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Cuento

¿Realidad o fantasía? Solo historias urbanas que se tocan.


BESOS DE UN “METRO”


Allá en un extremo de la ciudad, cerca de la estación San Pablo del Metro, dos mujeres cartoneras, de aquellas que recogen cartones y papeles para poder darle un poco de sabor a su pobre olla, sacan cuentas con todo lo que recogieron esa madrugada, era una buena cantidad, lo que tal vez les permitiría darse algún pequeño lujo ese día, y podrían hacer una cazuela de alitas de pollo, alas para alimentarse y alas para volar en fantasías como lo hacían en ese momento…


Estación Metro Tobalaba, con rumbo centro sube un hombre que bajó de un tren de la línea 4, la que viene desde Puente Alto.
El tren va repleto, son las nueve de la mañana de un día cualquiera, de una semana cualquiera, el mes puede ser Marzo, Junio o Noviembre y el año el 2007, año del comienzo del Transantiago. (Nuevo sistema de transporte urbano de Santiago)


—¿Sabe que me gustaría encontrar en ese tambor grande lleno de basura y cartones? —dice una de las cartoneras.
—¿Que le gustaría encontrar comadre?
—Un príncipe encantado con cara se sapo y cuerpo deformado.
—¡Chiss! ¿Y para que quiere un príncipe así? ¿De que le va a servir?
—Siempre he pensado que si lo llegara a encontrar yo le daría un beso enorme y se trasformaría en un joven apuesto, elegante, con mucha plata, un auto enorme y un palacio encantado.
—¡Chisss! Lo que quería la perla, no se lo vaya a encontrar nomás poh.


El tren avanzaba raudo con su cargamento humano para satisfacer las necesidades de manos, ojos y cerebros de las oficinas y negocios del centro de la capital.
El hombre de unos cuarenta años que llego por la línea 4 y había subido en la estación Tobalaba, en ese momento se encontraba como la parte central de un sándwich, entre una señora obesa de cincuenta por su frente y una joven esbelta de veinte por detrás.
La señora obesa parecía que había comido una empanada o algo parecido en el desayuno (se sentía en su aliento) pero si él giraba su cabeza olía un exquisito Carolina que exudaba la joven de atrás.
Este panorama era casi el mismo de todos los días, solo que en otras ocasiones le tocaba ser la parte exterior del sándwich y muchas veces el emparedado podía ser se solo hombres o también aliado, muchas veces de queso, otras de mortadela, muchas solo margarina y algunas de jamón planchado y también gordas y salchichas, pero siempre con distintos aromas, muchas veces aromas exquisitos como el de la joven que hoy era la parte posterior del emparedado.
El hombre prefirió oler el Carolina y a duras penas se giró causando la incomodidad de la señora obesa. La joven que tan bien olía, era hermosa y casi tan alta como él. Sus caras quedaron a muy pocos centímetros y cada uno miraba en forma perdida el techo y la propaganda del vagón evitando el cruce de miradas.
De reojo el miraba y admiraba aquel rostro hermoso de labios prominentes y rojo tentador, de ojos picarones y mirada cautivadora.


—Sabe comadre que siempre he tenido ese sueño de encontrar en un tarro de basura a mi príncipe azul, que lo encontraría moribundo y al darle un beso lo reanimaría, y su beso que sería apasionado, como solo saben besar los príncipes y me transformaría en la mujer más hermosa y elegante del mundo.
—¿Y cómo sabe usted como besan los príncipes?
—Porque lo vi en una película en la tele, hace mucho tiempo cuando era niña y esa escena quedó grabada en mi mente y desde ahí que tengo este sueño.
—Ya, deje de soñar ooh y sigamos trabajando más mejor.
—Pero no dejo de pensar y algo me dice que eso, algún día va a ser realidad y no sé por qué presiento que hoy será ese día.


