de embobadas que las del día anterior (eran otras, él las conocía muy bien) y el resto cacareando de un lado para otro, y el gallo medio sollozando en un rincón sin atreverse a mirar a las gallinas.
“!Pero bueno!” exclamo Luisón, y siguió pensando “no entiendo que ocurre es la primera vez que veo algo así, el que algunas revoloteen no me extraña mucho, pero, ¿porque parece que las tumbadas se medio ríen y parecen tan felices a pesar de estar casi desplumadas y hasta sudorosas?”.
Pero, ¿qué iba a hacer?, no se le ocurrió nada, no estaba acostumbrado a tener ninguna variante en su vida, así que hizo, lo de siempre, irse a trabajar.
Y así continuo los días siguientes en que siempre encontraba el mismo panorama, unas cuantas gallinas, medio tumbadas en el suelo, las otras nerviosas y el gallo en un rincón aterrado y sin decir ni pio (bueno sin cacarear). Así que al final se decidió a comentarlo esa tarde en la taberna con sus vecinos.
Y ya se sabe un suceso nuevo en un pueblo tan pequeño era un notición que daba para todas las opiniones.
“A lo mejor tienen el moquillo” aventuro el tío Sebastián.
“O quizá estén con la muda, este año han venido muy pronto los calores y ya se sabe los animales reaccionan en seguida”, le dijo Matías que para él el tiempo era siempre el culpable de todo.
Y hasta el cura, el padre Calixto opino.
“Lo que pasa es que estarán desquiciadas de oír tanta música barbará y el ruido que montan los jóvenes en los botellones que organizan todas las noches, ya os he dicho que han perdido la cordura y van por mal camino, estas cosas, como insisto, son perniciosas y siempre tienen su castigo”.
Hasta que el maestro, Don Crescendo, que siempre solía decir la última palabra dijo.
“Para mí que es un zorro, que las tiene alocadas, vigila una noche y mira si tienes visita”.
Y así hizo Luisón, preparó en lo alto del gallinero un pequeño refugio e hizo un agujero en el techo desde donde podía ver el interior; y se dispuso a esperar.
Y cuando ya pensaba que había perdido el tiempo, eran sobre las cuatro de la madrugada, noto que una tabla en uno de los lados se movía y que entraba sigiloso un magnifico ejemplar de zorro rojizo que se planto orgulloso y con desparpajo en el centro del gallinero. Y como si todas las gallinas estuvieran esperándole, se arremolinaron, sin temor, a su alrededor, dando vueltas y más vueltas. A Luisón le pareció que incluso estaban coqueteando con la raposa, era una situación increíble.
Al rato, el zorro, que las miraba despectivamente, aparto a un lado a cuatro de ellas, que de inmediato empezaron a coclear con evidente emoción y se acerco muy despacito hacia la primera. Mientras tanto el gallo se había ido al fondo del gallinero temblando pegando la espalda a las maderas, claramente con el culo en la pared, en una postura de evidente protección, muy nervioso y sin dejar de mirar de refilón al zorro, que se había puesto de inmediato a lo suyo, montándose a la gallina que estaba más próxima y ventilándose, el mal bicho, a continuación a las restantes, una detrás de otra, mientras que el resto las miraban con envidia.
Y una vez que hubo terminado su trabajo se dio un par de vueltas muy ufano por entre el resto de las gallinas, miro un momento al asustado gallo, haciéndole con una de sus patas un gesto (que a Luisón le pareció de advertencia) y desapareció en la noche.
Cuando al día siguiente conto en la tasca el suceso, nadie se atrevió a decir nada, no habían conocido un caso parecido y solo don Crescendo, el maestro, comento.
“Bueno, he leído en alguna ocasión sucesos como el que cuentas, se trata de un tipo de zorro que parece ha sido introducido en nuestro país procedente, por lo visto, de Italia, es un zorro de la familia Vulpis Violatorum Gallinaceum, cuya costumbre es que en vez de comerse a las gallinas las viola y parece ser que es tan experto en esas lides que las gallinas no solo no se rebelan sino que le provocan y después quedan muy satisfechas”
Y agregó.
“Mala cosa, mala cosa, te ha pervertido el gallinero y sobre el gallo, para que decirte, puedes estar seguro que el zorro le sodomizó el primer día, por eso se esconde al fondo”.
Y ¿qué podía hacer Luisón?, sobre todo después de las corrosivas bromas de unos y otros?.
“Que si cóbrale al zorro por los servicios”.
“Que menos mal que no tienes vacas, porque de ese bicho se podría esperar lo peor”
“Que, ¿porque no encargas unos pequeños cinturones de castidad para tus gallinas?”
Y pitorreos parecidos.
Así que hizo lo único que se le ocurrió.
Al día siguiente vendió a todas sus pu… gallinas
Y le dio matarile al gallo por ser tan cobardón.
Y del zorro ¿qué?.
Pues parece que comprendiendo que le habían descubierto no siguieron viéndole en el pueblo, y dicen algunos, que el muy astuto no viendo las cosas claras se especializó en acosar a perdices y palomas y que también está recogiendo muchos éxitos entre ellas.
Fernando Mateo
Marzo 2017

Texto agregado el 01-04-2017, y leído por 96 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
01-04-2017 Buena historia. Me pregunto si las gallinas seguían poniendo huevos, si bajaron o aumentó la puesta. grilo
 
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