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El mendigo.

¡Qué lejos estaba de conocer el pasado de aquél hombre que me miraba sin apartar sus ojos de mí!
Lo “conocía” de verlo día tras día en el barrio, durmiendo por alguna esquina, siempre solo
Jamás lo vi con otra persona, a veces buscando en la basura algo para comer, otras sentado en el cordón de la vereda con la mirada perdida pero ese día noté cómo me miraba y me asusté un poco a pesar de que siempre había sido muy correcto, nunca lo había oído hablar…
Hasta que lo vi venir, se me acercó muy lentamente y me habló.
___Disculpe el atrevimiento pero hace tiempo que la observo y pienso que tiene una enfermedad que tendría que tratarla.
___No le entiendo… ¿Qué quiere decir con que tengo una enfermedad?
___Usted debería consultar a un médico…
___¿?
___Sé que no me entiende y me cree un loco pero… no se asuste, sólo pretendo ayudarla, vea a su médico, se lo aconsejo.
Le di las gracias por ocuparse de mi estado de salud y entré a mi casa.
Aún no podía creer lo que había escuchado y se lo comenté a mis padres quienes me dijeron que no fuera tan confiada y que no hablara con extraños.
Al ir a mi dormitorio a acostarme, vino mi madre con un vaso de leche caliente para que tomara las aspirinas que solía tomar por las noches debido al fuerte dolor de cabeza que tenía durante todo el día y que al no soportarlo durante la noche me medicaba yo misma con aspirinas sin ver al médico debido al temor que siento por los sanatorios.
Estuve pensando qué había querido decirme aquel mendigo pero no lo podía adivinar.
Los días siguientes al verlo trataba de esquivarlo pero él seguía viéndome de una manera extraña.
Pasaron varios días cuando una mañana me desperté con un dolor tan fuerte en la cabeza que no pude levantarme y tuve que llamar al médico.
Luego de examinarme me dijo que tendría que hacerme varios análisis y que lo hiciera lo antes posible.
Al día siguiente, con el remedio que me dio el doctor me sentía mucho mejor pero no dejaba de pensar en lo que me había dicho el mendigo.
Al concluir los exámenes el médico me dijo que había tenido muy buena suerte, que si hubiera demorado unos días más, hubiera tenido una aneurisma cerebral, pero que por suerte había sido detectada a tiempo.
Luego de algún tiempo me volví a encontrar con el enigmático vagabundo el cual me preguntó si le había hecho caso al ir a ver al médico y muy a mi pesar tuve que decirle que si, que ya estaba en tratamiento y que le agradecía el consejo.
Pero al seguir tan asombrada le pregunté cómo era que él se había dado cuenta de que yo tenía alguna enfermedad.
Me contestó que eso ya no tenía importancia pero que se alegraba mucho de haber podido ayudarme ya que desde hacía algún tiempo al verme notaba que sentía dolor de cabeza por mis ojos y por el color de mi semblante, lo demás no importaba si es que estaba en tratamiento.
Me alejé sintiendo algo muy extraño, pensaba ¿quién era en realidad ese hombre? Y ahí comencé a preocuparme por él, cuando no me estaba mirando, al salir de mi casa, le dejaba comida en su lugar preferido para no ofenderlo aunque sabía que él también sabía que era yo quién se lo dejaba.
A los pocos meses conseguí trabajo como enfermera en una clínica, había terminado mi curso y era hora de comenzar a trabajar.
El sanatorio donde conseguí trabajo era privado y en realidad hice amistad con todos desde el primer día, luego contándoselo a mis padres me dijeron que gracias a Dios me había curado de aquellos dolores de cabeza porque antes me hubiera sido imposible hacer amistad con nadie debido a mi carácter y estaban en lo cierto.
Una tarde vi entres los archivos una fotografía de un médico que me llamó la atención, era el calco del mendigo, ni por un instante dude que fuera otra persona que se le parecía mucho debido a la barba, el mendigo también llevaba barba y me puse a pensar cómo se vería sin ella.
Mi jefa al verme preocupada me preguntó qué me pasaba, le conté todo lo que me había pasado y ella me dijo que el médico, el del archivo hacía un par de años había desaparecido para no volver jamás al sanatorio.
¿Por qué motivo? Le pregunté y ella me contestó que nadie lo sabía, hasta la policía y su familia lo buscaban pero hasta el día de hoy no aparece.
Todo me resultó demasiado “tirado de los pelos” no sabía qué pensar pero tendría que hablar con mi “amigo” el mendigo.
Esa noche, una de esas noches de otoño, frías pero con un cielo despejado, claro y lleno de estrellas como las que podemos ver donde hay mucho campo, sin edificios, al llegar a mi casa, lo vi, estaba sentado en un rincón, sólo como siempre, mirando las estrellas con tanta tristeza que no pude seguir de largo y me acerqué a preguntarle qué le ocurría.
Al verme venir lo noté nervioso pero muy correcto y al pararse frente a mí, noté lo elegante que hubiera sido en otras circunstancias pero también observé algo que antes ni siquiera había mirado, sus manos, éstas eran manos finas, de dedos largos y suaves, jamás lo hubiera imaginado si no me detengo a mirarlas.
