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Por fin en casa, después de demasiadas reuniones, varios cafés fríos y de teclear ante una pantalla muda, un montón de informes que a nadie interesan.

Ella huele a una mezcla de champú de manzana y perfume de azahar. Creo que podría distinguirla por su olor entre un millón con los ojos cerrados. Su ropa huele a ella, nuestras sabanas huelen a ella. Mi hogar es ella. Llego al salón y ella está sentada en el sofá, inclinada sobre la pequeña mesa de cristal mirando unos papeles. La beso en la frente con el abrigo puesto todavía.

El perchero que nos regaló mi madre en nuestra boda está lleno de abrigos. Cojo su abrigo rojo con grandes botones negros. al estilo de Jacqueline Kennedy como describió con una mueca cuando se lo regalé. Al cogerlo, me fijo en un pelo pelirrojo prendido de uno de los hombros. Es corto. Nadie en casa es pelirrojo. Instintivamente me lo guardo en el bolsillo. Cuelgo mi abrigo en el perchero y encima pongo el suyo ya sin el pelo pelirrojo. Un pelo, un pelo no significa nada. Estas volviéndote un poco paranoico me digo.

Ruido en la cocina, sonido de cajones, y el pitido de la tetera. Ella debe estar preparando un té, siempre le gusta que tomemos uno cuando vuelvo a casa.

- ¿Me quieres? - la pregunto mientras cojo la taza humeante que ella me ha dejado sobre la mesa y me apoyo relajado en el respaldo del sofá ya sin corbata ni chaqueta. Me arrepiento en seguida de esa pregunta estúpida.

Hay días de mala costumbre en que robo minutos al sueño para verla dormida esperando que las primeras luces del día se adentren entre las cortinas. Ella abre los ojos repentinos, me giro entonces para que no me sienta despierto y poder escuchar el sonido que hace mientras estira los brazos buscando las zapatillas bajo la cama, oír su caminar de puntillas hasta la puerta, sentir que se detiene y se gira para ver si estoy despierto. Entonces cierro los ojos tratando de hacerla creer que sigo dormido. Luego oigo tras la puerta cerrada como dice a los niños que no griten; que van a despertar a Papa. Entonces me vuelvo a girar en la cama y me siento el hombre más feliz del mundo.


Pero nunca en esos días me había preguntado si había un pelo pelirrojo bajo la almohada.


- Vaya pregunta más rara- dice mirándome con sonrisa traviesa y dejando la taza sobre la mesa- Pues claro que si, tonto. ¿Y tú? - me contesta poniendo la cabeza sobre mi hombro.

Siento un calambre, nunca me había pasado. No la creo. Sus palabras suenan falsas como si fueran formalidades que contestas porque sabes correctas, por no hacer daños a nadie, para evitar un problema. Un pelo pelirrojo en el hombro del abrigo rojo, y siento que ya no le regateare minutos al aseo.

- Yo también te quiero, cariño- la digo

No puedo preguntarle por el pelo adherido al abrigo, después de tantos años. Podía pensar que soy un neurótico y me empezaría a ver de otra manera, o peor decirme que lleva mucho tiempo queriendo decirme algo. La miro y siento que lo nuestro es mentira, una pura convención social. Que nunca me ha querido. Que ella solo quiere cumplir las expectativas, un matrimonio normal, unos hijos rubios de marco de foto de salón, un marido que pague facturas, en suma, una familia que oculte su soledad. Nadie puede decir que ha fracasado viendo nuestras caras sonrientes en el Facebook. Seguro que sólo junto al pelirrojo siente la emoción de la niña traviesa que los demás no pueden saber. No me quiere. Mi vida es una mentira agarrada a un pelo en mi bolsillo.

-¿En qué piensas?
- En nada – hago una pausa y la miro a los ojos descubriéndome que yo también puedo mentir-. En un informe que tengo que entregar mañana. Estoy cansado, ha sido un día muy duro. ¿Qué has hecho hoy?

La pregunto para desviar el tema de conservación, me da igual lo que haga, ni siquiera me creo capaz de escucharla. Los gemelos habrán protestado al despertarse, Asier habrá tratado de evitar que su madre le obligue a ducharse, ella les habrá dicho que no olviden los bocatas y ….pero no dirá nada de un pelo pelirrojo en un abrigo.

-… y entonces me llamó mi madre, ha vuelto a discutir con mi hermana…-.

Trato de mostrar una sonrisa que según va hablando se desdibuja. Siempre preocupada por la vida de los demás, dando lecciones como si nuestra vida fuera perfecta. Por eso me gusta hablar de fútbol, literatura, ciencia o de cualquier cosa que no me afecte directamente ni a mí ni a la vida de los que me rodean.

-… sabes que Marian se va a comprar ese apartamento que te conté….

Es triste cuando adviertes que de repente la vida de tu mujer es ajena. Que todo ha acabado. Que te engaña. Que estas sentado junto a una extraña. Que estas solo, que, desde el pelo pelirrojo, no hay un nosotros. Estas solo.

-… ¿Me estas escuchando? - dice golpeándome con el codo.

-Pues claro cariño – la cojo la mano, y acaricio sus finos y largos dedos.

Siempre se le ha marcado mucho las venas en las manos, especialmente la que tiene el anillo. Tiene unas manos suaves pero fuertes. Esas manos me acompañaron en el reconocimiento del cadáver de mi padre asesinado un once de marzo. Esas manos no me soltaron cuando la doctora señalaba la ecografía tratando de explicarnos que eran gemelos. Esas manos me agarraron para convertir el parto en un milagro de dos. Esas manos me cubren con una manta cuando me quedo dormido viendo la tele, esas manos todas las noches, me recorren en silencio cuando los niños se han dormido. Esas manos son valles donde mis dedos juegan. Quizá no me quiera, quizá todo haya sido una mentira, pero sus manos son mi vida. Y ningún pelo pelirrojo podrá separarme de ellas, porque sus manos son una barandilla junto a un abismo del que no me quiero aventurar.

-Estas preciosas princesa. - la digo sin soltarla las manos, respiró el olor a manzana y azahar, acaricio su pelo y la beso como los amaneceres que regateo al despertador por sentirme el hombre más feliz del mundo.

Texto agregado el 14-05-2017, y leído por 115 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
14-05-2017 Tu texto me atrapó y me intrigó. Me deja girando sobre los vericuetos de la mente, laberintos que siempre me asombran a pesar de que por mi profesión son el mapa cotidiano que recorro para tratar de entender y rescatar. Excelente redacción, muy bien mantenido el hilo conductor y la tensión del relato. Felicitaciones. -ZEPOL
 
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