Imposible estando tan cerca y con el movimiento del tren y de la masa humana no encontrase con la mirada y justo se cruzaron las miradas, pero rápidamente se desviaron como siempre pasa en esos casos. El tren avanzaba, ya estaba en estación Pedro de Valdivia, y la señora obesa cargaba por detrás y realmente cargaba, y él hacía esfuerzos para no apretar a Carolina (Carolina por el perfume) para que ella no buscara alejarse, aunque al parecer la cercanía no le incomodaba.
Nuevamente sus miradas se cruzaron y ya no fue tan rápido el desvío, la mantuvieron hasta la estación Manuel Montt.
Mientras, el tren se detenía y al bajar algunos pasajeros quedaron un poco más holgados, pero rápidamente subió el doble de los que bajaron y la cercanía se hizo más notoria pero ya a esta altura parece que buscaban ambos el roce.


—A propósito de príncipe ¿Que es de su media naranja?
—¿Del Lucho? No, ese ya no es mi media naranja, sabe que me quiero separar de él, ya no es el mismo de antes, parece que tiene otra mina, ya poco me infla, incluso hasta se ha puesto atrevido y yo no pienso seguir aguantándolo, así que se va él o me voy yo, total hijos no tenemos. Bueno y usted comadre ¿Que me cuenta de su pierna?
—Ahí está el José, lleno de achaques y lo único que piensa es en achuntarle al Kino para no recoger más cartones por las noches y comprarse una casita y una camioneta para seguir comprando y vendiendo cartones.
—Puchas que es triste nuestra vida comadre, siempre cartones, mas cartones y puros cartones, por eso sueño con mi príncipe azul.


En estación Salvador la distancia de los labios estaba a una simple frenada del tren y el contacto era eminente, el deseaba esa frenada y parecía que ella también.
Ella de repente miraba de reojo hacia su costado derecho, parece que el hombre corpulento que iba a su lado también rozaba su geografía y vaya uno a saber si también le gustaba o quería estampar una palmada en aquel rostro de gestos adustos y serios.
Ya no rehuían las miradas, al contrario se buscaban, sus alientos se mezclaban y con los ojos semi-entornados parecía que imaginaban un beso.


—Oiga comadre ¿Y qué haría si se encontrara un mino así, como ese príncipe que sueña?
—Lo agarraría a besos, lo abrazaría y dejaría que el hiciera lo que quisiera conmigo.
—¡Pero tendría que darse una bañadita comadre! Ja ja ja, y cambiarse de ropa, por lo menos de falda, no va a besar a un príncipe con esa pinta pooh y también cambiarse los calchunchos, por si acaso, ja, ja, ja, ja...
—No me importa ¿Sabe algo? Yo creo en los cuentos de hadas y sé que a él no le importaría como soy y como estoy vestida. Sabe comadrita que siempre he sido una soñadora y también creo en el “viejito de Navidad” y además pienso que a nadie le falta Dios, y siempre he esperado un milagro.
Quien decía todo aquello, realmente a pesar de su ropa andrajosa y su pelo enmarañado recogido con un cintillo, se notaba una mujer hermosa pero maltratada por el tiempo y las circunstancias de la vida. Sí, con una mirada diáfana y acogedora y manos, a pesar del trabajo, pequeñas y tiernas, quizás dignas de un príncipe. Hasta era posible que realmente fuera ella una princesa embrujada a la espera del beso de un príncipe que la arrebatara del embrujo…


En estación Baquedano el tren terminó por prácticamente rebalsar con el flujo enorme de la línea 5 que viene de La Florida y a pesar de que también baja una gran cantidad de pasajeros.
La masa humana que repletaba el tren tendía a compactarse y por lo tanto los cuerpos se contraían para dar más cabida en los carros y los latidos de los mismos se confundían, los rostros se acercaban, las miradas se fundían en una, y los labios tentaban y se desafiaban a besarse.
Las normas urbanas y la educación reprimen los deseos y las ansias contenidas de los miles y miles de pasajeros que transitan la gran ciudad y que repletan los carros del Metro, mucho más que antes que empezara a funcionar el llamado Transantiago, proyecto hecho al parecer para aumentar las utilidades del Metro, para causar problemas a los santiaguinos y para acercar cuerpos ansiosos de roces y labios ávidos de sabores tentadores y prohibidos.