Comencé una conversación trivial, preguntándole cómo había pasado con el frío que estaba haciendo a pesar de ser otoño y él me contestó que ya estaba acostumbrado y que casi ni lo sentía, luego me preguntó qué me había dicho el médico y casi sin pensarlo charlábamos como dos viejos amigos y le conté todo, de mi mejoría gracias a él y de mi empleo en un sanatorio, hasta le comenté al pasar, sobre la fotografía que había visto y de lo parecido que me pareció tenía con él.
Hubo unos minutos muy largos en los cuales no hablaba, enseguida lo supe, con sólo mirarle los ojos adiviné el secreto, él era aquél médico y él también supo que me había dado cuenta entonces le dije que no pensaba denunciarlo, que si él había decidido desaparecer de su trabajo y de olvidarse de su familia, yo no era quién para pretender lo contrario y diciendo esto lo dejé para entrar a mi casa.
Pasaron muchos meses hasta que volví a verlo, durante todo ese tiempo no supe nada de él hasta una noche en que un elegante hombre que bajaba de un automóvil se me acercó, lo reconocí solamente por sus manos, estaba afeitado y muy bien vestido, en nada se parecía al mendigo de antes.
Al ver mi asombro me dijo:
___Mi querida muchacha, lamento haberla asustado, gracias a usted he vuelto a ser el que era, volví a mi vida, a mi trabajo como médico, a mi familia que a esta altura pensaba lo peor.
Quisiera invitarla a cenar este sábado si no tiene ningún compromiso, iremos a donde usted prefiera, quiero agradecerle y contarle el motivo de mi abandono y mi alejamiento de todo y de todos.
Acepté, tenía mucha curiosidad de saberlo todo.
El sábado pasó a buscarme, no les dije a mis padres quién era, no me entenderían y fui a cenar con el Doctor Ismael Torterolo, cirujano plástico, dispuesta a enterarme de su vida pasada y presente.
Nos sentamos en un elegante restaurante pedimos una cena liviana y refrescos y vino y ahí pude enterarme por fin de tantos hechos que para mí eran una incógnita.
___Comenzaré diciéndote que jamás imaginé que alguien me reconocería, pero tú lo hiciste.
Habíamos comenzado a tutearnos sin darnos cuenta.
___Soy cirujano plástico y nunca había tenido un fracaso en mi no tan larga carrera pero un día se presentó una mujer mayor que quería que le operara el rostro aunque le dije que por sus años no le aconsejaría que lo hiciera a lo que ella me contestó que si no lo hacía me reportaría con el director del sanatorio y no tuve más remedio que operarla, al principio todo había salido muy bien pero la señora quería verse y por su cuenta se sacó las vendas que aún estaban cubriendo los puntos los cuales aún no habían cicatrizado y te puedes imaginar lo que pasó, me demandó y no supe qué hacer entonces me fui y me refugié en el anonimato, ahora gracias a ti había decidido enfrentar el juicio y volver a mi vida, mi jefe el director del sanatorio me volvió a tomar debido a que estuvo averiguando que dicha señora a pesar de ser muy rica, no estaba en sus cabales y su familia pidió perdón y levantó la denuncia, eso es todo, lamento no haber hablado con mi familia, mi madre y mis hermanos sufrieron mucho por mi causa es por eso que he vuelto y quería compartir toda mi alegría contigo, como te habrás dado cuenta desde hace mucho tiempo te observo y durante ese tiempo fui enamorándome de ti, eso es todo, tú tienes la última palabra.
Creo que no es necesario contarles cómo terminó aquella cena, ahora soy la señora Inés Magallanes de Torterolo y nuestros hijos han seguido la profesión de su padre al que adoran y a los que les hemos contado toda nuestra historia que los hace sentirse más orgullosos aún de su padre.

Omenia.


Texto agregado el 08-06-2017, y leído por 237 visitantes. (13 votos)


Lectores Opinan
21-07-2017 La historia que cuentas es de gran belleza por tantos motivos. Uno de ellos te sanaste,otro encontraste el amor y no cualquier amor, sino alguién que te eligió por esas cosas del destino. Lo último esa bella amistad y la familia que formaste. Me enterneció* * * * * Un beso Victoria 6236013
14-06-2017 que bonita historia, que dulzura para contarla! carmen-valdes
09-06-2017 Buen cuento que nos lleva a pensar que las circunstacias de la vida no se pueden planear, simplemente ocurren. vicenterreramarquez
09-06-2017 Mi Omenia, tú tan romántica y tan sensible para tejer estas historias con finales de cuentos de hadas, y tramas que tienen hasta misterio. Disfruto leerte porque tienes el don de regalar alegría sin pensarlo mucho. Linda, muy linda historia. Besitos, corazón de amiga y de persona. Te re abrazo. SOFIAMA
09-06-2017 Qué historias tenés! Y debe haber unas cuantas similares en la vida real. Te abrazo con todo cariño. MujerDiosa
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