—Ya comadre, es hora de que nos vamos para la casa, con lo que hemos recogido ya tenemos para la olla del día, mañana puede que sea mejor.
—Pero usted comadre no va a encontrar hoy su príncipe azul…
—No importa comadre, mañana o algún día lo encontraré, por ahora tendré que conformarme con el Lucho nomás, ese es nuestro destino ¿No le parece?


En estación Universidad Católica la distancia de los labios solo era de un suspiro y el suspiro se dio y los labios se acercaron, se rozaron, se rozaron, se sintieron y se fundieron en un beso apasionado e interminable como la suma de los besos dados por todos los grandes amantes de la historia y todos los amantes furtivos de la gran ciudad.


—Y sabe que más comadre, yo sé que la vida me tiene reservada una sorpresa, yo la he soñado. ¡¡¡Y los sueños existen, y el romance existe, y el amor existe, y el destino existe, y también mi príncipe soñado existe!!!
—¡Ya hoo! deje de soñar y vámonos para la casa más mejor, que mis chiquillos tienen que ir al colegio y tengo que darles desayuno, vamos a vender los cartones.
—Ya comadrita, vamos, pero déjeme soñar, le aseguro que mañana puede ser, y le recomiendo comadrita que también trate de soñar, así la vida se hace más llevadera y quien dice que de repente todo, todo puede ser…


Al beso siguió otro beso, ella no se rehusó, al contrario parece que el hombre besaba como príncipe de cuentos y tenía su encanto, pero tenía que bajarse en estación Santa Lucía, él se bajaba en estación La Moneda.
Costó separar los labios, pero el reloj insensible, marcaba la hora de entrar a la oficina y la hizo desistir de seguir en el beso y rápidamente bajó y quedó mirando la puerta abierta del carro como esperando, él también quiso bajar pero el trabajo lo llamaba y se dijo para sí, que su forma de besar era única, puesto que había conquistado a aquella mujer por la forma en que lo miraba desde el andén, al parecer deseando que bajara.


Empujando sus carros a medio cargar con cartones, pero repletos de esperanzas, aquellas mujeres emprendieron el camino de retorno a sus modestas moradas construidas con madera de deshechos y cartones. Apretadas en la estrechez de un sitio abandonado.
Tenían que pasar antes a vender la recolección de esa madrugada.
Una iría a dar el desayuno a sus hijos para que vayan al colegio, y la otra a ver a su Lucho y a seguir soñando…


Cuando trató de bajar en estación La Moneda no pudo, un hombre alto y atlético le impidió el paso y lo retuvo tomándolo fuertemente de un brazo y diciéndole:
—¿Así que te gusta besar ah? ¿Por qué no me das un beso a mí, conch…de tu madre? A mí también me gusta besar, ven bésame…
—Ni ca… compadre, tú no tienes los labios, ni el cuerpo, ni el perfume de la mujer que bajó en Santa Lucía.
—No, yo no los tengo, pero conozco muy bien esos labios y esos besos, pues son los de mi novia y nadie más que yo puede besarlos.
—¿Y cómo yo los besé, aah?- Dijo el hombre en un acto de valentía ante aquel gigantón.
—¿Así que chorito ah? Ya vas a ver cómo me como yo a los choros y ya le pediré explicaciones a ella también, por el momento mi problema eres tú y vamos a arreglar cuentas.
— Ah sí, aah ¿Y qué vas a hacer?
—Ya veremos, ya veremos, por el momento el viaje continúa.
Y pasaron las estaciones, varias estaciones: Los Héroes, Estación Central, Las Rejas y otras, por más que trató de bajar en alguna, aquel gigantón no se lo permitió.
Cuando llegaron a San Pablo, estación terminal, lo tomó de un brazo y lo arrastró fuera de ella, hasta un sitio eriazo al lado de una fábrica y allí sin contemplaciones ni misericordia comenzó a pegarle con saña y rabia al besador del Metro, y le pegó y le pegó, los labios del besador ya no eran labios para besar y los ojos del conquistador ya no eran ojos para conquistar y siguió recibiendo puñetazos y patadas.
Cuando se cansó de pegarle, lo tomó como un trasto viejo y lo arrojó en un tambor de basura negro y sucio que acababan de sacar de la fábrica y lo tapó con cartones y papeles…
El Gigante atlético volvió a la estación y subió al primer tren de regreso hacia el centro de la ciudad a pedir explicaciones a su novia de fácil besar.


Las mujeres que empujaban el carro de cartones y sueños regresaban a sus casas.
—¡Mire! ¡Mire! Mire comadre ese tambor enorme lleno de cartones, con eso hacemos el día y llenamos el carro.
—¿Cuál tambor que no lo veo?
—¿Cómo que no lo ve comadre? Ese tambor negro que está en la entrada de aquella fábrica.
—Sí, sí, ahora lo veo, la suerte nos acompaña ¿Cómo es que nadie lo vio antes y aún a esta hora está lleno de cartones?
—Puede ser que recién lo hayan sacado, bueno como sea, ahora es todo nuestro.
—Apurémonos comadrita antes que alguien se nos adelante y nos gane los cartones, corra usted, que algo me está pasando y siento que el corazón me late con más fuerzas que nunca, presiento que en ese tambor encontraré a mi príncipe soñado y en esos cartones esta mi destino…-
—¡Ja, ja, ja, ja¡ ¡Puchas que es soñadora usted comadre! ¿Usted cree?
—¡Sí, sí, sí! ¡Sí creo comadre, es más, estoy segura!
—Ojalá, ojalá que se le cumplan todos sus deseos comadrita,…veamos si ese príncipe con cara de sapo y cuerpo deformado está dormido entre los cartones de en ese bote de basura, esperando que usted le dé un beso y lo despierte…



Incluido en libro: Cuentos al viento
©Derechos Reservados.

Texto agregado el 29-07-2017, y leído por 317 visitantes. (12 votos)


Lectores Opinan
18-08-2022 Sorprendente como trenzaste ambas historias. Saludos amigos. Nazareo_Mellado
30-07-2017 Dos historias tan diferentes y tan bien trenzadas. ***** grilo
30-07-2017 Me has tenido en vilo con tus dos historias muy bien sincronizadas. Me encanto que la cartonera obtuviera su príncipe de moretones. sensaciones
29-07-2017 Entre alas para poder volar en fantasías, se tejieron estas dos historias: cuatro vidas y un anhelo que nunca se perdió en el tiempo. Realidad cruenta y sueños de hadas tejidos en letras con un aroma tan sensual que contagia y provoca tantos deseos, como el de la pareja del tren. Tus letras, mi amigo, son pócimas embriagantes para los corazones que te leemos. ¡Que disfrute y qué regalo nos has dejado! Un full abrazo y mi eterna admiración a tus brillantes y envolventes letras. SOFIAMA
29-07-2017 El beso le quedó muy chunguito al del sándwich, pero lo dejas en suspensivos, supongo que tras el rato en el conteiner quedó como sapo y la cartonera le dio un buen limpión y todos contentos. Dos mil y pico palabras que se leen sin esfuerzo! Daiana
29-07-2017 Muy bueno Vicente. Has llevado el relato adelante con mucho rigor. Tanto en el Metro y su inesperada consecuencia romántica como en los sueños de las dos comadres cartoneras. Muy bueno. Me gustó mucho. 5* BarImperio
29-07-2017 Dos historias que cautivan. Felicitaciones! Clorinda
 
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